sábado, 12 de noviembre de 2022

Jacarandá (364/365)

Un lunar celeste escondido en el pliegue de tu espalda. Una brizna de las flores secas que llegaron en los barcos del duelo, la historia del mundo enredada, generación tras generación, convertida en música que se toca en las plazas de una nación extranjera solo para hacerte reír. Has nacido de la tierra de la tierra de la tierra de los inmigrantes, tu corazón migrante, tú, extranjera de la tierra, de esa y de esta también, tu corazón sin tierra, cualquier tierra la habitación de tu corazón. 
Y yo lanzo al aire palomitas de papel a ver si te encuentran, si dan contigo por las plazas y los árboles del verano en los que te recuestas. Eres del verano y de la ribera del río, de quebrar las avenidas con tu llanto, con andar perdido; no, perdido no. Andar que busca, es diferente. 
Tu andar busca la tierra de la tierra de la tierra que te hizo germinar, jacarandá de lila y celeste, de colibríes y mariposas y de todas las aves del sur y las de mi añoranza, escritas a mano, plegadas a mano, lanzadas al aire desde el calor de mi aliento. 
La calle Perdriel al cuarenta y algo, una reposera al sol de las ocho, crecen las perennes en los orillos de los patios y tú echas raíces, idénticas raíces en la palma de mi mano que ha sostenido la tuya y te ha limpiado la sangre y todos los fluidos posibles que indican que eres un organismo vivo, de naturaleza  exacta a mi propia naturaleza de carne y de sangre y de una huella marcada en la cueva inaugurando lo sacro del mundo, si es que queda algo en el mundo que pueda ser sacro. Estrella del alba, bendita, santa de todos los que regresan, forastera del más acá, mapa del mundo que navego, canto de sirena por el que me pierdo. Me pierdo y las flores celestes tapizan los caminos.  

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