miércoles, 23 de octubre de 2019

Querido J: quiero despertar

Querido J

Algunos días en que soy capaz de compartir algo de luz, puedo sentir dentro de mi la imperiosa necesidad de sentarme a observar mi mente.  Meditar.

Es increíble pensar que pasamos tanto tiempo buscando afuera y repitiéndonos frases que suenan fantásticas pero que, en realidad, no podemos entender. Esa idea de que la felicidad solo puede encontrarse adentro y que intentamos hacer caber en nuestro día a día, solo se ha vuelto viva en la práctica del Dharma. Sonreir e iluminar el día de alguien más se siente tan bonito.

A veces, aquí, yo puedo imaginar mi pecho que se abre y hay pura luz, muy brillante, una luz que no se puede apagar de ninguna manera, una luz que no requiere de nada más.  Decir nada, hacer nada, intentar nada.  Trato de volver a esa visión, a esa sensación... intento hacerla una certeza.

Cómo me faltas amigo para no perder el equilibrio, para mantenerme atenta, para recordar que no hay nadie allí afuera haciéndome sentir que debo forzarme más. 

Recuerdo nuestras conversaciones en tu carro, camino a casa.  Ese frío, esa Bogotá que llueve tan fina sobre nosotros. Y tu me preguntas, ¿cómo va tu atardecer?.  Amigo mio, cuando pienso en ti recuerdo que quiero despertar, amar de verdad verdad, desatar los incendios del corazón.

Y me sorprendo a mi misma, de nuevo, a la una de la madrugada sientiéndome feliz ahí sentada (ahora frente al ventilador) redescubriendo una paz y una alegría que ya conocí y que con mi esfuerzo no hará más que crecer.  Tanto amor que me das, tanta bondad, tanta paciencia, tanta motivación.  Que yo pueda convertirme en esa luz, para ti, para todos.

lunes, 21 de octubre de 2019

Querida T: eres tú la que apareces cuando la gente habla de amor.

Querida T


Es tan bonito poder llamar y saber que hay alguien que escucha.
Es tan bonito que existas, que sientas tan profundamente como yo, que me mires con tanta compasión y que puedas entender las cosas que ni yo entiendo.

Cuando pienso en nosotras me vienen sabores de pomarosa, de algodón de azúcar, de panela y chocolate.
Siento en mis pies las montañas y la arena de una playa, siento el viento que sopla a la velocidad de nuestras bicicletas, de nuestras risas cómplices, de esas que nos sacan lágrimas y nos hacen doler la barriga.
Y siento también los abismos a los que nos han empujado nuestras tristezas, nuestros corazones rotos, toda la frustración de no entrar en nuestros propios moldes.  Me parece poder escuchar nuestras vidas enteras quebrándose en un lunes por la mañana, sabernos incapaces de ir a trabajar en la angustia de no tener un paso más.
Pero, a pesar de eso, encontramos fuerza para sostenernos una a la otra y llegar hasta aquí, a conversaciones inmensas sobre cosas que a nadie más le importan (nuestros padres, nuestra infancia, nuestras tías...) y a llamadas de dos minutos solo para decirnos: te amo.

Contigo he aprendido a empezar justo donde estoy, empezar con lo que tengo así no sea mucho, empezar con un poquito, con una palabra que cambia, un pequeño gesto, una muestra de amor.  Empezar a cambiar las cosas de lugar: las memorias, los discursos, las costumbres, las emociones.
Cuánto me enseñas! Cuánto me das! Cuánto se me llena la vida cuando tu apareces!.

Me pongo a soñar, a desear millones de tardes contigo... el café, un parque, las librerías, un gato y un perro, tejer, la música, hogar, pasteles horneados, ensaladas y cervezas, películas que no te gustan, series que a mi no me gustan, flores, sangre, dolores y vejez.  La vida.

No se muy bien ni qué día es hoy, pero se que amarte es la única cosa cierta, la que más se parece a lo que yo creo que es bonito, transparente, vital.  La que me ayuda a pronunciar mi nombre, la única cosa que queda cuando ya no me queda nada.

Eres tu la que apareces cuando la gente habla de amor.


sábado, 19 de octubre de 2019

Mi pequeña L: seguimos siendo una familia feliz

Mi pequeña L

Hoy amanecí sintiendo una espantosa falta de ti.  Eramos felices juntas, ¿no es verdad?

Nuestros sábados solían ser fantásticos.  Un ratito de ternuras en mi cama después de que esperaste al pie de mi puerta, rasguñando de vez en cuando.  Y nuestras palabras secretas, que te hacian volar sobre mi, para correr directamente hasta tu platito.  Esas palabras que hace tiempo no le digo a nadie ¿vamos a desayunar?

Tu y yo, juntas, conocimos a Rachmaninoff y nos enamoramos de Schubert, mientras en nuestros platos la exuberancia de las papayas y las patillas nos recordaban que eramos una familia feliz.

Hoy me parece sentir el sol entrando por el tejado. Una luz y una claridad que yo no he sentido en otro lugar. Pero no era el lugar, éramos tu y yo y éramos felices.

A veces me pregunto si vale la pena haber dejado todo eso atrás y venir aquí, sin ti, sin todas las simplezas que me hacian sentir la opulencia de una vida a la medida...

Quiero creer que van a venir muchos días como esos, muchos sábados contigo, tumbadas en mi cama, tu recostada en mi pecho y yo leyéndote en voz alta un poema.  Que cosa tan absurda y maravillosa.  Pero es que nadie me ha mirado como tu me miras, nadie ha estado a mi lado con la inmensa comprensión y dulzura con que tu has estado, lamiendo mis lágrimas, besando mi risa, compartiendo entusiasmada mis costumbres; lecturas, mantras, bailes al espejo, música caminando por la ciudad.

¿Quién, aparte de ti ha escuchado las cosas que me digo a mi misma, cuando estoy completamente destruida o gloriosamente plena de mí? Y siempre tienes un gesto, siempre está tu colita moviéndose, atenta a mi amor por ti.  Perdóname si me enojé de más esas veces en que estabas asustada, yo también me asusto... terriblemente y ahí más que nunca me faltas. 

Por favor, vive muchos años y espérame en este amor que nos tenemos.

Seguimos siendo una familia feliz. 

viernes, 18 de octubre de 2019

Querido T: verte reír es una cosa devastadora

Querido T

Algunas cosas que parecen ser insignificantes tienen la capacidad de agitar mi mundo interior. Esta vez una voz masculina, un poco apresurada, gravísima.  Y entonces la lectura de una novela resultó deliciosa, llenándome todo el cuerpo de una alegría que hasta estaba olvidando. Así me descubrí escuchándote leer: alegre, muy alegre.  Con esa alegría que se me recoge en el pecho y sabe bajar derechita hasta la planta de los pies, deslizándose tranquilamente por mi sexo sin mucho escándalo ni ceremonia, dejando una humedad sin pretensiones, algo muy del día a día.

Me tomó por sorpresa esa sensación que fue como un sonido lejano y apenas audible que me despierta, un ruido del que apenas hago conciencia.  Despertarse así no es ni bueno, ni malo, es apenas despertarse, pero despertarse tranquila y poder tener un buen inicio de día.

Pues que así me dejó escucharte...
Ah! pero verte reir... eso es una cosa devastadora.

Eso ya no es alegría, eso es arrebato.  Esa risa que ni siquiera es bonita, pero es profunda, sin sombras.  Es una risa de cuerpo entero que deja ver alguna cosa que está escondida adentro.

Esa risa combina con un cuerpo que a veces parece que no cabe en ningún lugar y que se mueve a un ritmo tan propio.

No vayas a pensar que me gustas.  Ni vayas por favor a confundir esta emoción con otra cosa. Es solo que a veces me permito agitar un poco el contenido de este cuerpo, hacerlo un poco menos transparente, menos simple, más fácil de tragar.

En todo caso, riete más, habla más alto y rózame la piel un día de estos, para que me despierte así, ni bien ni mal, que me despierte tranquila.






sábado, 12 de octubre de 2019

Queridas A y R: pienso en ustedes con amor

Queridas A y R:

El tiempo aquí se percibe de una forma diferente.

Después de un par de meses parece que dentro de mí se hubiera condensado la experiencia de los últimos quince años de vida.  Me parece poder percibir en esta piel todos los fracasos, el peso de muchos días, los restos de todos los amantes, las lágrimas de amores imposibles y los pedazos de corazón roto que se incrustaron debajo de la piel. Pero se ha condensado también la alegría que me hace arrugas en los ojos, que me trae despeinada por estos días, que me hormiguea en el pecho cuando leo algún poema o cuando me siento al sol para ver el mar.

Y pienso en ustedes, en nosotras. Pienso en los lazos que no se explican en esta sola vida, pienso en brujas, en mujeres sabias que conocen los secretos para curar a otros desde adentro, con la magia que solo existe en nuestros vientres de luna. 

Y al contemplar este corazón remendado pienso en nuestras historias y en las ganas que tenemos de amar y de sentirnos libres; en la urgencia de encontrar un momento de equilibrio entre todas esas que somos y que queremos ser, en ese caminar cuidadoso entre los límites de lo que amamos y lo que queremos destruir.  Entonces las abrazo con el sentimiento de encontrarme en medio de un bosque, encendiendo las hogueras y cantando las canciones. En medio de algo místico, antiguo, algo parecido a una respuesta, al menos a un sueño o una visión.

He pensado estos días en que hay algo sin nombre que nos ronda, un afecto que asusta de tan radical y poderoso en nuestra vida. Pienso en una revolución, en romper nuestra cáscara, en saltar, en subirse a un avión, en quedarse quieta, en confiar. 

A veces las imagino dando a luz a sus hijos, grandiosas, existiendo en un cuerpo doloroso e invencible de sangre y sabiduría.  Pienso en cachorros siendo lamidos por sus madres.  No sus hijos, sino ustedes, naciendo de esa experiencia corporal de ser una-dos-una, o al menos así me lo imagino.  Y me pregunto qué se siente estar a punto de parir. Qué partes de estos cuerpos duelen, qué partes de estos cuerpos estallan de placer, qué se teme, qué se odia, qué tan cerca se siente la muerte.  Y la vida?

Todo eso lo pienso cuando me viene a la mente la idea de una primera madurez.  De haber dejado atrás algo de este ciclo de vida, de haber finalizado ritos de iniciación y haber recibido entonces una marca.  Así se siente el tiempo aquí. Una incerteza, una pregunta, una ligereza en el cuerpo que asusta. Y vuelvo a pensar en ustedes, en nosotras, en piel, manchas, estrías, bultos, pies cansados, la gravedad en nuestra carne y pienso en el placer, en lo que cada una ve cuando se mira en el espejo, en lo que se dice, de lo que reniega.  Imagino lo que ustedes piensan cuando en un instante se sienten felices y cierran los ojos para no dejarlo escapar, en cómo les late el pecho cuando se emocionan, cuando se sienten amadas, cuando se saben invencibles.

Abrigo aquí adentro esa sensación. 
Una mujer madura, y pienso en ustedes con amor. 

viernes, 4 de octubre de 2019

Hoy es sobre el amor

Hoy es sobre el amor.

Ese amor que extraño, el que me hace feliz, el que no entiendo, el que me salva, el que no encuentro, el que me hace brillar, el que me duele... el que me estoy inventando.

Todavía no tengo muy claro qué es lo que quiero, pero voy entendiendo lo que no quiero. Solo que todavia no sé decirlo, todavía no se han inventado las palabras para hablar de eso que a ratos parece tan delicado.

Pero he recibido a la mejor compañera para esta exploración.  Mi hermana y yo nos hemos dedicado los últimos viernes a bucear entre nuestros recuerdos de la infancia.  Hemos llorado y reido con la misma intensidad mientras traemos de vuelta los episodios que, al parecer, han marcado nuestras maneras de amar, o por lo menos, estas torpes incursiones en la vida, cuerpo e ilusiones de otros.

Hemos observado atentamente cómo nuestras frustraciones de niñas nos persiguen siendo... esto que somos.  Vamos entendiendo nuestras heridas, nuestros temores y nuestros dolores.  Yo podría apostar que no son muy diferentes de los que todos llevan en el bolsillo.

Pienso entonces que hay tanto para dar.  Hay tanto amor en el mundo, pero hay tanto miedo, tantas heridas que no han sido cuidadas con amor, tantos dolores que no han sido consolados.  Necesitamos llenar nuestras vidas de compasión y mirarnos con más cuidado, con más paciencia, con más bondad.  Ahí tal vez encontremos las nuevas palabras para decir el amor que necesitamos, el que pareciera que todos andamos buscando, pero que se esconde, que todavía no se salva del peso de nuestra historia.

miércoles, 2 de octubre de 2019

Creo en el afecto

Conversando sobre la tiranía, la desobediencia y la resistencia, se enciende una llamita en mi pecho.

Yo creo en el afecto como estrategia política. Yo creo firmemente en que son los lazos los que pueden regresarnos a lo que necesitamos.

Me importa ese hilo delgadito que sostiene mi pecho unido al de otro, esa fuerza que nos hace mirarnos, que aparece como una pregunta: ¿cómo estás hoy?, que se conmueve en una respuesta: ya me había desacostumbrado a que alguién me lo pregunte.

Creo en el afecto como amalgama de cualquier conjunto humano, como estrategia de trabajo, como proyecto intelectual.

Cuando considero estos días recientes, de tanto llanto y tanto drama, me gusta pensar que son momentos de regresar a lo importante.  Hoy pasé el día entero leyendo, comprendiendo que mi vida está cambiando, que tengo tiempo para ir hacia adentro y cuidar de las semillas que he seleccionado y que decidí plantar.

Quiero pensar que esa es mi resistencia: inventarme un mundo de afectos, sin muchas cosas, mas bien lento, mas bien callado.  Una pausa.