domingo, 13 de noviembre de 2022

Bendita verdad (365/365)

Pulir con una media coja la superficie del día hasta que pueda reflejarme en ella; limpiar con el vaho de mi propio cuerpo las marcas de mugre; raspar con la uña de mi pulgar derecho los pegotes que se hayan adherido. Pulir, pulir, pulir hasta descubrir una superficie inmaculada en donde puedo ver lo que mi amor -miope amor- me impide ver, de mí, del mundo -todo deformado por las curvas de las horas- sinuosos destellos. Escribir. Escribir por escribir; pulir con disciplina, con determinación hasta ver algo, alguna cosa, una pista, mirarme. 


______________ 365 días escribiendo* solo por escribir, solo por ver qué pasa. Veo lo que pasa. Veo lo que ha pasado, con la escritura y conmigo. Reposo __________


Escribo mi nombre en el agua. Dejo que los peces ondulen entre la M y la R; entre la L y la A. Escamas de luz que desdibujan el orden del sonido en el que me reconozco. ¿Acaso sirena hipnótica? ¿Acaso cetáceo recóndito? 


______________ Escribir todos los días de mi vida, ceremonia, dejarme ir en las palabras que enrarecen el mundo y la experiencia de habitar este cuerpo y este tiempo y este corazón que se niega, al fin, para recuperar su inocencia ___________


Una daga adornada con piedras preciosas, perlas y amatistas de la empuñadura, piedras de nacimiento, presagios de la pérdida y de la resurrección. Una corona celestial, un templo, un altar, un rosedal de perfumes y corolas extasiadas al sol de la verdad. Mediodía cantado en los campanarios y yo, a la orilla del camino vestida de novia con los zapaticos nuevos. Me tomas para la eternidad. Dibujamos un lazo, el único lazo posible, el que cierra todas las puertas y las tranca desde afuera. Idilio de cacerolas y lavandas bajo la almohada. Fidelidad de conejos salvajes y de remolachas sangrantes en la vajilla. Fecunda vida simple vida silenciosa vida y tú y el mundo que dibuja tu dedo índice en mi frente. Espejo impoluto de la verdad. La nuestra, sagrada, bendita verdad que deja una mancha de nácar en la alfombra y el altar de todos los amores. 


______________ Maravilloso viaje. Gracias _____________


* 14 y 271 están en silencio porque eso también hace parte de la escritura.

sábado, 12 de noviembre de 2022

Jacarandá (364/365)

Un lunar celeste escondido en el pliegue de tu espalda. Una brizna de las flores secas que llegaron en los barcos del duelo, la historia del mundo enredada, generación tras generación, convertida en música que se toca en las plazas de una nación extranjera solo para hacerte reír. Has nacido de la tierra de la tierra de la tierra de los inmigrantes, tu corazón migrante, tú, extranjera de la tierra, de esa y de esta también, tu corazón sin tierra, cualquier tierra la habitación de tu corazón. 
Y yo lanzo al aire palomitas de papel a ver si te encuentran, si dan contigo por las plazas y los árboles del verano en los que te recuestas. Eres del verano y de la ribera del río, de quebrar las avenidas con tu llanto, con andar perdido; no, perdido no. Andar que busca, es diferente. 
Tu andar busca la tierra de la tierra de la tierra que te hizo germinar, jacarandá de lila y celeste, de colibríes y mariposas y de todas las aves del sur y las de mi añoranza, escritas a mano, plegadas a mano, lanzadas al aire desde el calor de mi aliento. 
La calle Perdriel al cuarenta y algo, una reposera al sol de las ocho, crecen las perennes en los orillos de los patios y tú echas raíces, idénticas raíces en la palma de mi mano que ha sostenido la tuya y te ha limpiado la sangre y todos los fluidos posibles que indican que eres un organismo vivo, de naturaleza  exacta a mi propia naturaleza de carne y de sangre y de una huella marcada en la cueva inaugurando lo sacro del mundo, si es que queda algo en el mundo que pueda ser sacro. Estrella del alba, bendita, santa de todos los que regresan, forastera del más acá, mapa del mundo que navego, canto de sirena por el que me pierdo. Me pierdo y las flores celestes tapizan los caminos.  

viernes, 11 de noviembre de 2022

Lucidez (363/365)

Sin importar cuántas veces vamos hasta el filo del mundo, siempre regresamos para encontrarnos y para mirarnos sin vergüenza y sin culpa, desnudas y preciosas, cada una llevando sus años y su bienaventuranza dibujada en los pliegues del cuerpo, en lo que cuelga, en lo que se arruga, en lo que florece con el paso de las lunas y los hogares construidos y las dichas celebradas y las pérdidas de lo amado. 

Hemos aprendido a mostrar los dientes y el mugre que se nos acumula por debajo de la uñas. Hemos excavado concienzudamente nuestra historia -tierra ignota- para descubrir las criaturas primigenias que somos y que permanecen -permanecemos- dormidas al abrigo de bestias desolladas. No renegamos de nuestro pasado que algunos llaman salvaje, nosotras lo llamamos natural.

Cada una nace del amor de la otra y nos juntamos en rituales de luna llena y de hierbas aromáticas quemándose en la hoguera. Brujas, conspiradoras, magas, ancianas sabias, videntes, niñas prodigio, redentoras; nos damos licencia de diseñar el destino y de escribir con letras celestes los giros del universo desde esta, hasta todas las galaxias lejanas, lo inconmensurable girando el la punta de nuestro dedo índice. Lo lanzamos al aire para que jueguen los niños.  También el amor, también el deseo y a la par la venganza que siempre se quiebra; también la pena de perder todo lo que ya se ha perdido. Todo lanzado al aire impulsado por el soplo sagrado. 

Aplastamos la serpiente con la planta de nuestros pies morenos y ella nos muerde en el talón. Nos hacemos una y adquirimos el poder de vivir pegaditas a la tierra y de cambiar de piel cuando sea necesario. El veneno no es más que mito. Pura lucidez que atraviesa lo que hemos amado y dejamos atrás. Cambiamos de piel. El veneno no es más que mito, es pura libertad.

jueves, 10 de noviembre de 2022

Casi (362/365)

La luna casi llena, todo lo que vive casi vivo. Todo casi. Casi mi corazón en el corazón esencial de la alegría. Casi, casi que sí. 

Llevo, como casi siempre, el corazón en la boca y se me derrama entre las palabras y los amores de mi risa. Llevo a mi madre suspendida en ese corazón que canta y que describe con inocencia el mundo que va descubriendo. Mi corazón palpitándome en la boca es la habitación de mi madre y del despejo con que se mueve por el mundo. A donde sea que voy, ella se asoma desde mi corazón y se maravilla -con la infancia todavía en los ojos- de un tomate con pan, de una vitrina de zapatos, de un sol rojo, de los charcos que se apoderan de las avenidas. El mundo no es lo suficientemente grande para intimidarla. Todo ese asombro lo protejo en el corazón donde lo guardo, aunque a veces lo atraviese su incandescencia, la de mi madre, por supuesto. Me vuelvo una bebé otra vez cuando me tropiezo con algo bello y me sobreviene el recuerdo de su risa, del destello malicioso con que se burla de todo lo que ella ha sido y es y será para siempre, una bromista de las cosas más sagradas, un altar donde dios se quita la pesada corona para sentarse a tomar el té. 

No hay sino dicha y gozo sosteniendo su cuerpo blanquito y menudo; sus huesos, sus músculos blanditos, su piel fina, las uñas de sus pies, su cabello negro y lacio, los lunares rojos que tiene en la espalda, son pura materia estelar agitada por la energía de su devoción. Casi mi madre y yo, casi. Todos los días, casi y no me alcanza el tiempo para hacerla feliz y no me alcanza la fuerza para sostener su felicidad y no importa porque casi, y ahí nos encontramos y ahí descubrimos que la vida casi, igual que la muerte casi, que ella y yo y todo lo que nos circunda, casi, menos el amor y la intimidad del amor y la confianza que delinea el amor y el miedo del amor y el lazo del amor y todo el amor del amor de mi madre. 

miércoles, 9 de noviembre de 2022

Afuera. Mi vida (361/365)

Abro la puerta con dificultad entre los paquetes de las compras. El pasillo se apaga y cruzo el umbral del apartamento. Silencio. Silencio. Cuando me acostumbro al silencio de la sala, los ronquidos de la perra llegan hasta mi oído. Dejo las compras sobre la mesa y hablo en voz alta para despertarla. Todas las penas tienen alivio cuando la perra duerme profunda en mi cama y yo puedo contemplarla. Le digo las mismas cosas que le diría a una niña de cuatro años. La llamo por los nombres más dulces: amor de mi corazón, mi ángel, estrella de mi vida, tesoro de esta familia. La veo escondida entre los cojines y apenas si puede levantar la cabeza. Lleva toda la tarde, lluviosa tarde de miércoles, durmiendo calientica entre mis almohadas. 

Contemplo ese ser extraño que me observa desde dentro de mi perra. Quedo indefensa ante un amor que me traspasa. El de ella que se queda inmóvil por un instante con su hocico pegado a mi pierna. O, el mío que estalla el pecho en las ganas de inmovilizar al resto del mundo, solo para aspirar por siempre el olor caliente que ella deja por donde pasa, o para tocarla -suavita de mis amores- y dejar que su pelo acaricie mi mano.

Qué vida puede ser mi vida después de esta intimidad con un ser tan diferente, idéntico a mí, con este otro lenguaje, lenguaje total de la pura vida pura de ser lo que es y nada más, una inteligencia al revés que nos pone en extremos opuestos del anhelo, viviendo bajo el mismo techo. 

Afuera; arriba; silencio; jadeo. Mi cuerpo próximo al cuerpo dorado terciopelo de mi perra. Afuera. 

No hay otra vida que esta vida.

Idéntica vida a todos los días del tiempo que nunca es suficiente para barrer los pelos del perro que tapizan las habitaciones de la casa, o, para bajar en una carrera la calle de los anticuarios -su preferida para correr- mientras una carcajada sella todo lo que estaba suelto, lo que ha estado abierto, las preguntas, el temor a la muerte, a no vivir verdaderamente. Llegamos al final de la calle y el corazón palpita en la garganta. Su lengua, su risa de ojos pequeños y orejas que se agitan. Su risa. Mi vida mía de todos los días. 

martes, 8 de noviembre de 2022

They might not need me (360/365)

Detenerse está bien detenerse y horrorizarse con la compulsividad de la especie, en contraste con la precisión de la vida, la verdadera vida que corroe cualquier anhelo. La luz se fuga avergonzada y deja todo frío, friísimo al contacto de la piel desnuda, como si fuera posible experimentar la materia de la luz de otra manera que no sea desnuda, todo expuesto, vulnerable, amoratado de las horas que se acumulan sobre las horas y que presionan cualquier desnudez hasta su límite. 

Noche noche noche del corazón que ha escurrido hasta la última gota celeste y hace evidente que no hay cúpula sino espacio, infinito, vacío que es de lo que está hecho todo lo demás. Ni gota de celeste, solo polvo primigenio a toda velocidad.

La taza del café reposa serena sobre la mesa. Los lentes se posan a su lado. El teléfono celular se ilumina en vibración.

Voy hasta mi pequeña biblioteca y tomo el volumen bilingüe de poemas de Emily Dickinson. Mi inglés no es tan bueno. En español es así (1391): 

Acaso no me necesiten./Pero tal vez me necesiten./Dejaré pues mi pecho al descubierto./Una breve sonrisa como la mía puede/ser justamente su necesidad.

lunes, 7 de noviembre de 2022

Noche (359/365)

Verde albahaca y clavos de olor perfumando la boca que miente, que niega, que, astutamente, se queda con todo, con todo y se jacta de todo lo que tiene y se hace la inocente cuando se ríe y se ríe con malicia, con saña. Yo miro de lejos, apenas cuando paso de largo desde la ventada de un carro en movimiento. Ya tengo suficiente de mentiras con las que le digo a mi propia boca que se rompe con el frío de la madrugada, con los restos secos de tu saliva, de tu lengua que la llevaba hasta el éxtasis arrastrando el resto de mi cuerpo. Hay orgasmos de mi boca al roce de tu lengua, humedad que sembraste en mí y que florece en una rosa escarlata, rosa de sangre, de nacimiento de cosas antiguas y sagradas, rosas ceremoniales del amor, del deseo que no se cansa, que no cesa en el final de mi boca en carcajadas tristes por todo lo que no tengo, por todo lo que perdí, por todo lo que ya no eres y todo lo que nunca serás, los niños que juegan a lamerme el cuerpo y no alcanzan, no llegan, no aguantan. Solo tú, solo tu lengua que sabía dibujar mi boca, sin mentiras, sin recelo, sin ponerle un seguro al mundo. Se me rompe la boca en sangre a cada madrugada sin la humedad de tu saliva bautizando los días y los días de mi risa y de las palabras que sabían describir el génesis de las criaturas que pueblan las sombras y los reinos celestes de dios. Tu boca de palomas arrullando cuando el día despunta, de perros que aullan a la aurora. Tu boca estrella de la mañana, celeste tu boca que amanece, tu dedo índice en mi ombligo y tu risa, estrella de la mañana. La noche. 

domingo, 6 de noviembre de 2022

Agua (358/365)

Caía tanta agua, tanta agua; corriendo tanta agua calle abajo y la gente de dos en dos escondiéndose bajo los paraguas. El calefactor del restaurante consentía mi nuca y yo pensaba que quería estirar ese momento, esa dicha de agua cayendo, una luz amarillenta de sol peleando por abrirse paso a través de la tormenta. El sol, gastado, esperando detrás del agua, detrás del tiempo hasta que se extinga el tiempo y se haga de noche, para siempre, y no haya luz no haya calle por la que corre el agua, solo la gente escondida bajo un manto amarillento de calor como el que en mi nuca me recordaba el calor de un hombre, de un torso desnudo de hombre que yo amé, que yo amo, con el mismo amor que amo a mi perro que se detiene conmigo a olfatear una magnolia que no crece en árbol inmenso, como todas las magnolias que yo he visto, sino en una maceta de cemento por la carrera novena. Una magnolia del tamaño de mi mano, un perfume intoxicante de belleza y de anhelo; sus pétalos abiertos y casi ajados, como mi sexo, como las historias que me cuento sobre mi vida y los amores que he perdido, como el del torso desnudo de un dios, de un amor que hice sagrado y que perdí cuando una civilización por fin terminó, para dar paso a otros dioses, a los paganos, a los sacrílegos dioses de un amor de segunda, un amor de baratijas que destella con sus piedras de fantasía y el plástico y el latón. 
Seguía cayendo agua y el café se enfriaba en la mesa. Con un ojo leía, con el otro espiaba. A mi derecha, dos personas deslizaban fotos a la izquierda y se reían. Detrás de mí, un perro negro sentado en el regazo de una mujer que no tolera los ladridos de su propio perro o se avergüenza de que sea un perro y no un niño, porque ladrar está mal, pero llorar está bien para los niños, no para ella ni para su perro, que apenas ladra porque no es un niño. Que es un perro sentado en el regazo donde debería estar un niño, porque un regazo no es lugar para un perro, es para un niño. 
Un niño que será un hombre de torso desnudo, divino, caliente en la boca de una mujer que corre como el agua que corre, calle abajo hasta su cuerpo, perdido. 

sábado, 5 de noviembre de 2022

Otoño (357/365)

Mirándolo a los ojos le dije La única forma de amar auténticamente a alguien es a través de la libertad. Pero la libertad nos cuesta todo. Nos lo quita todo. Y eso es muy doloroso. 

No supo qué decirme -ninguno sabe-.

Entonces entendí que él, tampoco él, tendría el valor de amarme. Íbamos a inventarnos algo, un amor bueno. Supe que no. 

Regresé andando a casa. 

El sábado en la noche está lleno de gente en las calles, gente que anda con gente, gente que busca a otra gente sabe dios para qué. Yo ando sin gente ahora y mi propia compañía es suficiente un sábado por la noche. Claro, a veces me gustaría andar de la mano con alguien valiente que me regrese algo de lo que me ha quitado esta libertad que de tan limpia en su oscuridad me asusta por las noches. 

Pero no se puede, no hay como recuperar nada. 

Giré hacia el occidente en la calle 81 y desde ahí hacia el norte fue un otoño prestado; hojas doradas planeando graciosas entre la luz de las farolas y los perros llevando a sus dueños con bufanda a pasear. Muchachas de pelo lacio y larguísimo sentadas en las escalinatas de los edificios texteando, siendo bellas sin ningún esfuerzo. Hombres de barba perfecta y chaquetas abullonadas sosteniendo recién nacidos y esposas rubias que andan en tenis de domingo a domingo. Voy a la panadería. Me siento en la mesa de siempre, con vista a la entrada. Me gusta observar a la gente que viene. Pido un té de arroz tostado y leo poemas en voz alta. De fondo, el jazz y el ruido sordo de las conversaciones alrededor, sostienen el ritmo de los versos que leo para mí, para algo que pasa en mi panza cuando me acoplo a la música de las palabras y no me detengo, una página tras otra, dejando que el sentido se componga por si solo a través de mi voz. Las hojas secas golpean las paredes transparentes, y el otoño que nunca he visto porque aquí no hay otoño, parece bastante auténtico, bastante real. 

Me convierto en la viva imagen de lo que digo que soy, de mis formas particulares de odiarme a través de mi temor y de la libertad de amarme a través de hurgar y hurgar hasta el hueso de lo sagrado. Reposo en el eco que dejan las palabras, ondas concéntricas de la desaparición. Flores que se abren demasiado tarde. Pájaros emigrando hacia el sur helado. Un vaso de Gin y tu ventana encendida. 

viernes, 4 de noviembre de 2022

Hambrienta (356/365)

He aprendido que el hambre (la mía) no es una sensación que deba necesariamente ser atendida de inmediato. He aprendido a sentir hambre deliberadamente, solo para experimentarla físicamente y comprenderla mejor. ¿Cómo se siente el hambre? ¿Cuánto dura? ¿Qué efecto tiene en mi cuerpo, en mi estado emocional, en mi manera de pensar? Con el tiempo, dejar de comer por periodos prolongados me ha ayudado a travesar una puerta cerrada por el miedo. Privarme de cosas, de comida por ejemplo me habla de partes de mí que están normalmente por debajo de lo evidente. Puedo estar sin las cosas que creo que son esenciales; puedo posponer inclusive cosas que parecen vitales; puedo elegir no sentir un placer específico. Pero que no parezca que la comida y yo tenemos una buena relación. Al contrario. El hambre también me ha enseñado los límites de mi cordura y me ha bautizado con mi propia oscuridad. Por eso me temo menos, a mí y a mi hambre, la física y la metafísica. A la comida, por el contrario, le tengo terror. Me aproximo a ella con recelo y estoy a su merced. La comida no es un asunto de supervivencia, sino de riesgo, lamentablemente. Hambre a toda hora.