lunes, 31 de enero de 2022

Amo (80/365)

Hay alegrías que me agarran por sorpresa. 

A veces es la brisa de la tarde caminando por las calles atestadas.

Un poema de una mujer con la que comparto el nombre. 

La voz de mi madre que me llama a cenar.

Pensar en mi trabajo con amor.

Hablar a media lengua con mi perra.

Ver pasar a alguien a quien extraño y sonreír con el cuerpo entero.

De todas las cosas que hago mal, perderme de la belleza simple de los días es la que más me duele. Hay tanto prodigio alrededor... Me miro al espejo y me sorprendo con la música que suena después de todos estos años de bailar con mi reflejo. Cada vez tengo menos miedo. Cada vez camina la muerte más cerca de este cuerpo y aunque cada vez nos hablamos menos, nos queremos más. ¿Cuántos días faltarán para encontrarnos? 

Mientras tanto, yo solo amo o me fatigo escarbando el amor, tratando de encontrarle en el fondo una salida, un resquicio por donde pueda volver a entrar. Escarbo con las uñas. Escarbo con todo lo que soy. A veces encuentro cosas, a veces solo aridez y tierra muerta. Pero yo me empeño en amar, solamente; aun no aprendí a vivir de otra manera. Amo terriblemente mal. Lastimo a todos y todo me lastima, pero ¡amo! Y esa es la mayor alegría entre las alegrías que me agarran por sorpresa. 

A esta hora de la noche, lista para lanzarme de nuevo al mundo, a inventarme una vida me pregunto ¿será suficiente amar, terriblemente mal, al menos? 

Esa es la alegría. Amo esta vida y esta cosa que soy, que ama, que busca desplegar el amor en cada tarde de domingo, en cada nuevo comienzo: de ti, de mí, de todas las vidas que no son más que la vida a secas. 

domingo, 30 de enero de 2022

Piedra preciosa (79/365)

Hace unos dos o tres mil millones de años empezó a formarse algo indestructible y precioso en las profundidades de la tierra. Dicen los expertos que las condiciones de presión y temperatura extremas transformaron los átomos de carbono en una cosa extraordinaria que vino a la superficie en una violenta erupción volcánica. He aquí que ese pedacito de universo gestado en las entrañas de este planeta vino a parar al  centro de mi pecho. ¿Qué ínfima parte del todo era esa parte de mí antes de ser mi corazón?

Han pasado tormentas por mí. Me he inundado. Todo ha ardido en llamas iracundas. He visto todo mi mundo derrumbarse y hacerse polvo. Mi nombre ha sido tachado. Mi cuerpo ha sido maltratado. Mi mente ha sido destrozada. Mis pies han sido atados. Todo ya ha pasado por mí. Pero esa cosa extraordinaria ha sabido permanecer, fulgurante. 

Esa parte mínima que antes fue el universo y que ahora es lo que soy, que sigo siendo el universo, es todo lo que ha quedado una y otra vez y en torno a ella he vuelto a edificar la vida. 

A cada desastre le sigue el sosiego de rencontrar entre las ruinas esa materia preciosa en la que yo brillo. Después de la devastación, sus destellos inauguran los días y yo puedo amanecer y ser un día nuevo, que es, cada día, una vida completa y completamente nueva. 

Ahora sé y descanso en esa certeza, que cada vez que todo cesa mi corazón manifiesta su naturaleza indestructible; cada vez está más cerca de su propio núcleo de espacio infinito. Cuando diviso en el horizonte la polvareda que levanta un nuevo cataclismo voy hacia él, llena de miedo y llena de valor, a poner a prueba este corazón de cristal indestructible. 

sábado, 29 de enero de 2022

Un bebé (78/365)

Sostengo en brazos un pequeño bebé mientras respiro el olor de leche y de naranjo florecido que sale de todo su cuerpo. Es conmovedor sostener algo tan pequeño y tan vulnerable; algo tan suave y tan delicado. Es conmovedor pensar que también yo fui un bebé como ese que sostengo con todo el amor que me cabe. Es conmovedor pensar que el hombre que amo fue otro bebé, igual que yo, igual que este. También él, igual que yo, fue cuidado por alguien. También alguien lo sostuvo y lo alimentó con cariño y le habló con las palabras mas tiernas, lo arrulló con los sonidos mas dulces. 

¿Qué fue de esos bebes que fuimos él y yo? ¿Por qué ya nadie nos sostiene con esa dulzura y ese cuidado? ¿Por qué no nos miramos mutuamente, conmovidos, como si fuéramos aun esa criatura frágil? Yo creo que lo somos. Al menos una parte de nosotros continua siéndolo. Y esa partecita todavía quiere ser cuidada. 

Intento que mis brazos sean siempre suaves, que mi pecho esté siempre tibio cuando él viene a mi encuentro. Yo veo, en sus ojos perezosos, esa partecita pequeña que existe desde siempre, que aparece en medio de la noche cuando, por debajo de las sábanas, sus pies fríos buscan los míos, cuando su cuerpo persigue el contacto apacible de mi piel de mujer. Es que el amor nos hace regresar a casa. Sentirnos amados recupera un mundo generoso donde todo lo que uno es, es apreciado y adorado. 

A esta hora de la tarde imagino que él duerme y que yo lo miro. Imagino que algo dentro de mí canta una canción en la que se mecen su alma aletargada y su corazón de naufragio. Imagino que mi parte pequeñita dormita junto a la suya y los dos descansamos de ir por ahí tan desamparados, tan cansados de estas corazas que no dejan que nos deshagamos en el cuerpo caliente de algo primigenio. 

A esta hora de la tarde quiero su amor acunando el mío, quiero su risa despertando la mía. Quiero nuestras partes pequeñitas, mellizas de mimos y llantos. Quiero un amor que de a luz todo lo que somos.

viernes, 28 de enero de 2022

Bichos (77/365)

Pasé por el espejo y reconocí algo que me gusta. El rostro de las noches mal dormidas arropada en un sillón viendo desfilar los monstruos que se escaparon de debajo de la cama.

No era un rostro cansado, no había tristeza tampoco, era algo parecido a la satisfacción. Una cosa serena y animada, una historia, una emoción columpiándose en un árbol muy viejo. Una cicatriz de alguna cosa de la infancia, pero una cicatriz que uno casi ni recuerda porque es piel que ya no duele aunque nunca vuelve a ser la piel de antes. 

Tienen algo de gracia las cicatrices de la infancia porque las sobrevivimos. Accidentes que no acabaron con nosotros, al menos no en sentido literal. ¿Y las cicatrices de la vida adulta? Esas normalmente acaban con nosotros aunque no nos matan, esas casi nunca las sobrevivimos. Hacemos un desastre. 

Pero miré el espejo al pasar y entonces saltó sobre mí una alegría. Aparecieron cositas pequeñitas como bichos que viven debajo de una piedra, todos conviviendo en ese mundo húmedo y oscuro de cosas vivas que crecen y se reproducen y se alimentan unos de otros y hacen una tierra muy fértil. Saltaron sobre mí esos bichos cuya presencia me ilumina de una cosa que yo no sé decir pero que siento muy mía, muy de este momento. Moví una piedra que estuvo sobre la tierra por treinta y siete años y descubro un ecosistema sorprendente. Esos bichos debajo de una piedra, mis monstruos debajo de la cama. 

Mírame hoy y dime si tú también ves eso que yo veo. Dime si se notan esos bichos de luz que se trepan por mi espíritu de cosa viva, de cosa destinada a la muerte. Está vacío el espejo. Está todo en los ojos que lo miran. 

jueves, 27 de enero de 2022

Mira (76/365)

Mira lo que hay en este día. Mira a la Tristeza recostada en su lecho de flores de corazón. La Tristeza es una muchacha de piel oscura, piel tostada por el sol de este verano de pasto resecado y raíces sedientas. En cambio, la Alegría es un niño que acaba de despertar y todavía se despereza entre la cama, con las mejillas encendidas mientras pregunta por su pelota, por el lugar que ocupa su madre, por el olor del pan que se cuela por debajo de la puerta y sonríe soñoliento mientras regresa al abrazo de las almohadas y la ligereza de una vida que solo existe en el instante. 

Mira lo que hay debajo de este día. Mira el lecho de flores de todas las cosas que desfilan por las riberas de este río incesante. Mira a las muchachas y a los niños. Deja que se cuelen todos los manjares y que supuren todas la heridas. Mira de cerca todo lo que está por debajo y lo que está por encima y deja que lo que vive en el medio de las cosas te atraviese y te permita respirar por tus branquias de animal acuático del río que tiene como único destino el océano infinito de tiempo agotado. 

Mira lo que hay en este día y deja que las campanas lo anuncien a los vientos de todas las direcciones. Mira de cerca y canta tus canciones. 

¿Extrañas a alguien? Mira de cerca lo que hay en este día para descubrir en dónde está ese alguien escondido. ¿Algo te inquieta? Mira con atención lo que aun está flotando en este día y descubre, antes de que se ahoguen, los restos de las cosas despedazas que chocan contra tus orillas. Mira y deja que las cosas te devuelvan la mirada, que canten sus propias canciones y entonces, ahí sí, puedes cerrar los ojos de este día. 

miércoles, 26 de enero de 2022

saltar/volar (75/365)

Cuando el alma está lista para saltar, entonces salta sin pensarlo mucho. Al final, está uno siempre cayendo sabiendo que nunca va a encontrar un suelo en dónde aterrizar. No es el golpe lo que el alma teme, es la sensación de estar cayendo. Lo paradójico es que eso es lo más parecido que tenemos a volar. Pero no volamos porque nos da miedo. 

Hay días en los que casi vuelo. Apenas abro mi boca, me dejo llevar por la fuerza que me atrae hacia el centro del mundo y todo se vuelve ligero. Doy una vuelta alrededor de mi misma y giro con gracia mientras me deslizo por entre el aire caliente de una tarde de final de enero. Me parece verme sonreír mientras sigo la trayectoria de algún pájaro que migra, que recorre el infinito de un hogar a otro. 

Hay día en los que no caigo, sino que me desplazo serenamente de arriba a abajo por las cosas que me mantienen de pie en el mundo. Las cosas con cualidades materiales en las que busco mi reflejo y me encuentro y me invento y me pierdo. 

Soy un pájaro que, insistente, regresa a su antiguo nido a buscar algo ancestral, algo salvaje, algo instintivo y natural. Soy un pájaro herido que tiene que volar trayectos cortos. Soy un pájaro que ha perdido sus plumas. ¡Pero soy un pájaro! 

Un pájaro de alma, soy. Y regreso a buscar lo que ya no es mío. Y estoy herido, pero vuelo, me dejo caer y entonces vuelo. 

martes, 25 de enero de 2022

Mi cansancio menstrual (74/365)

Un corazón agotado es capaz de muy poco, pero ese poco es suficiente para extinguir el calor de una estrella. También cuesta la oscuridad y el silencio. Por fortuna, mi cuerpo se mueve solo, como la cola de una lagartija que continua con vida al desprenderse del animal. Hago las cosas del día y parece que soy quien prepara la cena, quien se sienta a leer o quien conversa la tarde entera sobre las fincas que producen café. 

Mientras se despliega la vida ordinaria algo dentro de mí reposa; se hunde en las palabras imposibles de un poeta mexicano y llora sin ningún llanto las heridas de un último amor. Mi cuerpo hace su trabajo y se prepara para menstruar. Yo me tomo un receso de mí misma. No tengo cómo mantener mi cabeza unida a este cuerpo. Hago de cuenta que sí, pero no. Yo apenas lo persigo, solo para que podamos coincidir al menos en el mismo día, pero cada cosa vive un tiempo diferente.

Mañana, cuando nos despertemos intentaré unir con un nudo más fuerte lo que soy y lo que siento, es decir mi anatomía y una cosa a la que llamo Yo, que es como mi mascota, mi muñequito vudú, mi amuleto de la suerte. 

Me dejo llevar, solo eso. Ahora escribo y luego estudio francés. Luego me llevarán a la cama y tomaré algo caliente para ahuyentar los mocos y la tos. Después alguien se sienta a respirar y al apagar la luz dejará rodar dos lágrimas calientes que mojen la funda de la almohada. Otro día consumado. Otro día de "vivir". Las cosas que la muerte no se lleva son las cosas que, a pesar de mí, han quedado grabadas en las columnas de los templos. Yo solo los recorro y los cubro con la oscuridad de estos días. A veces me arrodillo y rezo. Otras, solo me quedo ahí aguardando la puesta de sol. Un corazón que se cansa. Un corazón que se gasta. Un corazón que late aun antes de mí, que acabará conmigo un día ordinario como el de hoy. 

lunes, 24 de enero de 2022

Disciplina (73/365)

Una cena simple al caer el sol. La tarde silenciosa, cada una, ocupada en sus labores. Cuanta belleza en las cosas que no tienen trascendencia. Hace días que no me pinto los labios y estoy aprendiendo el bello arte de refrenarme. 

Si me preguntas por una cualidad en mí misma que valore voy a responderte sin dudar un segundo: disciplina. Un movimiento interior que me orienta hacia las cosas que, conscientemente, elijo para mí en este camino que hacemos todos: bienestar y alegría; no quiero usar felicidad. Un placer muy completo después de hacer algo que yo creo que está bien hacer, como comerse algo que es nutritivo y descubrir en esa propiedad la profundidad de un sabor que dura más allá del instante. Sí, puedo apreciar una vida disciplinada como una vida nutritiva y eso es importante para mí. Por mucho tiempo quise ser nutricionista. Me gusta aprender la relación entre la vida y la comida. Lo hago a mi manera, de muchas maneras. 

¿Es tu amor algo nutritivo para ti mismo y para los que están alrededor?

¿Es tu presencia en mi vida algo nutritivo para mi corazón? ¿Eres una tacita de frambuesas o eres mi pan con mantequilla? Con el tiempo, refrenarme frente al pan con mantequilla ha cobrado una importancia capital y es una forma de relacionarme con la lucidez bondadosa en mi interior. Una forma de amistad conmigo misma. Me gusta el pan con mantequilla, pero no lo como. 

Mañana, el reloj suena antes de que salga el sol y probablemente no voy a querer levantarme, pero me levanto. Hago ejercicio porque es más lo que gano que lo que pierdo y a mi cuerpo le gusta. La disciplina es su propia recompensa. La mesa servida, la ropa limpia, Lila esperando su galleta del medio día, silencio. Se hace de día y luego se hace de noche y otra vez se hace de día. Y en ese movimiento de la vida, la vida tiene su propia recompensa.  

domingo, 23 de enero de 2022

Domingo amarillo (72/365)

Me queda siempre el silencio. Me queda mi casa de todos los tiempos y todas las vidas. Me queda la libertad de cerrar las ventanas y quedarme adentro sin compañía. Me queda lo que es secreto. 

Me queda la oscuridad de mi casa del vientre que una vez por mes es de luna nueva. Nueva yo, nueva vida, nuevas heridas para cuidar. Despido a mis mejores amigas del resto del mes y nos quedamos la oscura y yo en casa, haciendo pan en el horno de leña. Aquí no hay estaciones, pero si hubiera, este sería el otoño. Todo es amarillo, como era el otoño en los libros. Yo nunca vi un otoño más allá del de mi corazón. Mi corazón amarillo que se cae en las hojas de todos los árboles en los que ha retoñado y a los que se encarama a jugar cuando hay sol y cuando hay lluvia que hace coexistir la nube y el río en un mismo instante de una gotica que se evapora en el suelo caliente. 

Mis ojos son amarillos y mi sangre es amarilla. Es todo viscoso y amarillo como la savia que sangra de los pinos. Entonces soy un pino recién podado que inunda la mañana de perfume. A Lila le gusta ese perfume, le gusta caminar cerca de las ramitas de pino que quedan en la entrada de la casa después de que ha sido podado. Me gusta como se detiene cada dos pasos para oler y parece como si fuera feliz. Así quiero verme yo cuando me siento feliz. Esa agitación en su nariz húmeda, sus ojos brillosos que buscan, su pelo suavecito que se mece al ritmo de su inhalación. Es totalmente un perro que olfatea y absorbe el mundo. 

Quiero ser un cachorro que conoce el mundo. Quiero ser un silencio amable, no un silencio belicoso. Hago silencio en mi respiración y trato de ser como algo que se esparce sin trabajo sobre las cosas. Me sale pésimo a veces. Pero me queda el silencio, el secreto, la casa cerrada, la tarde, los brazos que me esconden, la paciencia. Me quedan los ojos amarillos que buscan, la sangre amarilla de las estaciones que pasan y que hacen que el cielo cambie, que la noche cambie, que las plantas cambien, que todo cambie. Que cambie yo y los pinos y las frambuesas y el perro y yo. 

sábado, 22 de enero de 2022

Primera lluvia de enero (71/365)

Cuando al fin la pereza de la tarde me suelta, salgo a tomar un poco de sol. Me siento de espaldas al maíz que se mece violento con el viento; uno de mis sonidos favoritos en el mundo. Mis sobrinos juegan, los perros se revuelcan entre el polvo caliente de este enero. Mi madre y mi hermano hablan de... ¿de qué hablan?

Se acerca lentamente un nubarrón oscuro que anuncia que, finalmente, la lluvia va a regresar. Ese calor y ese viento anticipan la alegría de nuestras lechugas y repollos, de las babosas y los caracoles. Anticipan también mi melancolía de sábado pre menstrual. 

Qué envidia de la mirla que, posada en lo alto de un poste, se deja acariciar por la lluvia incluso antes de que caiga. Ahí está ella, solita de espaldas a la higuera donde decenas de otras mirlas aprovechan los frutos verdes y saltan, de una rama a otra, siendo mirlas y nada más. Ella, quietica mira el maizal desde lo alto y mira la nube que corre hacia nosotros y yo la miro y quiero tener esa capacidad de volar pero no hacerlo, quiero saber que puedo saltar sin riesgo, que puedo irme, que puedo quedarme, que no necesito a nadie para ir a algún otro lugar. 

Cuando las gotas empiezan a caer, nosotros corremos para refugiarnos en casa. La mirla seguro hace lo mismo. Yo termino en la silla de mi habitación junto a la ventana con un café caliente entre las manos viendo a mi perra aprovechar el calor remanente de la tarde entre mis cobijas. ¿En dónde se refugia la mirla, si es que se refugia? ¿Qué hace un pájaro cuando empieza a llover? 

Quería yo estar encaramada en la higuera viendo a las plantas levantar dichosas sus rostros a la lluvia, erguirse para su felicidad y la nuestra. Quería yo ser lo que soy y nada más, en esta tarde, en la copa de la higuera, entre los surcos del maíz, envuelta entre la nube de esta lluvia, al vuelo de la mirla de esta tarde, en los brazos de mi madre que son mi refugio, en este corazón que duele y que sangra y que es todo lo que puedo ser en la primera lluvia de mi enero. 

viernes, 21 de enero de 2022

El menú (70/365)

Verde vivo que cruje entre mis manos. Sirvo una copa de vino para que me acompañe. Bailo. 

Tomates, pimentones, cebollas y ajos aromáticos. Inauguro la sensualidad del día en la tabla de picar. Mi perra espera pacientemente su parte de las tiras finas de zanahoria que estoy cortando. Amarillo mostaza, sal y pimienta. 

Suenan las cacerolas y los líquidos hirviendo, suenan mis pasos de la estufa al refrigerador. Transporto conmigo las historias, los secretos, las risas compartidas en torno a la comida. Le enseño a Lila el único paso que aprendí de Samba de Gafieira y estamos casi listas para llevar todo a la mesa. 

Somos cinco hoy. La mesa está puesta con individuales de rayas. Hablamos de la vida, de perder las esperanzas, de las clases de biología y de las mascotas en la casa. Verde sol que hace crujir de alegría nuestro cuerpo y nos ilumina un momentico del día. Todo el mundo come hasta terminar. Todo el mundo se muestra complacido. Todo el mundo agradece. Yo, en silencio saboreo las sonrisas. Mañana serán espaguetis. 

jueves, 20 de enero de 2022

La belleza de las cosas ordinarias (69/365)

Me senté a meditar las cosas del día, un día ordinario sin conmociones especiales de mis sentidos y algo vino al primer plano de mi memoria: en un platico de flores, uvas pasas amarillas, almendras y nueces de macadamia fueron el postre del almuerzo.

Eso no tiene nada de ordinario para la mayor parte de las personas que conozco. Quizás por eso, este momento de vivir se siente como algo misterioso. Es que acaso ¿ya me estoy pareciendo a mí misma?¿Qué parte de mí es la que entra en comunión con algo puro mientras mastica al mismo tiempo la textura pegajosa de la uva pasa, que siendo amarilla es más ácida y menos empalagosa, y una nuez de macadamia que libera sus aceites al ser macerada por mis dientes? Ese sabor que descubrí, esa mezcla de texturas en mi boca, la acidez cortando la untuosidad de la nuez y mi boca llena de una saliva dulce y seca. Eso fue algo anti-ordinario. Me gustaría saber más palabras que pudieran describir ese momento de embeleso en el que me hundo en algo de mi vida que me parece algo más genuino por ser chiquitico e insignificante para el resto del mundo. Quisiera algo que le diera a las personas que amo ese instante de tomar en su mano un par de esas uvas y una nuez para ponerlas en su boca con curiosidad mientras me miran a los ojos. 

Son esos momentos anti-ordinarios lo que me devuelve alguien que siendo yo, todavía no alcanzo y que también, siempre he sido yo. Me pesa algunos días mi obsesión por la belleza de las cosas anti-ordinarias. Me cansa. Me angustia. Pero me mantiene al filo de unas emociones que, puedo asegurar, me vienen de vidas que ya viví. He reencarnado sin poder soltar la sensualidad de mis vidas pasadas y mi cuerpo se delata con una debilidad por cosas que, racionalmente, no tendría por qué reconocer. Uvas pasas rubias y macadamias para el postre del almuerzo. Nada más, nada menos. 

miércoles, 19 de enero de 2022

Palabras para hoy (68/365)

Clarice Lispector se pregunta "como é que se escreve?" y responde: "escrevendo"

Me fijo en los libros que están sobre mi cama a esta hora. Me vuelvo cazadora de palabras. ¿En dónde encaja la palabra "resurrecciones"? ¿En dónde "indulgencia"? ¿Qué es exactamente "arcanduz"?

Los libros sobre mi cama me delatan. Estoy encaprichada con las palabras que misteriosamente se ordenan y hacen funcionar el universo. Cada una de mis células sabe a la perfección lo que debe hacer para mantenerme con vida. Lo mismo las palabras dispuestas en las páginas que me acompañan. 

Cuando saqué los volúmenes de la biblioteca, la mujer que me atendió me dijo: "ya había llevado estos libros antes". Asentí con una sonrisa. Así es con la poesía, no es suficiente dormir con ella una única vez. 

¿Cómo es que fueron escritos estos libros? Escribiendo. 

Dejo encendido el velador de mi cama hasta bien entrada la noche y una atmósfera romántica hace flotar "éxtasis", "patíbulos" y "obeliscos" por encima de mi cabeza. "Lejanía" posa un beso en mi frente y soy arrullada hasta dormirme: "Palabra, una palabra, abandonada".

martes, 18 de enero de 2022

Agradezco el día (67/365)

El sol de la tarde dibujando las sombras de la persiana en la pared me recordó lo afortunada que soy. Tengo tanta suerte por vivir en esta casa llena de luz y de aire fresco, con una huerta y espacio para que mi perrito juegue libre. Tengo el privilegio de compartir las horas con mi madre mientras la veo hacerse cada vez más lo que ha sido destinada a ser. Hay comida, agua pura, ropa linda, hay libros, hay música, hay calma y ternura. Hay café recién hecho y conversación para compartirlo. 

Soy increíblemente afortunada por tener todas las condiciones que tengo y por tener este corazón que busca. Poder pasarme horas solo viendo el cielo pensando en vivir y morir es un regalo que acepto con las manos plenas de gozo y agradecimiento. Hoy puedo asomarme desde las ventanas de mi alegría; no siempre son esas las que están abiertas, pero cuando lo están, es maravilloso lo que puedo apreciar. 

Aprecio las cosas grandes y las pequeñas, los placeres y las rutinas, mis anhelos de vivir intensamente y mi voluntad de inventarme una vida que pueda brillar en su belleza. Inclusive puedo apreciar el miedo y la fatiga, la incomodidad que me produce la incertidumbre y las cosas imposibles de resolver. Puedo apreciar la cualidad frágil y finita de la vida y de todo lo que danza en ella; todo se hace liviano, mi malestar también. Sólo un sueño del ego, solo una invención para pasar el tiempo y entretenerme de lo que es realmente importante. 

Lo escribo para darme cuenta y que no se me escape este día. No hay nada que me falte hoy y me siento agradecida. 

lunes, 17 de enero de 2022

Convalecencia (66/365)

Hay partes de mí que me son perfectamente conocidas y ahora sé, por ejemplo, el instante en el que mi cuerpo me dice: voy a enfermar. 

La más reciente se presentó estando sentada con Raquel en el centro comercial. Acabábamos de tomar un Chai y una torta de chocolate riendo a carcajadas por nuestras historias del fin de semana y sobre todo, por la alegría de compartir juntas su último día de vacaciones. 

En medio de eso, una nube de tormenta empezó a cubrir el cielo rosado de Bogotá y de paso mi alegría. Algo que esperaba con ilusión (ilusa viene de ilusión) se desvaneció minuto a minuto ante mis ojos, nuestros ojos, los de Raquel y los míos. Cuando fue inevitable ver el reguero a nuestros pies intenté mirar hacia otro lado y desviar la conversación. Ella, que es más sabia y bondadosa que cualquiera, miro eso y luego me miró con esos ojos compasivos y pudo sostener en el aire, toda mi vergüenza, justo antes de que cayera sobre el desastre de mi contundente derrota. Una derrota minúscula, pero monumental para mi ego. 

Justo cuando sentí mis mejillas mojadas y el abrazo de Raquel, algo me susurró al oído: necesito ser cuidada ahora, necesito dejarme caer ahora. Entonces mi cuerpo puso en marcha los mecanismos que aun no consigo traducir y comprender para dejarme por varios días en cama, al cuidado de mi madre que a cada cosa que se me ocurre, responde con las afirmaciones de amor más dulces y generosas. 

Es el amor el que abre todas las puertas en mi vida para que yo pueda arriesgarme a sanar. Así, en esta convalecencia, el amor valiente es la única verdad. El de abrir la ventana de los abismos, el de sostener la vergüenza del fracaso, el de la paciencia de cuidar y nutrir el cuerpo y el alma de alguien que lo necesita.

Gracias precioso cuerpo por las lecciones, gracias a quienes me sostienen y aguantan mis mareas.

domingo, 16 de enero de 2022

Mi coraje, mi verdad (65/365)

Me miro a través de las cosas que hago, de las palabras de la gente que me ama y si hago suficiente silencio, me reconozco. Algunas tardes me desconecto de todo y me quedo contemplando mi propia vida, hoy por ejemplo, desde las líneas de algún libro que me entusiasma. Escribo. Preparo un té. Miro por la ventana. 

Voy al baño y me detengo frente al espejo. Algunas ojeras y mi pelo desordenado me dan impulsos de moverme un poco y de buscar las cosas transparentes en mi vida. ¿Cuál es el costo de querer la verdad?

En esta tarde de domingo me digo a mí misma que no me importa cuán alto sea, estoy dispuesta a pagarlo. Un par de semanas atrás abrí una puerta, energética digamos, para ponerlo medio esotérico, a la pérdida de todo lo que no fuese la verdad. No hay más verdad que el coraje de mirar las cosas tal como son. No hay más verdad que pronunciar mi nombre y contar los días de mi vida con la cabeza alta y el pecho amplio de aire fresco. 

Cada cierto tiempo es necesario hacer una hoguera con las cosas que, habiendo prestado su servicio, no hacen sino estorbo en las casas interiores. Pero siempre dejamos un desván, un armario secreto con las cosas que resultarían demasiado dolorosas perdiendo su cualidad entre las brasas. Son las cosas más peligrosas, porque camufladas como tesoros no son sino trampas de oso en medio del camino, manzanas envenenadas que aceptamos con gusto y atesoramos como dádivas de quienes nos son más amados. 

Pero, cada cierto tiempo, también, el coraje se vuelve verdadero coraje y podemos ya, no solo pronunciar, sino deletrear el nombre de quienes somos y dejar arder, armario incluido, las cosas opacas de nuestras habitaciones. No hay otra verdad que el coraje de quedarse en pie frente a la hoguera. Ojeras y todo, en esta tarde de domingo me reconozco en ese coraje y esa voluntad de mirar directamente las cosas transparentes y fulgurantes de mi vida. Mi coraje, mi verdad, mi libertad.

sábado, 15 de enero de 2022

Sin compañía (64/365)

Compañía tiene que ver con cercanía, con estar, con ir al lado, con coincidir en tiempo y lugar o en intención o en energía y afecto. Compañía tiene que ver con presencia, no física exclusivamente. 

Presencia tiene que ver con existir.

Y existir tiene que ver con la vida, con identificar alguna cosa como real. 

¿Es demasiado pedir tu compañía?

Hoy me apareció un poema de Rumi, doloroso y sabio, que me parece ir a punto para este momento en que te extraño rabiosamente y rabiosamente comprendo que no hay nada qué extrañar:

I choose to love you in silence, for in silence I find no rejection. I choose to love you in loneliness, for in loneliness no one owns you but me. I choose to adore you from a distance, for distance will shield me from pain. I chose to kiss you in the wind, for the wind is gentler than my lips.  

No tengo idea de quién eres en esta noche en que estás sentado en el sofá frente al televisor viendo las noticias, comiendo en un plato cualquiera una comida cualquiera servida sin ningún cuidado. Estoy enojada porque no me llamas, porque ya no nos queremos, porque no hay, ni siquiera, un puerto en el que podamos desembarcar juntos. No hay nada pero ninguno de los dos quiere decirlo en el secreto de su corazón. 

Lo que más me enoja es no poder dejar ir la ilusión de que quizás haya algo nuevo, un curso que ha sido fijado mientras dormíamos y que por eso nos estamos alejando de la orilla. No nos hemos visto, pero estamos los dos en el mismo barco y la luna llena agita las aguas de mi pena.  Detesto ser una pregunta de cuerpo entero, no entender nada y tener que sentarme a mirar el silencio espinoso que has sembrado en el balcón de mi casa. No floreció nada más ahí, no hay sino hojas secas, pero yo sigo regando la maceta por si acaso, por si quizás, por si no se acaba el mundo en esta vuelta.

viernes, 14 de enero de 2022

Un paso (63/365)

Cuando siento algo atorado en el pecho, quiero hacer cosas que me dan miedo, cosas que nunca hice, cosas que, sin ser extraordinarias, están por fuera del círculo de tiza que trazaron para mí. En esas, a veces me rompo la cabeza o lo que llamamos el corazón. A veces rompo las ventanas o rompo los mandamientos; pero la curiosidad por una vida más allá de mi pequeña vida hacen que sea imposible resistirme. 

Doy un paso hacia las cosas que me asustan, doy un paso hacia mí misma. Eso me pone más cerca de otros y, en ocasiones, eso resulta aterrador. De cerca es imposible ocultarse; de cerca, solo se puede mirar a los ojos del otro. 

Me paro derechita con mi verdad colgada en la espalda; así camino mejor y me aproximo de forma certera a las cosas que me revuelven por dentro, a las que son capaces de reescribir mis historias. 

No se amar sino de esa forma, con mi verdad haciéndome contrapeso, mi verdad, siempre provisional, haciendo las veces de faro en las noches en las que las tormentas del sexo y del arrebato amoroso agitan el curso de este corazón sentimental. 

Siempre regreso a lo mismo. El amor es toda la cuestión por estos días. Hay mucha agitación, Hay mucha confusión. Me levanto en medio de la noche y miro por la ventana caer en aguacero toda la frustración y el fracaso y la soledad que se ha acumulado en el cielo de estos primeros días del año. Ningún pronóstico podría haberme preparado para este fenómeno de los vientos de mi vida. Aún así, aún en medio de estornudos y mocos doy un paso hacia afuera y me dejo empapar por mis propias penas, que, apenas amanecer, no son más que rocío delicado sobre las hojas. Me renuevo. Amanece después de la lluvia y está todo fresco y toda yo reverdezco en el amor, que es toda la cuestión por estos días. 

jueves, 13 de enero de 2022

Esa vida que crean los objetos (62/365)

Huele a flores y a vainilla cuando entro en la habitación salpicada de luz de atardecer. Las cortinas de velos producen figuras de sombra sobre la cama y en los espacios calientes de sol, la perra ronca la siesta vespertina. Hay muebles antiguos, cosas de madera, de bronce, cosas tejidas y hay libros; en cada mesa y cada rincón hay libros. 

Casi todas las cosas están en su lugar y casi todo lo que está fuera de lugar aun respira las humedades de su cuerpo; son cosas que han sido tocadas, cosas que han sido usadas para vivir. ¿Cuál es la vida que han creado esas cosas?

Una vida de pausa y silencio. Una vida de sensualidad. 

Es evidente que hay devoción en esa vida; por los Budas, por los libros, por la belleza. Devoción por algo de adentro. 

¿Qué dicen de mí las cosas con las que me rodeo? ¿Qué vida es la que se vive entre estas cosas, entre todo el tiempo que lleva limpiarlas y ponerlas, cada una en un lugar?

Me observo a mí misma desde fuera sosteniendo los objetos de mi vida. Hay cuidado y atención, hay reverencia y hay sed de algo perenne. Uso mis objetos como espejos de alguien que llevo adentro y que me esfuerzo por parir cada mañana cuando pongo las manos sobre mi pecho y siento mi corazón mientras pienso: "hay un universo infinito y existe únicamente aquí". 

El libro sobre la mesa, la tetera vacía, la cobija doblada a los pies de la cama. Un universo infinito dentro de mí. 

miércoles, 12 de enero de 2022

Mis cosas favoritas (61/365)

Mis cosas favoritas son cosas que se dañan con facilidad. La loza, las flores silvestres, las cositas de cristal y los papeles delicados están siempre rodeando mis días. Presto atención a esas cosas para intentar preservarlas, buscando ser consciente de la sensación de fragilidad y finitud entre mis dedos.

Me miro al espejo, con los ojos brillantes por el cansancio y unas goticas de melancolía; ahí veo otra de mis cosas favoritas. Mi anhelo, mis ganas de dejarme caer, mi utopía; cosas que se rompen con facilidad.

Estoy agotada. Hoy me cuesta sentir como siento y ver el mundo desde este rincón; este rincón que ya no me huele a lo que yo pensé que olía mi último amor (imposible). Tengo el corazón desportillado. Extraño la ilusión de que podíamos ser alguna cosa sin nombre y sin país, sin color ni sabor, pero alguna cosa en todo caso. 

Me quedo en silencio mientras tomo un té en mi taza preferida. Una preciosidad comprada en el mercado de San Telmo de Buenos Aires. Una cosa lindísima y delicada. Me parece estar sosteniendo mi propio corazón, mi ilusión de sentirme entre sus manos como esa misma taza. Quizás sería desproporcionadamente delicada para la dureza de su tacto, igual que mi corazón. Entonces mejor así. 

Termino el té y lo dejo sobre su platico. Dejo también mi corazón ahí. Es posible que estemos mejor así, pero es que me gusta estar cerca de mis cosas favoritas, de mi ilusión, de alguna posibilidad de habitarnos uno al otro por un instante. Qué puedo decir... esa emoción de nuestra risa cerca de mi ombligo es la última de mis cosas favoritas. Nuestra risa que, también, se rompe con facilidad. 

martes, 11 de enero de 2022

Esta es mi vida (60/365)

Me pasé el día limpiando y ordenando cosas: objetos decorativos, ropa, libros, herramientas, muebles, utensilios de cocina, telas, revistas viejas... Al final del día, con la casa despejada, las cosas que quedaron, puestas en un lugar específico, parecen más bellas.

Eso mismo estoy haciendo conmigo. Levantando el tapete para ver el mugre que se ha quedado por años acumulado; abriendo los cajones para encontrar cosas perdidas mientras finjo sorpresa; bajando al sótano para encender la luz y hacer un poco de espacio. Me siento incómoda y cansada, pero me detengo un momento en el silencio para observar y comprendo que está bien.

Está bien que las cosas se gasten. Esta bien que las cosas se rompan. Está bien que las cosas queden disparejas, que se oxiden, que se pierdan, que se descompleten, que se pudran, que se descascaren, que se desportillen, que se aviejen, que se sequen, que se ablanden, que se desmoronen. Está bien; esa es la naturaleza de todas las cosas. La nuestra también; la de este cuerpo y la de esta vida que llenamos de cosas para no pensar en que esa naturaleza es la única verdad.

Y ¿qué hacemos mientras tanto, mientras contemplamos el flujo incesante de transformación y ruina que somos y que es todo lo que identificamos con nuestra propia vida? Pues sacarle brillo a todas las cosas y usarlas todos los días con alegría y con deleite. Ventilarlo todo y convidar a los amigos para compartir. Algunos escribimos y cosemos y cocinamos bebiendo una copa de vino. A veces, solo tomamos agua viendo un cielo rosado del atardecer. A muchos nos gusta rodearnos de cosas bellas y personas bellas e instantes que resultan memorables de tan profundo que nos tocan y nos permiten experimentar lo único que no se desgasta y se pierde. 

Algunos escribimos para ser más conscientes de ese flujo, de esa incapacidad de retener algo, de hacer durar lo que somos y nuestra vida; para no sucumbir ante la pena de todo lo que perdemos cada día.  Para mí, es como tener una vajilla preferida y ver romperse una pieza tras otra sin poder detenerlo. Ese ruido, esos pedazos, esa perdida irreparable que deja incompleto algo que era un conjunto. Así escribimos algunos. Y hay belleza en ese tiempo tecleando estas palabras. 

En eso pienso cuando regreso a una cita de Natalie Goldberg: 

Nuestro secreto más profundo es que escribimos porque amamos el mundo. Y por qué, entonces, no decidirse a sacar este secreto que hay en nosotros, y llevarlo a las salas y las galerías, el jardín y el mercado? Que todo florezca: la poesía y quien la escribe. Y, sobre esta tierra, acordémonos siempre de ser amables.* 

Lo que algunos hacemos es eso, justamente. Escribir para permitir que todo florezca e intentar ser amables en el mundo. ¿Qué haces tú?

* The deepest secret in our heart of hearts is that we are writing because we love the world, and why not finally carry that secret out with our bodies into the living rooms and porches, backyards and grocery stores? Let the whole thing flower: the poem and the person writing the poem. And let us always be kind in this world. 
(Texto original del libro Writing down the bones) 

lunes, 10 de enero de 2022

Sabor de ti (59/365)

Sabor de mezcal en mi boca. Sabor de sal en la punta de tus dedos. 

Mi lengua que te busca. Tus planes que me alcanzan.

Nos escapamos por un rato y nos decimos amores en medio del jardín.

Quédate conmigo; agárrame de la mano como la primera vez y llévame a caminar lejos de mi corazón herido.

Niño, quédate conmigo un ratico más. Déjame que me acomode en tu pecho esta otra noche, que parece como de otra vida. Una nueva Yo, en mi nuevo cuerpo, con nueva luz en mis ojos, por ti y tu mano en la mía escribiendo el mundo de nuevo. 

No me dejes tener miedo de nada. Haz nacer estrellas con tu risa para que las veamos juntos con tu telescopio. Escribo para ti, para que no se escape este día en que me deshago alrededor de tu cuello y me apozo en la profundidad de tu ombligo. Sostenme así, acurrucada en ti y no me dejes tener miedo de nada. 

domingo, 9 de enero de 2022

Soñé con esta chica que soy (58/365)

Hoy me voy de fiesta conmigo. He querido tener este día, de ponerme linda e ir de la mano conmigo, como una declaración de todas las cosas en las que creo.

Creo en los lazos de afecto y cuidado que nos conectan con otros y que, en esa medida, nos conectan con nosotros mismos.

Creo en abrigar, como una madre, de la mejor manera que puedo, todo lo que soy y lo que voy descubriendo al andar conmigo.

Creo en apostar por una vida coherente entre lo que anhelo, lo que cultivo en mis días y lo que digo que soy. Es lo más difícil, pero es también lo más emocionante.

Creo en dar un paso más allá del miedo y levantarme con mi nombre propio en la boca en medio del salón. 

Creo en la dulzura, la ternura, las caricias, el cuidado de la comida caliente y las cosas hechas a mano; creo que esa es la verdadera resistencia.

Creo en que cambiar es el privilegio de esta vida humana. Poder ser muchas cosas, muchas personas, muchos amores y muchas alegrías de acuerdo con las estaciones de la vida. Yo, por lo menos, hoy me siento como la chica con la que soñé cuando tenía quince años.

Creo en la alegría que lo abarca todo. En poder descansar en la imperfección, en la ansiedad, en la depresión, en la vergüenza, en el miedo de perderlo todo. Creo en dejar que esa energía me atraviese y me rompa por completo para así, más libre y más ligera, poder experimentar su poder y su transparencia. 

Esta tarde soleada de domingo, mientras me preparo para ponerme un vestido lindo y lápiz labial, creo en mí, en que soy capaz de ser mi mejor versión posible para brillar ante mis propios ojos y poder decirme con honestidad, conmovida con mi piel y mis heridas: con toda tu historia, con toda tu inseguridad y tus defectos, eres todo lo que quiero a mi lado. Si estoy contigo, yo no necesito a nadie más. Vámonos de fiesta a celebrar que existes y que vas por la vida declarando que amas. Vámonos a compartir ese amor, que la tarde está cayendo y la vida es apenas un instante. 

sábado, 8 de enero de 2022

Diez años después (57/365)

Me enamoré de mi profesor de natación. Pero eso solo pasó diez años después de conocerlo, cuando, después de que los años asentaran nuestras rarezas, yo pudiera ver en él un espejo empañado de mi propio deseo de una vida a mi medida. 

Cuando lo conocí, en la efervescencia de mi libertad pos divorcio, estaba obsesionada con su voz. Mi cercanía libidinosa me impedía ver lo que él veía, pero aunque estaba ciega, podía escucharle decir mi nombre y podía sentir el roce de su piel a través del agua. Yo quería compartirle todo lo que había atesorado en mi pequeña casa; mi pequeña vida de pequeña libertad. Sólo era inmenso mi deseo, mis ganas de escribir despacito mi nombre en su cuerpo con la yema de mis dedos. Yo usaba un vestido de baño azul y diez años después él lo recordó. No tengo idea de cómo se ve este amor desde su orilla. ¿Es inapropiado poner aquí la palabra amor? 

Diez años después y muchos, muchísimos días después de buscarnos uno al otro desde rincones lejanos de nuestras geografías interiores, nos encontramos, en el mismo lugar en el que nos encontramos por primera vez fuera del agua; yo me sentí fuera del mundo envuelta en su conversación y en su sonrisa y en ese color de su piel que es como la canela pero más perfumada. Se me llena la boca de sabores si recuerdo ese color. 

Cuando lo volví a ver hace poco, su sonrisa me pareció menos altiva. Había algo triste, algo profundo, algo solitario en esa sonrisa que acabó con mi corazón. Suena dramático así, pero en realidad es algo delicioso ver caer el propio corazón ante alguna cosa que hace alguien casi sin darse cuenta; suspirar y pensar: estoy perdida. Perdida aquí, en este instante de su cuerpo que exhala en una carcajada que detiene el pensamiento. Hace diez años quería verlo atravesar la puerta de mi casa y sentir el calor de su avidez por la vida. Ahora, solo quiero caminar a su lado en silencio por un bosque, esperando a que se decida a empezar a hablar, quebrando las pausas que instala en lo que dice, obligándome a acercarme más, a dejar que mi oído roce su boca para descubrir los murmullos de su aliento. Quiero bebérmelo, asomarme a las orillas del agua tranquila que son esos ojos color de tierra y de luz. 

Decir que me enamoré tal vez sea exagerado. Al menos puedo decir que me encuentro a gusto entre sus manos que ni me tocan, que apenas ensayan cubrirme de alegría en el medio día de un domingo cualquiera. Es que cuando yo lo miro encuentro algo de lo que está perdido. Me quiero ir con él a un lugarcito sin tiempo y dejar que me cure. Hacer de cuenta que se puede pasar por la vida derritiendo el corazón de uno en el de alguien más. Pretender que estoy enamorada como se enamora la gente corriente y que sufro por no poder estar con él. No es cierto. Me complace decirlo así, enamorarme así, dejar así, que las cosas se quiebren solas, se sequen, se extingan en el curso natural de las emociones. Me enamoro de él como en relámpagos. Destellos de energía que iluminan todo. La vida.

viernes, 7 de enero de 2022

Amanecer (56/365)

En estos días, mientras ordenamos la casa con mi madre, nuestra casa, hemos hablado constantemente sobre la vida y la muerte, sobre las cosas y las casas, y terminamos, indefectiblemente, hablando sobre nosotras y nuestros momentos de vivir y de envejecer. Todo lo que poseemos y que con tanto trabajo movemos de una habitación a otra, de una caja a otra, año tras año, tendremos que, finalmente dejarlo atrás. Igual con estos cuerpos, igual con estos días.

Y hablamos sobre cómo queremos envejecer. 

Hoy estuvimos pensando en hacer más ejercicio y comer, cada una, de acuerdo con lo que su cuerpo necesita; mis treinta y siete parecen querer ir más ligeros que sus sesenta y siete, pero vamos ajustándonos para poder compartir las ensaladas, las colaciones, el vino y el café.

La miro, corriendo por la casa entre un oficio y otro, entre las plantas, las llamadas con sus amigas y sus ratos de ocio frente al televisor y pienso en su historia. Hoy, justamente, miraba fotos de sus treinta años, sonriente entre los brazos de mi padre y pensé en mi historia. Mi camino, tan distinto del suyo. Solo por eso es que podemos compartirlo. ¡Qué maravilla!

Recientemente, más que en cualquier otro momento, estando cerca de la vejez de mi madre, me he planteado las preguntas sobre la forma en que paso los días. Es cierto que tengo mucho tiempo libre y que, a lo mejor, pienso de más, pero es un privilegio que intento aprovechar. Vuelvo a mis libros esenciales para pensar en eso, para pensar en mí, como siempre, para hablar de mí... mi obsesión. Vuelvo al diario de K. Mansfield y descanso en la última entrada que escribió, unos tres meses antes de morir:

"Vamos a ver Katherine, ¿a qué te refieres al hablar de salud? ¿Y para qué la quieres?

Respuesta: Por salud entiendo poder llevar una vida plena, adulta, viviendo, respirando vida, en contacto estrecho con lo que amo: la tierra y sus maravillas, el mar, el sol. Todo aquello a lo que nos referimos al hablar del mundo externo. Deseo penetrar en él, ser parte de él, vivir en él, aprender de él, perder todo lo superficial y adquirido y convertirme en un ser humano consciente y directo. Deseo, al comprenderme a mí misma, comprender a los demás. Quiero ser todo lo que soy capaz de llegar a ser para conseguir ser (y aquí he parado y esperado y esperado, pero no sirve de nada; solo hay una frase posible) una criatura del sol."

Miro a mi madre y deseo mi vida, deseo estar presente para mí y respirar cuando respiro. Amanecer. Con eso bastará.  

jueves, 6 de enero de 2022

Gente hogar (55/365)

Hay gente que se vuelve tu gente preferida en un instante. A lo mejor has estado viéndolos por mucho tiempo, pero un gesto, un sonido particular, alumbra por un segundo la parte oscura de la tierra y comprendes: un corazón es un hogar.

Hogar, no como el lugar donde vive lo que llamamos familia, aunque también, sino hogar como la sensación de que, aunque es imposible escapar de la soledad de lo que somos, hay otras soledades que nos acompañan. Hogar, como poder ponerse de pie en la mitad de la sala y enumerar con vergüenza, sí, pero también con dignidad todas las debilidades y los miedos. Hogar es el llanto, la enfermedad, el mugre; las mudanzas, los planes y los fracasos; las verduras, la música y las despedidas. Es un ratico que dura para siempre.

Hogar es sentirse a salvo, aun en medio de la ferocidad de la gente que amas, en medio de su confusión y de su enojo, porque eso también es lo que amas; y hogar, como la casa, es sótano también, es invierno también, pero es, más que nada, voluntad de abrigar y de resistir a lo efímero de las cosas del mundo para conectarse con lo único que perdura: la bondad que somos capaces de crear adentro y de compartir con una parte de nosotros mismos, que es lo que, por convención, llamamos Otro. 

Acabo de pasar algo más de una hora al teléfono con una de esas personas extraordinarias que, por azar (claro que no) o por buena fortuna, han venido a enseñarme las maniobras para abrir mi corazón. Ahí, en medio de la música y de las cosas más banales de mi pequeño universo, me sentí a salvo. ¿Qué más podría pedir antes de irme a la cama, que sentir que hay alguien capaz de mirar lo que no conoce y tratar de comprenderlo, solo porque es importante para mí? Perdón, pero no quiero otra riqueza que no sea esa. No quiero ganar nada ni conquistar nada que no sea esa sensación de que hay luz y dulzura en los lugares que habitamos; que se puede resistir con ternura a la tiranía de un mundo imparable, impenetrable, incomprensible; que estar hecha de carne y de sangre, tan frágil como soy, me da el privilegio de hacerme vulnerable en las manos de alguien más. Ahí, mi centro solar explota para brillar en un rinconcito del espacio infinito. 

P.D: Tan bonito aprender a ser yo misma, a ser amiga de alguien, con alguien tan bonito como tú. 

miércoles, 5 de enero de 2022

Hablar de mí (54/365)

Cuando empecé a hablar de mí me lancé en una aventura imprudente: uno empieza y no termina más.*

Aquí (y en todo lado) hablo desde el ejercicio obsesivo de pensar lo que soy y como vivo. Igual que Beauvoir en sus memorias, ignoro la utilidad de lo que escribo, que lo escribo como una deuda conmigo misma, también, con todas las que fui y todas las que seré. 

Sentarme aquí  y teclear estas palabras durante este tiempo ha hecho aparecer algo que aun no puedo explicar del todo. Alguien ha entrado en mi habitación y se ha sentado a acompañarme. Alguien que, al mismo tiempo, es extraño y familiar. Alguien que se parece a mí en algunos días y me es absolutamente desconocido en algunas noches, me increpa, me perturba, me enternece y me seduce. A veces todo al mismo tiempo. 

Mientras lavo una taza o me como unas frambuesas al sol, me pregunto sin preguntarme ¿qué quiero escribir hoy? Desgrano en mi boca los nombres amados; saboreo la P, la R, la C, la A, la G. Me limpio el mugre de las uñas y busco qué sensación predomina en mi cuerpo; acaso ¿la tensión que tengo en la pierna se debe a que me preocupa la tesis que aun no termino de escribir? O ¿será que mi periodo es la causa de este fuego de besos y pasiones que calienta mis tiempos de ocio?

Abro la puerta de los días para que mi reciente huésped se instale y pueda merodear por dentro y por fuera de lo que soy. Hablar de mí, por momentos, no es más que seguir las pistas que esta acompañante va dejando por donde pasa. A veces en forma de pregunta, a veces como un murmullo, a veces como una mirada en el espejo después del sexo casual. Me va dando, en pequeñas porciones, una golosina a la que no me puedo resistir. 

Es ella la que deletrea los nombres y estimula las sensaciones de mi cuerpo. De mi lengua a todo mi sistema, las palabras me persiguen y yo dejo que me alcancen. Nos vamos descubriendo, ella y yo, que nos presentamos cada mañana para empezar de nuevo a descubrirnos. Las dos, extrañas y familiares, nos interrogamos y cortamos el silencio con un gesto... apenas un libro abierto sobre la mesa y la frase que nos dice: por aquí, vayámonos juntas por este camino. 

 * Primera frase del prólogo de La plenitud de la vida, de Simone de Beauvoir, 

martes, 4 de enero de 2022

La vida de verdad (53/365)

Tengo los ojos hinchados de llorar. Como si tuviera seis años, apenas se cerró la puerta de la casa y se fueron los invitados, rompí a llorar desconsolada.

- ¡Es que no puedo! Esto es demasiado para mí... no sé cómo lidiar con tanta gente, con tanto ruido, con tantas cosas al mismo tiempo. 

Así estuve lloriqueando por un buen rato y mi madre me escuchó. A su manera. Se hizo silencio en casa. Cuando pude volver a respirar, hablamos y pudimos terminar todo en un abrazo, intentando, cada una, encontrar el camino más cercano a la verdad de la otra. Así es el amor y la vida que yo quiero. 

Ahora, arropada en mi cama, con la serenidad de haber dejado que la lluvia de mi pena despejara las nubes de esta noche, me pregunto. ¿Es este el amor que quiero? ¿Es esta la vida que quiero?

Me viene a la memoria un fragmento de Katherine Mansfield para responderme esas preguntas:

Al final lo único que merecer la pena poseer es la verdad; es más emocionante que el amor, más alegre y más apasionante. Es lo que sencillamente no puede fallar. Todo lo demás fracasa. En cualquier caso, yo le dedico el resto de mi vida a la verdad y solo a ella.*

Es esa la vida que quiero. Mi propia verdad. Vivir ahí, amar ahí. 

Mi vida verdadera. Amor verdadero.

Mi nombre verdadero, mi cuerpo verdadero.

Mi verdad lo que digo, mi verdad lo que hago.

Mi verdad cuanto te miro, mi verdad cuando me besas.

Verdadera felicidad, verdadero encuentro.

Vivir de verdad porque la muerte es de verdad. 

Poder sentarnos juntos ahí: un diamante indestructible en mi corazón.

Sí. Este es el amor y la vida que yo quiero. Asusta. Pero "al final lo único que merecer la pena poseer es la verdad".

* Diario, de Katherine Mansfield.  

 

lunes, 3 de enero de 2022

Lo que hago en el mundo (52/365)

Sobre mi mesa de noche hay una fotografía. Se ve el mar azul, haciéndose espuma en la orilla, alrededor de dos muchachas que solíamos ser mi hermana y yo. Al fondo, los pelícanos aterrizan buscando sus presas y nosotras sonreímos. La foto, en un marco ornamentado antiguo, está justo detrás del reloj. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde ese día soleado en la playa, desde esa alegría, desde aquellos peces muriendo en la boca de aquellas aves?

Parece un sueño si digo que han pasado unos veinte años. ¿A dónde se fue todo ese tiempo? 

Pienso en el día de hoy. Raquel y yo haciéndonos fotos en el patiecito lleno de árboles de un café de Chapinero. Nosotras, que nos pasamos las horas hablando de las mismas cosas, pronunciando los mismos nombres, ¿en dónde estaremos en veinte años? ¿quiénes serán, para ese entonces, los hombres dueños de esos nombres? ¿hasta dónde habrá volado nuestro amor?

Pienso en mi madre y yo ordenando la casa en que ahora vivimos juntas, solo nosotras dos. Hay un silencio extraño. Nuestra vida empieza otra vez y nos inventamos algo solo de las dos, como hace casi cuarenta años. ¿A dónde se van casi cuarenta años que tenemos de conocernos?

Cuando miro mis fotos viejas, pienso en que el tiempo ha sido bueno conmigo. En mis ojos veo que no he hecho más que buscar toda la vida y, cuando miro atrás, comprendo que me la he pasado es encontrando. Que ahí he estado siempre yo, parada detrás de mí misma, haciendo las preguntas correctas. 

Recientemente me pasa que durante el día, tengo instantes en los que, de repente, se me hace un nudo en la garganta al descubrir que algo que yo anhelaba ahora me pertenece. Una cosa que yo no sospechaba que quería, descubro que en este día me es propia, como me es propio este nombre y este cuerpo y esta vida que me dio mi madre y que comparto con Raquel y con mi hermana y con los hombres dueños de los nombres que no me canso de pronunciar en este tiempo que llamo ahora. 

Me inundo de llanto y me sumerjo en la sensación de que estoy viviendo Mi Propia Vida. Los treinta y siete años que me han pasado, se funden en un instante perfecto en el que ya no tengo palabras que puedan decir la luz y la calma del caos en el que existo y soy lo que soy y todas las cosas son la cosa precisa, una, exactamente encajando con la otra. 

Esta noche, que es una primera noche, parece un sueño que hayan pasado treinta y siete años de buscar y me emociono al comprender que he encontrado todo, que aquí podría quedarme sabiendo que está todo hecho y está todo bien. Que mañana me puedo levantar livianita sabiendo que lo que queda no es más que destapar el champán; que lo que queda es la fiesta de la alegría que todo lo incluye, la alegría que es la pregunta y la respuesta, nacer y morir; yo, detrás de mí misma, ayudándome a encontrar. 

Abre los ojos, la vida está exactamente ahí. Treinta y siete años. Ahí los vas a encontrar. 

domingo, 2 de enero de 2022

Planes y promesas de año nuevo (51/365)

El primer día del año no cuenta. El segundo, es para hacer las listas de las cosas importantes, los planes y las promesas.

Las cosas importantes son cada vez menos, pero más importantes: la resistencia a la tiranía de las relaciones y los lazos; la rebeldía de un amor transparente que nos haga bien; el coraje para pronunciar mi verdad y llevarla encima como una cicatriz. Los planes, son los mismos desde hace años: inventarme una vida que le haga bien a mi cuerpo, a mi mente, a mi corazón. Sentirme en casa en el infinito. 

Y las promesas, que siempre rompo y que siempre renuevo, son las que te regalo esta noche como un adorno precioso que puedas poner en la cajita de tus tesoros:

Te prometo un cuerpo feliz que te abrace y te acaricie de todas las formas posibles; que sea fiesta, que sea casa, que sea árbol antiguo y montaña. Un cuerpo fuerte que te sostenga, al que puedas aferrarte en el atardecer de tu corazón. Un cuerpo inquieto que cambia y se transforma, que se hace pequeñito para caber en tus manos, que se hace infinito para que lo recorras. Te prometo un cuerpo transparente, sin maquillajes ni postizos, un cuerpo marcado por la pena y madurado en las barricas jubilosas del amor. 

Te prometo tiempo. Todo el que quieras, el que necesites, el que tú no tengas. Tiempo para esperarte, para escucharte, para aguantar a tu lado lo que haga falta. Tiempo para hacer las cosas de nuevo, para empezar las historias de cero, para ver pasar el mundo en silencio, para hacer caber en un instante todo tu anhelo, tu culpa y tus victorias.

Te prometo cosas bellas. Mis libros, las canciones, la comida recién hecha en la mesa, algo caliente entre tus manos. Te prometo sonreír y aprender cosas de las que podamos charlar, cosas que hagan brillar tus ojos y que te hagan estallar en carcajadas. Te prometo ver las películas que te gustan y visitar a los parientes que te aman. Siempre que vengas habrá flores en la mesa y verás mi amor, en duraznos jugosos, coronando las tortas y las galleticas. 

Te prometo mantener limpia mi casita interior para que te sientas a gusto cuando vengas a visitarla: las ventanas abiertas, los espejos sin manchas, el jardín floreciendo en cada estación. Te prometo avisarte cuando las tuberías se rompan o el moho consuma las paredes de los sótanos; voy a pedirte ayuda y haremos las reparaciones en compañía. Voy a encender la chimenea en las noches y poner velitas de aroma en las habitaciones para que, aunque todo sea oscuro, estemos tranquilos hasta que vuelva la luz. 

Te prometo el sol de mi pecho atravesando el mundo para calentarte, para hacer amanecer tu alegría, para que veas con claridad mis manos que te dibujan. Te prometo, cuando me mires, el silencio con el que la luna se hunde en el océano. 

Te prometo, más que nada, levantarme temprano todos los días y esforzarme con devoción por cumplir estas promesas. Te prometo mi sangre y mi sudor por hacerte la vida más simple y más suave. Te prometo que construir felicidad para los dos es la felicidad del universo entero. Felicidad que sea solo mía no es felicidad. 

sábado, 1 de enero de 2022

La verdad del corazón (50/365)

Si das un paso, yo te acompaño. A mi no me da miedo ir al monte, no me da miedo la oscuridad. 

Si quieres cerrar los ojos, yo puedo ser tus ojos. Si quieres cantar, yo bailo alrededor de tu cintura.

Te agarro de la mano y nos vamos a cualquier lugar donde haya un poquito de aire fresco y verde que nos cobije del sol. Te agarro la mano sudorosa y sucia al final del día. No me da miedo nada que salga de ti, porque es lo mismo que habita en mí. Tu y yo, una casita en construcción. ¿Quieres venir y pasar una temporada?

Te digo al oído la hora exacta en que amanece y tú te enrollas de nuevo en las cobijas. Paso mis dedos suavecito por tu mejilla y me siento feliz de despertar a tu lado. 

Vivo de acuerdo con la verdad de mi corazón. Honestamente, lo intento.

Ya no me asusto. No te asustes tú, que aquí está mi pecho para que escampes los aguaceros, aquí está para que descanses de la caminata, aquí está, hecho un templo silencioso donde puedas escuchar tu propio silencio. 

Si das un paso, yo te acompaño. Sentada en el antejardín de mi casa te veo sobrevolar la ciudad. Te vas a otra ciudad, a otro mundo, llevando en la maleta las cosas esenciales: la música, los buenos libros, el gin tonic, mi corazón; me lo envías de vuelta después de la media noche, cuando, borracho de alegría, piensas en mí y me extrañas. Si tú das un paso, yo te acompaño. A mí ya no me da miedo la oscuridad y el silencio, la pérdida y el dolor. Ahí es donde germina todo, donde cualquier cosa puede, saludablemente, crecer y vivir. 

"La reunión termina en dispersión, el encuentro en separación, el ascenso en descenso, el nacimiento en muerte". Empezar los ciclos con eso en mente, terminarlos con eso en el corazón. ¿Por qué complicarnos tanto? No es sino un ratico la vida; mejor vivir, completamente, de acuerdo con la verdad de mi corazón. Mi corazón abierto para ti.