miércoles, 26 de enero de 2022

saltar/volar (75/365)

Cuando el alma está lista para saltar, entonces salta sin pensarlo mucho. Al final, está uno siempre cayendo sabiendo que nunca va a encontrar un suelo en dónde aterrizar. No es el golpe lo que el alma teme, es la sensación de estar cayendo. Lo paradójico es que eso es lo más parecido que tenemos a volar. Pero no volamos porque nos da miedo. 

Hay días en los que casi vuelo. Apenas abro mi boca, me dejo llevar por la fuerza que me atrae hacia el centro del mundo y todo se vuelve ligero. Doy una vuelta alrededor de mi misma y giro con gracia mientras me deslizo por entre el aire caliente de una tarde de final de enero. Me parece verme sonreír mientras sigo la trayectoria de algún pájaro que migra, que recorre el infinito de un hogar a otro. 

Hay día en los que no caigo, sino que me desplazo serenamente de arriba a abajo por las cosas que me mantienen de pie en el mundo. Las cosas con cualidades materiales en las que busco mi reflejo y me encuentro y me invento y me pierdo. 

Soy un pájaro que, insistente, regresa a su antiguo nido a buscar algo ancestral, algo salvaje, algo instintivo y natural. Soy un pájaro herido que tiene que volar trayectos cortos. Soy un pájaro que ha perdido sus plumas. ¡Pero soy un pájaro! 

Un pájaro de alma, soy. Y regreso a buscar lo que ya no es mío. Y estoy herido, pero vuelo, me dejo caer y entonces vuelo. 

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