sábado, 1 de septiembre de 2018

Entre la miel

Con ganas de algún sabor dulce en mi lengua
metí los dedos en el frasco de la miel.

unté el índice y el pulgar.
Sentí mi mano atrapada,
el frasco reventó.

Derramado sobre la mesa el oro de las flores y brillante la sangre que brota de mi mano.

Es una cortada profunda, dijo el doctor.
Yo no sabía lo que pasaba
solo un inmenso ardor y sentimientos de haber perdido algo importante.

No puedo sostener el lápiz,
no puedo abrir el libro sin echarlo a perder.

Escondo la mano debajo de falda
pero por la pierna resbala
aquella extraña mezcla naranja,
entre tibia y pegajosa.

Lo único que me apena: he manchado mis zapatos blancos.

Quieta

Estar quieta resulta un aprendizaje doloroso:
dejar de hacer, de moverme de aquí para allá
apaga los sonidos de los pasos
la forma en que el tiempo parece comunicarse conmigo.

Yo pensé que los días serían más largos
más densos
más poblados de melancolías.

Pero amanece y anochece de la misma manera
mientras las mujeres ocupan cada una el mismo lugar.
Cansadas, somnolientas, esforzando un aliento más
para cuidar
para reparar
para aliviar.

No está mi lugar aquí, sin embargo encuentro belleza
en este ritmo cotidiano
donde la vida ocurre.
No, no está aquí mi lugar
pero puedo estar a gusto.

Ansío las palabras y el ruido de mi propia soledad
cada parte de mi cuerpo en su lugar
y el llanto fácil de regreso
mientras me ocupo de nuevo.

Pero hay algo por aprender
dejar de resistir a lo simple
a lo absurdamente llano de los días 
estar aquí y no estar allá
estar conmigo y no solo conmigo
desaparecer un poco y aparecerme con todo lo nuevo
las decisiones, la vida que puedo elegir
el camino
las palabras
y el silencio.