sábado, 30 de abril de 2022

Regresar (169/365)

Siempre fui una niña hermosa, pero los hombres de mi casa me hicieron creer que no lo era. Fui, además, una niña de buen corazón, pero las mujeres de mi casa me hicieron creer que además de ser fea era una niña fastidiosa. Digamos que siempre fui una niña de segunda. Yo era la que no era rubia y era la que era menos bonita, también era la que más lloraba y era la menos divertida. Seguro que era mucho más que eso, pero cuando miro las fotos de mis ocho años, me rompe el corazón que eso es lo que yo veo. Miro las fotos de mis quince años y veo un intento fallido de esconder a esa misma niña que ya entonces me rompía el corazón. 

Algunos días me sigo sintiendo esa persona, absolutamente perdida dentro de mí, incomprendida y sin comprender cómo es que funciona el mundo y por qué no puedo funcionar a su imagen. 

¿En qué lugar de mi infancia me dejó abandonada mi padre? No he podido regresar, no he podido encontrar un camino hasta aquí.

Esa frase brota de mi corazón herido por la distancia de un hombre hermoso. Sentirme abandonada es una herida mortal. Se lo dije pero lo olvidó. 

Intuyo que lo que me hipnotiza en la cama con alguien es esa sensación de encontrar un camino de vuelta. De sentir que, a diferencia de la niña que me habita, la mujer que soy es mirada de frente y recibida de cuerpo entero. Mirarme en la excitación de los ojos de un hombre es como escuchar mi nombre pronunciado con mi propia voz. Soy yo la que está ahí; soy yo la dueña de esa carne y ese sudor. Regreso. Encuentro, al fin, una lógica para el mundo y las cosas del mundo, aunque sea una lógica banal, el placer por el placer y ya está. Quizá no es tan banal. 

Esta noche después de cepillarme los dientes concienzudamente frente al espejo, gire un instante antes de apagar la luz y salió espontáneamente de mí "qué hermosa eres". La niña fea que sigue adentro se regocijó: "ya lo sabía. Al fin puedes decirlo". Mis caderas y mis tetas pequeñas, mi falta de cintura, mi piel reseca, mis dedos torcidos, mi piel dispareja, mi cabello indomable, mi pancita. Qué hermoso es todo lo que siempre he odiado de mí. Qué extraordinario es este conjunto de cosas descoordinadas al que llamo por este nombre. Por eso me hipnotiza estar en la cama con alguien, por eso quiero estar en la cama con los hombres hermosos de mi vida; porque puedo abrir mi caja de secretos vergonzosos para burlarme de los adultos que no supieron devolverme con su mirada el amor que yo sentía por ellos, que no supieron ver en mi cuerpo menudito y marrón el magma creador de esta vida que florece, de esta belleza que se propaga como musgo húmedo sobre las piedras, de este vigor primigenio y silvestre. Qué hermosa eres, me digo. Mi deseo se enciende. Entonces regreso.

viernes, 29 de abril de 2022

Emociones de extrañarte (168/365)

¿Cómo le caben a una en el pecho tantas emociones? ¿Cómo es que una resiste adentro tantas fuerzas contradictorias en el espacio de un solo día?

Me dice mi madre que esta semana estuve hermosa. Mi pelo ha funcionado de maravilla de lunes a viernes. Yo le respondo que es el sexo maravilloso lo que me hace resplandecer -me siento resplandeciente de las alegrías del cuerpo- pero reconozco que va mucho más allá, aunque el buen sexo es la mejor cura de belleza que conozco hasta ahora. Mi madre se ríe, con esa risa cómplice que logra que no me importe gastar dos horas atravesando la ciudad para pasar una hora con ella antes de dormir. 

El brillo de esta noche es algo mucho más profundo, algo capaz de atravesar este cansancio, este sentirme sin aliento por el trajín de ir y venir y moverme por toda la ciudad cada día de la semana. Este destello que puedo apreciar no es más que mi propio amanecer, uno más después de la noche de mi corazón. ¿Cómo es que estos cuerpos que habitamos como mujeres son capaces de resistir el maremoto de hormonas y emociones y altibajos que van desde dolores de cabeza hasta la sensación de no ser capaz de aguantar un día más de vida?

La belleza que veo es una belleza transparente que no tiene como velar las partes feas que se arruman en mi interior. Soy de cristal y me rompo infinitas veces. Cada vez es la primera vez y siempre aparezco entera de nuevo. Quizá por eso el sexo nos hace más bellas. Porque en el éxtasis de dejarnos ir en las manos -o en la boca- de otro no tenemos en donde escondernos y entonces desaparecemos, nos deshacemos de esa cosa densa a la que le ponemos nuestro nombre. No pensar en la belleza y entregarse al placer de deshacerse en el sudor y la saliva y los fluidos de otro cuerpo nos hace transparentes. Finalmente aparecemos con todo lo que somos. Amo la contradicción de un orgasmo que dura un instante pero detiene el tiempo por completo. Algo así es la belleza. Abarca todo y lo contiene en lo ínfimo de la materia y el espacio y la energía. Una chispa, un roce, apenas un aliento. ¿Cómo me cabe adentro esta añoranza y esta alegría y esta inquietud por la belleza de las cosas cotidianas que me llevan al placer de estar viva y romperme en pedazos pensando en lo mucho que te quiero, en lo mucho que te extraño, en la falta que me hace la música de tu corazón?

jueves, 28 de abril de 2022

Mi belleza (167/365)

Me limpio la cara todas las noches antes de dormir en la habitación de mi madre, en su baño, que se convierte siempre en lugar de charla ligera y de risas por las cosas más absurdas. Mi madre es la que, normalmente se ríe de las cosas que yo digo. Yo, tan seria, me miro al espejo con la piel de mi cara bien limpiecita. Me miro con ternura y con algo de preocupación. "¿Cómo iré a ser cuando sea vieja?" Ella deja de mirar el documental sobre bicicletas que pasan en la tele. Me mira con esa cara que pone cada vez que me pongo existencial. "A lo mejor ni llegues a vieja".

Es cierto. Media hora antes de esa conversación estaba yo masajeando las piernas cansadas de una mujer que batalla contra el cáncer. Una mujer que tiene apenas unos veinte años más que yo. ¿Alguna vez se le cruzó a ella, mirándose al espejo, que esa cara que tiene esta noche iba a ser alguna vez su cara? ¿Se habrá preguntado ella alguna vez cómo iba a ser su cara cuando vieja? Y esta noche ¿se habrá preguntado si esa cara que tiene llegará alguna vez a vieja?

¿Cuántos años me faltan para ser vieja, si es que llego a vieja?

¿Por qué me pregunto eso, justo hoy, cuando me miro en el espejo?

Llevo algún tiempo peleada con este cuerpo, con este pelo, con esta cara que se ve tan diferente a la cara que tuve hace tres años. Sin embargo, por entre las grietas, destella una luz que apenas estoy descubriendo y que me tiene fascinada. Me seduce una belleza en la penumbra que veo de reojo cuando miro mi reflejo. Hace mucho que me peleo conmigo, pero hace mucho también que veo cómo va emergiendo una belleza que no podía ni intuir. Una belleza que se asienta en la consciencia de todo lo que está roto dentro de mí. Una suerte de resignación serena, un abrazar en calma los desperfectos de mi interior que sonríen a través de mi piel y de la parte luminosa de mis ojos. No, no voy a ser nunca tan bella como lo fui, pero tampoco voy a ser nunca tan bella como soy esta noche en la que me reconozco en las marcas que el amor ha dejado en mi carne, en el llanto que me ha dibujado esta cara que me mira, con franqueza, con gratitud, con adoración. Me miro en los ojos de los seres que me aman y ahí veo una belleza que florece. Me veo a través de ellos como un capullo rosado que se anuncia en las ramas de un árbol joven. Me abro de cara al cielo y me deshojo en el transcurrir inevitable de amanecer y anochecer. Hay una profunda belleza en ese tiempo en el que me desgasto. 

miércoles, 27 de abril de 2022

Una palabra diferente (166/365)

Te miro mientras conduces y haces cada cosa que haces con atención y precisión. Envidio eso. Te observo y cuando lo percibes me devuelves la mirada y sonríes. Miro para otro lado mientras trago este pensamiento: "amo a esta criatura". 
Tomo aire para no derretirme mientras ese pensamiento pasa de mi lengua a mi estómago; mi lengua que muerdo para no decírtelo. Igual ya lo sabes. Sé que lo sabes por la forma en que pusiste tu cabeza en mi hombro mientras se hacía la comida. Lo sé por la forma en que, inesperadamente me sujetaste en tu abrazo mientras nuestros cuerpos se contemplaban bajo el agua. Siempre lo has sabido pero ahora te asusta menos. Yo siempre lo he sabido, pero ahora temo menos al temor que me produce dinamitar mis propios puentes y fronteras. 

Amar a una criatura de estas que tú eres, una de estas que es hoguera y noche estrellada es una experiencia profunda del amor y de las cosas que descaradamente le colgamos para que le hagan peso y no se nos escapen. Quiero otra palabra para esta sensación que me deja el estómago vacío cuando cierro la puerta. Quiero ponerle otro nombre a este amargo dulce de estar contigo y luego dejarte mientras quiero que seamos libres y que a la vez estemos conectados por hilitos de todos los colores de lo cotidiano. 

Juntarme contigo desafía las promesas que el mundo me hace y las formas en las que me resisto a ellas. Esta emoción desdobla los pliegues del deseo y del deseo de cuidado; amplía el espectro de la ternura y me seduce con la trasparencia de un gesto, de un guiño que me recuerda la ligereza de nosotros dos arropados en tu cama. Dos partículas pequeñitas de claridad que se chocan en el espacio inmensurable e informe de esa palabra que nos inventamos.

Hay noches en las que, rendida de sueño, me despierto a la verdad que me habita: mis contradicciones, mi belleza, las grietas por donde crezco como hierba silvestre. Esta cosa, a la que no tengo más remedio que llamar de amor, alumbra la libertad cruda de mi corazón y su alegría.

martes, 26 de abril de 2022

Improvisar (165/365)

Nos levantamos todos los días para ensayar una versión de lo que somos. A veces nos sale mejor de lo esperado. A veces, simplemente, olvidamos los parlamentos, nos perdemos en el espacio, no reconocemos nada de lo que hicimos el día anterior. Ensayamos una y otra forma de ser lo que se supone que somos, lo que se espera que seamos hasta descubrir que podemos nada más improvisar; que da igual, que nadie está mirando, que cada uno está ocupado haciendo exactamente lo mismo. Nunca llega el día cero, la actuación definitiva, la que es de verdad verdad. Podemos hacernos un drama perfecto y luego quedarnos simplemente parados en la mitad de todo con la luz incandescente de la verdad apuntándonos a la cara. Podemos morirnos de risa, de llanto, de amor; podemos desbordarnos de emociones o ser una absoluta falta de calor en el cuerpo. ¿A quién le importa?

No hay nada qué perder, nadie a quién impresionar. No es nada más que un juego hasta las cosas que parecen más serias. Improvisamos todo, lo mejor que podemos y nos rompemos apostando por cualquier cosa. Rompemos las cosas, las personas, las anclas inmateriales que nos mantienen cerca de los puertos de nuestra vida. No es más que un sueño, un relámpago, una gota de rocío. Todas las mañanas y todas las noches del corazón, improvisamos nada más. 


lunes, 25 de abril de 2022

Querido A (164/365)

Querido A: hoy te crucé en la calle mientras ibas distraído. Caminabas con las manos en los bolsillos y tu paso se acompasaba con tu carcajada sonora. Medí tus pasos mientras cruzabas la calzada y te adueñabas de la acera de enfrente. Hiciste estallar la nostalgia de los días luminosos que nos inventábamos; quizás era yo la que los inventaba y tú solo te sentabas a mirar. Pareces feliz, pareces ligero. Eso es algo bueno. Desde mi esquina, en donde el sol se pone en colores rojos y malvas mi amor destella como un puntito luminoso, una señal en el firmamento que anuncia un espacio infinito habitado por materia incandescente. Eso también es algo bueno. Pareces tranquilo, aunque sé que nunca lo estás, pero lo intentas. Eso, creo, es algo bueno. Y esta distancia que lo hace posible, este abismo sin canciones, quizá también es algo bueno. 

domingo, 24 de abril de 2022

Segundas oportunidades (163/365)

Darle una segunda oportunidad al corazón y dejarlo que, libre, como pueda, se encarame en las cosas ordinarias del mundo para erguirse de nuevo. Desde allí, desde un lugarcito mas alto, todo se ve diferente y el aire parece más ligero. Respiramos mejor, mi corazón y yo. 

Me escucho en el silencio de mi habitación; escucho el ruido de mi vida que se gasta, de mi cuerpo que envejece, de mis planes perdiendo contra el tiempo. Escucho en mi memoria las carcajadas de la gente que amo. Atesoro entre mis manos calientes la sensación de la piel de un hombre hermoso, la añoro, la extraño. Me asusto y doy un paso hacia el temblor de reconocer mi fragilidad. No, no es fragilidad, es apertura, es transparencia, es no tener en donde esconderme. Me siento valiente.

Me felicito por no desistir y considerar, siempre, las segundas oportunidades. ¿Por qué no? si todo está en movimiento, si a las palabras se las lleva el viento, si el sol sale una y otra vez, si las estaciones regresan luego de una larga ausencia... qué puede haber definitivo entre nosotros, seres tan erráticos y tan muertos de miedo. 

No hay nada qué perder, especialmente cuando lo que perdemos es lo que creemos que somos; esa cosa tan densa y tan pesada a la que le ponemos nuestro nombre. Nada se pierde cuando se pierde algo en nombre del coraje de quebrarse ante la vida, tal como es. Le doy otra oportunidad a cada corazón. Al mío, incontables oportunidades de volverse a romper, de hacerse pedazos y, con suerte, que por sus grietas se cuele por fin la serenidad. 

sábado, 23 de abril de 2022

una chispa (162/365)

Sólo hace falta una chispa para incendiar un mundo seco.

La chispa que brilla en mis ojos cuando me miro en el espejo. 

viernes, 22 de abril de 2022

Amor anticolonial (161/365)

Compré un libro de Gabriela Wiener y lo firmó para mí. Yo estaba tan emocionada por hablar con ella que solo hasta después leí lo que había escrito. Me conmovió leer: "Para María Alejandra. Con amor anticolonial". 

Lo publiqué orgullosísima y escribí: "el amor que yo quiero".

Quiero ser amada con amor anticolonial. Ese es el amor que quiero cultivar dentro de mí. Es con ese amor que quiero amar lo que amo. 

¿Qué significa eso?

Provisionalmente significa que el amor crece a su propio ritmo y en muchas direcciones. Significa que sigue su propio curso, que está siempre sin terminar, que es imposible demarcarlo. Significa que está vivo y cambia con los cuerpos y los corazones y los tiempos que lo abrigan. Significa que se sumerge en las partes de las cosas que no queremos mirar, que no queremos sentir y las ilumina con su claridad incandescente. A veces se siente mal, pero se siente como se siente la vida cuando nos entregamos: muy cruda, muy tierna, muy caliente. Nos derrite desde adentro.

Amor anticolonial me suena a cuidado, a delicadeza con una misma y con las cosas que tocan lo que una llama una misma. Me suena a probar lo dulce y lo amargo del propio cuerpo, de la propia historia, de las propias apuestas por algo feliz. A probar lo mismo de los seres y las cosas que amamos. Me hace pensar en ser valiente para detenerse y no ceder a la inercia de lo popular. 

Amar eligiendo lo que es transparente en cada momento. Amar sin puntos de referencia más allá del lazo que nos conecta con algo mayor que una y una en relación con algo más, que es otra cosa pero que también es una. Amar mirando hacia otro lado y con una pregunta siempre en la boca ¿por qué no? Por qué, en cualquier caso. No se trata nunca de Quién ni de Cuándo. Se trata de Por qué. 

Rebeldía y resistencia. Ternura radical cuando siento mi corazón latiendo en mi pecho y cuando pienso en lo que veo reflejado en un cristal. No quiero decir la palabra espejo. Me veo y veo a través de las cosas. Todo cabe, todo puede ser atravesado, todo tiene la oportunidad de destruirse -que solo es transformase- para armarse de nuevo. Yo y lo que digo que soy yo. Tú y lo que decimos que eres tú. El mundo y las palabras que nos inventamos para inventarnos el mundo.  Amor anticolonial.

jueves, 21 de abril de 2022

Cosas de perro (160/365)

Abro la puerta de la casa y pregunto ¿hay perritos?

Lila se asoma emocionada y bate su colita dejando que me acerque. Percibo el olor a perro que inunda el cuarto de ropas donde tiene su habitación. Aspiro profundamente y digo, una noche tras otra: amo el olor a perro de mi perro.

Dejo mis cosas sobre la mesa y me inclino para pasar mis manos por su lomo caliente. Ella da vueltas alrededor de mis pies y pasa por entre mis piernas como dibujando el infinito. Ahí me quedo, inclinada dejando que la añoranza del día nos conecte de nuevo. Estamos en el mismo mundo, somos un familia, estoy en casa.

Me persigue escaleras arriba y salta veloz sobre mi cama. Me inclino de nuevo hacia ella y dejo que mi nariz se pose en su nariz mojada, en su exhalar apestoso y agitado. Agarro entre mis manos sus orejas suaves y le hablo de mi día. Le pregunto una noche tras otra si se ha portado bien. Una noche tras otra responde que sí, aunque a veces no sea verdad.

Voy a la habitación de mi madre y silbo para que ella me siga. Da un brinco y en una carrera está sobre la cama. Ahí me siento yo y ella acomoda sus patas delanteras sobre mis piernas. Mientras relato para mi madre los detalles de mi día, Lila se dedica a lamer sus patas y pasarlas por su cara, se limpia, según parece. Al final, sus patas y mi pierna son una misma superficie humedecida por su lengua rasposa. La miro, la dejo que haga lo que hace, la miramos y nos enternece. Yo me siento como una madre con su cachorro; es exactamente lo que soy. Mi parte canina, su parte humana que se encuentran. No somos sino dos seres de la vida que se cuidan y se acompañan.

Es hora de ir a dormir. Todas. Bajando las escaleras silbo de nuevo y, si tengo suerte, ella baja detrás de mí. Busco su correa y salimos por última vez en el día. Entramos y ella se dirige directo a su camita; ahí la espera su cojín de elefante, su favorito y su cobija rosa. Reviso que tenga agua suficiente y me despido desde lejos. Imposible tocarla cuando está en su cama de noche sin arriesgarse a una mordida, a un gruñido al menos. "Descansa preciosa", eso le digo una noche tras otra.

De regreso a mi habitación aspiro el olor que ha dejado en mis mantas y los cojines de mi cama. Amo el olor a perro de mi perro. Amo la vida que hago con ella, las mismas cosas todos los días, los mismos gestos, los mismos ruidos. Aspiro el olor a perro que está impregnado en los pliegues de mi vida, los mismos amores todos los días, dos seres de la vida que se descubren y se acompañan.  

miércoles, 20 de abril de 2022

Las líneas de mi mano (159/365)

Tengo las manos calientes todavía. Las miro con atención, mis manos que a veces son muy amarillas o muy rojas. Mis manos que son idénticas a las de mi madre pero con menos años, menos arrugas, menos manchas. Miro mis manos con las uñas un poco descuidadas. Miro mis manos que, aun calientes, son mi fuente de alegría esta noche.

Acabo de pasar casi una hora masajeando a dos mujeres que amo. Me siento a los pies de la cama de mi tía y conversamos sobre las cosas que hace el perro. Nos reímos, susurramos, hablamos con el perro a media lengua. Mientras eso ocurre me dedico con delicadeza a pasar mis manos por sus pantorrillas y sus pies, intentando aliviar la tensión y la presión que le impide dormir. No hay mucho que yo pueda hacer por ella, pero puedo hacer eso, cada noche si es preciso.

Me paro a la cabecera de la cama de mi madre y la ayudo a quitarse la camisa de su pijama. Unto mis dedos con una crema verde y empiezo a pasar mis manos, delicadamente, por su cuello, su espalda y su brazo derecho. Intento aliviar un dolor que viene creciendo desde hace tiempo y que por estos días le impide hacer las cosas más simples. Sé que se pone triste, que se asusta cuando percibe que su cuerpo falla, que hay partes desencajadas y desgastadas por el tiempo. Se enoja, se frustra. Intento con cada movimiento decirle que está bien, que está todo bien con su cuerpo que envejece. Me conmueve la tersura de su piel. No creo haber sentido esa sensación en ningún otro cuerpo. La piel de mi madre es rosada y suavísima, imposible describir la emoción que me abraza. 

Miro mis manos calientes todavía, mis manos que saben tocar, mis manos que saben acariciar. Toco con mis pulgares las puntas del resto de mis dedos y vuelvo a sentir todo el amor y la calidez que experimento cuando entro en contacto con la piel de otro ser. Me gusta tocar. Tocar y cuidar. Miro mis manos que lo hacen posible. Las extiendo, toco las líneas que en ellas se dibujan. Me invento un destino. Las líneas del amor y del cuidado se intersecan. La línea de la vida en mis manos, caliente todavía, es la fuente de mi alegría esta noche. No hay nada que adivinar en las líneas de mis manos que, calientes todavía, son todo lo que se puede decir de mi vida, mi historia y mi destino.   

martes, 19 de abril de 2022

Caer (158/365)

Caer y caer. 

Tanto miedo de caer, tanto miedo del vacío.

Es volar, solo que el miedo no deja abrir los brazos. 

Somos como piedras rodando por un universo sin forma. 

Incertidumbre. No hay otra cosa más que caer en todas direcciones.

lunes, 18 de abril de 2022

No hay nada más qué hacer (157/365)

En la esquina de casa junto al poste estaba la caja de cartón tapada con una cobija vieja. Apenas se distinguían las rayas azules entre tanto mugre. Bajo la cobija se le oía llorar; un cachorrito. Cecilia que era la más grande de todas tomó la iniciativa y levantó la caja mugrosa del suelo. Yo nunca fui muy buena con los animales, así que me quedé un poco rezagada, apenas observando de lejos. 

Llevamos caja, cobija y cachorro para el patio de atrás de su casa. Un solar de esos que ya no se ven. Lo sacamos de la caja con cuidado y era una cosa pequeñita marrón menos en la panza que era rosadita, sus ojos oscuros y muy brillantes, era una cosa redonda, su pancita inflamada, sus orejitas suaves cayendo sobre su cabeza. Todas nos quedamos en silencio mientras Cecilia sostenía la criatura que lloraba apenas con un quejido. ¿Le damos leche? preguntó alguien ¡Mejor llamemos a mi mamá! respondió Sebastián. 

Le dimos leche que trajo la mamá de Sebastián, que también trajo al tío, que es veterinario. 

Sentadas en el andencito del pasillo, esperamos. El tío de Sebastián compró los remedios y seguimos esperando.

Mi mamá nos mandó llamar y tuvimos que volver a la casa. Menos mal que al otro día era domingo y entonces podíamos ir temprano a ver qué había pasado con Toby, así le pusimos al perrito.

Apenas llegamos vimos a los demás parados al lado de la puerta del cuarto de chécheres, donde estaba la cama-hospital de Toby. Estaban todos tristes. El tío de Sebastián dijo que no se salva.

Nos quedamos solo mirando, solo escuchándole respirar con dificultad entre quejidos. Nos quedamos dos horas mirando al perro morirse. Se fue muriendo poco a poco hasta que se murió. Casi ni hablamos; a ratos salíamos a sentarnos en el andencito y a comernos alguna feijoa madura de las que colgaban de las ramas bajas. 

Yo salí dos veces, pero estuve casi todo el tiempo ahí. Pensaba en mi casa y en las cosas de mi casa, en mis abuelos que ya se murieron, pensaba en la mamá perro de Toby que estaba quién sabe donde mientras su hijo se moría, pensaba en el almuerzo y en el ponqué ramo que mi mamá había comprado para después del almuerzo. En todo eso pensaba mientras esperaba a que Toby se muriera, aunque yo no sabía muy bien lo que eso significaba.

Se fue quedando como dormido y de repente, su panza redonda se dejó de inflar. Miré a Cecilia y le dije sin decirle: este cachorro se murió. Ella me miró y me dijo sin decirme: ya está muerto. 

Era la cosa más bonita, todo tranquilo, abrigadito con la cobija gris que era la de las muñecas de Cecilia. Era la cosa más bonita con su pelito café brillante y su colita larga medio enroscadita. 

El tío de Sebastián volvió y dijo que ahora Toby estaba en cielo de los perritos. Lo miré con enojo. Claro que no. Toby estaba ahí, muerto encima de la cobija gris de las muñecas de Cecilia y estaba todo lo en paz que está un perrito cuando se muere, no necesita ir a ningún otro lugar. Mi mamá después me dijo que yo tenía razón, que cuando nos morimos estamos ahí, muertos; igual que cuando estamos vivos estamos ahí, vivos, que ese era el chiste de la vida, que eso era lo importante y por eso era tan bonito haber acompañado a Toby mientras se moría. Estar vivo cuando uno está vivo y estar muerto cuando uno está muerto, si uno hace eso bien, si uno lo hace con el corazón, entonces no hay nada más que hacer. Eso me dijo mi mamá y me dejó comer el ponqué ramo antes del almuerzo.

domingo, 17 de abril de 2022

Una presencia (156/365)

Hay alguien cuidando de mí. Preparo las arepas del desayuno; la masa está tibia y suave. La luz artificial de la cocina se refleja en el mesón de granito oscuro mientras Lila se sienta y me observa, esperando a ver si hay algo para ella. De fondo, suena la música de un pianista japonés. En la última hora he tenido dos carcajadas y tres indicios de llanto. Hay una sensación de tener la emoción en carne viva al finalizar esta semana. Hago cuatro bolitas de masa y el tiempo se detiene. Percibo en mis manos toda la historia de las cosas cotidianas que, amontonadas, han dado forma a mi vida. Hay una presencia que está siempre detrás de la puerta, lista para entrar. Me desdoblo sobre mí en las labores del cuidado, en los proyectos, en las aventuras y los fracasos. Hay una sombra que está siempre detrás de mí. Todo el terror y toda la ternura se abalanzan sobre nosotras. Mañana será otro día.

sábado, 16 de abril de 2022

Silencio (155/365)

Descubro el corazón del corazón de las cosas en el silencio apacible de mi casa. Lila ronca en su camita; mi madre ha ido a la iglesia; mi hermana come torrejas a miles de kilómetros de aquí; mi mejor amiga debe estar en casa acompañada de su niño y su gato. Hay algo fundamentalmente lúcido y sabio en la confusión que me atenaza. Descubro el corazón del corazón de las cosas en mi alegría y el amor que veo, florecido en cada rincón de mi ser. Descubro el corazón del corazón de todo eso en el temor y la agresividad y la tristeza que me habita. Me miro a mí misma en el espejo (un desastre) y me vuelvo a enamorar.

viernes, 15 de abril de 2022

Hoy y mañana (154/365)

Está bien darle tiempo a esta sensación de no poder. Está bien meterse debajo de la cobija, absolutamente incapaz de mirar a la grosera vida a los ojos. Por hoy, me rindo. Por ahora, me doy por vencida. Con dignidad acepto que he perdido; es más, entrego lo poco que me queda. Prefiero quedarme sin nada que me puedan quitar. 

Ya perdí la cuenta de las veces que estuve de este lado, solo que ahora me avergüenza menos. Las rodillas raspadas y la ropa rota, no son sino señales que anticipan días tranquilos, soledades plenas y luminosas, una alegría fresca que reverdece en mis jardines. Casi me alegran las heridas, casi me alivia quedarme con menos.

Me empino para ver a través de la ventana y hay una inmensa luna brillando en el cielo. Sobre mis hombros tengo una mantita caliente que perteneció a mi abuela, ya fallecida. He cenado con mi madre y he dejado a mi perra arrunchadita con sus juguetes. Casi me alegra ya este día desperdiciado, esta convalecencia emocional, este corazón desvencijado por la añoranza. 

Mañana. La boca se me llena de agua.

jueves, 14 de abril de 2022

Mi propia familia (153/365)

Hace cuatro años escribí un poema que me gusta. Lo recordé esta noche mientras hablaba con mi madre sobre mi incapacidad para recuperar una sensación de familia en la que, durante la infancia, podía refugiarme. Me sorprendí a mí misma hablándole sobre mi día de hoy y dejando salir de mi boca esto: "Estoy sola en el restaurante y me siento bien. Yo soy mi propia familia y me siento bien". 

Hoy, en un día en que tradicionalmente mi familia, como muchas otras, se reúne, yo salí a pasar el día conmigo; a celebrar los presentes que la vida me ofrece, todas esas oportunidades para abrir mis ojos a la luz que rompe mi corazón. Apenas llegué al centro comercial, fui al baño y me miré en el espejo. Mi corazón aún agitado por la confusión de mis emociones, me susurró las palabras más dulces, una verdad antiquísima, pura sabiduría: "cada uno carga con sus heridas lo mejor que puede, nadie quiere lastimarte, nadie quiere lastimarse a sí mismo. Llamamos amor al acto de abrazar, honestamente, esa verdad". Respiré en paz y deseé que nadie se lastime a sí mismo intentando evitar lastimar a los demás, como si fueran cosas diferentes... Me miré a los ojos y me gusté. Me ha llevado tiempo silenciarme para poder escuchar esa voz de mi corazón. Me sentí orgullosa de la dignidad de mi voz cuando se quiebra y anhelé tener más bondad para dar; más paciencia, más silencio, más delicadeza. 

Luego hice la fila en el restaurante. Frente a mí, un chico rubio precioso esperaba a su novia. La expresión de sus ojos cuando la vio fue emocionante. Ella, en sus brazos, encajaba perfectamente y la complicidad de las palabras al oído me derritió. No tendrían más de veinte años. Seguro que así me veía yo hace veinte años. Me enternecí. Entonces pensé: "Ahora yo soy mi propia familia y me siento bien".

Ese poema que escribí hace cuatro años era sobre esa sensación, algo que apenas intuía. Pienso en esa mujer que fui que escribió esas líneas el seis de mayo de dos mil dieciocho, en el momento más oscuro y doloroso de nuestra historia... cómo me gustaría besar sus pies con devoción, decirle que solo por ella pude sentarme esta tarde y disfrutar mi menú para una, mi mesa en soledad, mi corazón apacible reposando en sus propias heridas que van sanando en cada inspiración. Solo por ella, esta tarde ha sido bendecida con la gracia de estar contenta conmigo, de apreciar lo que tengo y lo que no, de ver mi corazón abrirse en lugar de llorar. Yo soy mi propia familia y me gusta así. Comparto mi vida conmigo y me siento bien. 

Voy a dejar ese poema de nuevo por aquí, para hacerle saber a la que fui que fue ella quien construyó el hogar de esta familia que soy ahora. Ojalá que en un par de años, la que seré pueda recordar esta tarde con un barniz de claridad y dulzura; que pueda comprender que la que caminó por la entrada del centro comercial iluminó otro trayecto de vida con su corazón que se abrió al reconocer a lo lejos la naturaleza de lo que llamamos amor: cada uno lleva sus heridas lo mejor que puede, es todo lo que hay que abrazar, en una misma y en los demás. 

Un hogar

Yo construí un hogar con mis manos.
Encontré cada piedra, cada cerrojo, cada pedacito de madera.
Yo inventé los mecanismos que lo abren y lo cierran,
los que lo mantienen caliente y a salvo.

Yo sola subí las puertas y los cristales
yo elegí los platos y las flores.

Yo, con mis propias fuerzas, ajusté los cimientos,
las vigas,
el tejado.
Todo cuanto hay encima,
debajo y alrededor.

No quedó una grieta,
no quedó un desnivel.

Yo con mis propias fuerzas alimenté este cuerpo,
lo levanté y lo cuidé.
Canté, oré, medité y lo dejé como nuevo.

Yo caminé los caminos
e hice las penitencias.
Aprendí los rituales y allí puse mi corazón.

Yo amé con todo el amor
y lloré todo el llanto,
jamás odié, ni ahora puedo.
Yo pedí, hablé, llamé, busqué.

Allí me encontré.
Allí también me perdí.

No hacía falta esforzarme tanto,
aquí debajo de este árbol
al calor de esta estrella que me atraviesa puedo dormir esta noche.
Sólo en este silencio puedo descansar,
entonces saldrá el sol.

miércoles, 13 de abril de 2022

Amistad (152/365)

Su cocina es preciosa y ella misma la diseñó. Pensó en cada detalle, en lo funcional y en lo hermoso. Es toda en blanco y negro, clásica pero acogedora y la disfruta enormemente. La disfrutamos. La penumbra de las seis de la tarde en el apartamento nos sorprende; ni siquiera percibimos que se estaba haciendo de noche. Bajo la luz amarilla de los focos la miraba, con su cabello a medio recoger y con un mechón cruzándole la frente. Usaba ropa de casa, libre, sus senos relajados en su camisa deportiva, encantadora y sensual. 

Del otro lado del mesón brillante de granito estaba yo, acomodada en las sillas blancas de bar apoyada sobre mis codos mirándola hacer. Sus manos manipulan con cuidado los alimentos y veo todo su amor en lo que prepara para mí. Mi mejor amiga hace las mejores arepas del mundo. Sé que está cansada, que le cuesta quedarse de pie, pero no pierde oportunidad de preparar para mí (y de paso para mi madre) algo que en nuestra boca es un pacto de cuidado y de fidelidad; a lo que somos, a nuestro amor, a nuestros procesos vitales, a nuestra humanidad que se despliega gloriosa en las carcajadas en el sofá, en el abrazo que nos funde en el umbral de la puerta. 

Es una mujer extraordinaria y entre mis brazos parece una niña pequeña. Tiene la capacidad de suavizarlo todo con su voz, con su piel blanca y tersa, con el gesto encantador que tiene su lengua cuando habla. La miro y me quiebro. La miro y quiero darle el mundo para que pueda dedicarse a recorrer pueblitos y a amanecer en los brazos de un amante generoso. La miro y quiero que el mundo la mire, que la descubra, que se colme de la bondad y la sabiduría de su corazón. 

Su cocina y su sofá han sido suficiente espacio para contener todo el llanto y gozo que nos hermana, ahí hemos sabido remendarnos cada una y entre las dos para salir de nuevo a la vida a exponer nuestro corazón. Crecemos, nos sanamos, inventamos estrategias para el amar, para el envejecer, para el soñar. La miro y no puedo contener la emoción. Su cocina y su sofá son nuestro laboratorio para jugar con lo que decimos que somos, con los despojos de lo que hemos sido, con el precipicio que descubrimos cuando nos miramos a los ojos. 

martes, 12 de abril de 2022

Te necesito (151/365)

Hay días en los que (todos) necesitamos de alguien más. Yo, hoy, necesitaba de alguien más. A las tres de la tarde entendí que aún no sé como pronunciar esa frase tan terrible por estos tiempos: "te necesito". Qué horror pronunciar eso tan humano en estos tiempos tan desapegados, tan rotos, tan a la defensiva. Nunca había sido tan difícil sumirse en la vulnerabilidad de los lazos y los vínculos. Nunca había sido tan imperioso estar siempre bien para poder estar en contacto con el estar bien de alguien más. 

Pues bueno, hoy necesité, y como aún no sé cómo decir eso, tuve que empezar el día de nuevo. A las tres de la tarde me bañe y me puse ropa que me hace sentir bien. Hacía una tarde soleada preciosa y salí con un libro en mi bolso a caminar. Me senté en la banca de un parque cuyo césped hace mucho no es podado y está todo tapizado de florecitas blancas y magenta; absolutamente hermoso. Saqué mi libro, un libro que no había empezado y me puse a leer. Unos dos capítulos después fui consciente de que estaba absorta en las páginas, pare un momento y regresé al instante. El viento corría y el sol pegaba en mi cuerpo con fuerza. A lo lejos los perros jugaban y no había mucho ruido. Me sentí en casa, me sentí aliviada. Entonces pensé, esto es todo lo que necesito... Sin embargo, ahora terminando el día, comprendo que sí, que esa sensación es maravillosa, pero quiero aprender a decir: "te necesito", también necesito eso. Le doy vueltas y vueltas y no tengo idea de cómo se hace. Necesitar de alguien parece ser algo terriblemente malo, parece indicar que hay algo muy mal en mí y que esa es razón para que cualquier persona sana decida alejarse. Quizás esa idea solo provenga de experiencias de mi infancia y de mi atormentada adolescencia en las que el rechazo fue la respuesta a un corazón herido que se abre. Sigo siendo ese corazón herido, igual que tú y que todo el mundo. A lo mejor por eso es que no sé como pronunciar ese "te necesito", no sé como sobreponerme al terror de ser dejada, de ver el calor de lo que amo correr en otra dirección. 

¿Tiene que ver, todo esto, con mi padre? 

He aprendido a romper mis propios límites, mis propias reglas. He reunido el coraje de decir lo que siento, lo que me habita, lo que me lastima, pero no tengo idea de cómo decir "te necesito". No sé cómo se pronuncia esa condición humana que quiere estar en silencio compartiendo la intimidad de lo que asusta, de lo que se escapa, de lo que nos supera. No sé cómo trasmitir esas ganas de dejarme caer en las manos de alguien y solo permanecer serena sabiendo que toda mi sombra tiene espacio en el espacio de alguien, y entonces así, sentir que la inevitable soledad de lo que soy, encuentra, por momentos, otra soledad inevitable para conversar. 

Decir "te necesito" me suena como un recordatorio de las cosas que nos hacen idénticos, más allá de todo lo que nos hace diferentes. Mi parte más lúcida y sabia es la que te necesita; la parte de mí que ya no tiene miedo, la que está lista para saltar, la que abraza con coraje lo más doloroso y crudo de mí misma y del mundo. 

Pero no estamos listos para esta conversación. 

lunes, 11 de abril de 2022

¿Qué va a suceder ahora? (150/365)

Permanecer con el corazón roto, con el estómago revuelto, es la senda del despertar. Algo parecido a eso dice uno de mis pasajes preferidos de un libro de Pema Chödrön. Cuando hablo de eso me parece que tiene todo mucho sentido. Puedo pensar en situaciones pasadas y puedo verlo con claridad. En días como hoy, en los que el caos me da un golpe seco en el estómago, me cuesta ponerme en pie, me cuesta recuperar el aliento.  Pero me extiendo los brazos a mí misma y me recibo en el momento de la caída; me sostengo, me soplo a mí misma en la cara para ayudarme a despabilar. Agarro mi cara entre mis manos y me digo con firmeza: esta es la senda del guerrero. 

Me tomo estos asaltos crudos de la vida con humor. Alguien que no me ama, alguien que me ignora, mucho ruido en casa, un dedo tronchado, acné hormonal, planes rotos, enfermedad, un aguacero inesperado; las pequeñas tragedias de la vida que se convierten en cataclismos para la que me habita y tiene un atlas a todo color del mundo y sus alrededores, todo marcadito con nombre y página. 

Uno se muere un poquito todos los días. Uno va cediendo terreno en cada exhalación. No hay que desperdiciar los innumerables ensayos para el gran momento final; para eso es que estamos aquí ¿no? Para aprender a desempeñar con gracia la despedida.   

Permanezco con el estómago revuelto esta noche mientras como de más, mientras duermo de menos y mirando el cursor intermitente me pregunto ¿Qué va a suceder ahora? Pienso en los seres que amo; pienso en su soledad, pienso en las cosas que temen, las que añoran, las que ambicionan, pienso en lo que harán cuando nadie los está mirando. ¿Qué va a suceder ahora? 

Me anima pensar que he practicado decir adiós y que el adiós definitivo ha de salirme un poco mejor después de este día. No puedo mover mi dedo, el dolor me mata, me cuesta caminar. ¿Qué va a suceder ahora?

domingo, 10 de abril de 2022

Música de hoy (149/365)

Esta mañana tuve el privilegio de experimentar la música en un pequeño teatro. Escuché con emoción la Sinfonía No. 1 de Beethoven que, según nos instruyeron, fue estrenada cuando él contaba con 29 años, por lo cual, es un sonido ya maduro aún para ser su primera sinfonía. La directora de la orquesta dijo: "a nosotros nos agita el corazón y si al final del concierto también ustedes tienen el corazón acelerado, significa que hemos hecho una buena personificación de esta pieza".

En el segundo movimiento cerré los ojos y mi corazón se aceleró. Mi parte más trascendental sintió algo brillante en mi pecho, una apertura al sonido que inundaba la sala, vibración, una armonía de sonidos complejos. Yo, sin saber nada de música, me conmuevo con el misterio y la belleza de esos sonidos que surgen de cuerpos aferrados a su instrumento, con devoción, con reverencia. Mi parte más trascendental me susurró algo así como "es así la vida... un misterio, un sonido que inunda el instante para desaparecer súbitamente". Es algo precioso cada momento. Es el sonido del infinito: irrepetible, inasible, inexplicable.

De ahí surgió la luminosidad de este día, una serena alegría que lo tocó todo: el almuerzo con mi madre en un precioso restaurante vegano; nuestro café con torta de pan en un patio encantador; el aguacero torrencial al abrigo de las carcajadas de un corazón que amo; el contacto de una piel que se derrite sobre otra; la caricia amorosa que desea la serenidad y el bienestar de un cuerpo cansado. Un día que acelera el corazón. Me hago instrumento de lo divino y dejo que la vida emita su sonido a través de mí. 

Amo y es todo lo que puedo hacer. Amo y es todo lo que quiero hacer.

De regreso a casa, con el pelo desordenado, pienso en dos bellas marcas para lo que, tranquilamente, podría ser mi último día: Amor es una sensación de ser libre y estar a salvo. Sufrimiento es resistirse a que las cosas sean lo que son. Dejo que la vida haga su ruido a través de mí. Esta música acelera mi corazón. 

sábado, 9 de abril de 2022

Mi círculo de mujeres (148/365)

Nunca me siento más fuerte que cuando me expongo por completo y dejo que el amor de alguien toque las partes oscuras de lo que soy. Nunca la vida me parece más completa y precisa que cuando me fundo en el calor de los lazos auténticos de mi vida. 

Pasé la tarde con una de mis personas favoritas en el mundo. Nos damos espacio para nuestras historias, nuestros corazones anhelantes, para nuestro cansancio, para las cosas ridículas de nuestros días. Nos contenemos, nos damos un lugar seguro para el llanto, la nostalgia, la inseguridad; nos celebramos el valor y la dicha, el placer y el deseo. Es una experiencia extraordinaria tener un círculo de mujeres valientes que se han atrevido a dar un paso hacia su interior. Eso da una confianza ilimitada en el propio poder y la propia capacidad para transformarlo todo, desde la forma en la una se mira al espejo, hasta las palabras adecuadas para nombrar las delicias del sexo a lo largo de la vida. 

Mi círculo de mujeres me da todo y más, porque me da la suavidad y la energía para elegir habitar la vida a mi manera; para soltar el miedo de perderlo todo y así, conquistar algo parecido a la libertad. 

Sentirme en paz y sentirme libre, con eso será suficiente. Con ellas, eso es posible, para mí, para todas. 

viernes, 8 de abril de 2022

Placer de comida (147/365)

Preparaba el almuerzo completamente absorta en los tiempos y necesidades de cada fogón. Me movía rápido entre el repollo, los champiñones y las croquetas de garbanzo. Cantaba y me movía con la música mientras, de un lado a otro de la cocina, alcanzaba las cosas que necesitaba. En uno de esos movimientos rápidos crucé mi mirada con la de mi madre que me acompañaba sentada en una silla alta junto al mesón. 

Hice consciencia de que ella me seguía con sus ojos y me sobrecogió la desnudez de ese momento. Ahí estaba yo, entregada en cuerpo y alma a la sensualidad de la comida: los olores, lo untuoso, lo caliente; el ritmo y la emoción que cocinar roba de mí. No pude evitar preguntarme ¿Qué ve mi madre cuando me mira; yo, con el ceño fruncido y los ojos entrecerrados de tan concentrada que estoy en unas bolitas verdes que se doran en la sartén? 

Cuando me lo pregunté me sentí dichosa, me sentí infinita. Me sentí conectada con las cosas sin tiempo que dan forma al mundo; ver la cara de mi madre cuando pongo el plato sobre la mesa junto a su copa de vino; ver su sonrisa cuando termina el último bocado; escucharla decir que se siente afortunada... soy yo quien ha recibido el privilegio de compartir con ella este pedacito de vida y esta pasión por poner en nuestra mesa cosas bellas y estimulantes, darnos la oportunidad del placer y del amor en un plato de porcelana.

Cocinar y comer son formas que toma la sensualidad que ilumina mi vida. Mi cuerpo reconoce su materialidad en las verduras frescas y su voluptuosidad, en las sensaciones que me inundan desde la boca, pero no solo la boca; todos mis sentidos despiertan cuando digo "voy a cocinar".

¿Cómo me veo cuando cocino? ¿Cómo suena la cocina cuando yo la habito, con mi música y mi canto desafinado, con el ruido de mi revolver, de mi cortar, de mi probar? 

Qué preciosa intimidad genera compartir la cocina y la comida. Cómo se enriquece la experiencia del vivir cuando nos abrimos al placer de la mesa en compañía, a la inocencia de untarnos, de oler, de lamer, de usar las manos y la lengua y todos los sentidos para alimentar este cuerpo y este lazo que tenemos con la tierra que florece maravillas, también para nosotros. Me deleito en la sensualidad de la comida y de prepararla; retorno a una condición natural, al cuidado, al éxtasis de hacer parte de alguien, de ser un cachorro, de estar conectada con el cuerpo, la alegría y el amor.  

jueves, 7 de abril de 2022

qué corazón maravilloso (146/365)

De camino a la cama me detengo en el espejo. Me sorprende ver mi piel luminosa, mis mejillas tersas y brillantes, mi cabello armónicamente desordenado. Me miro con un sentimiento de profunda ternura y compasión. Miro mis ojos llorosos y me digo: "Qué maravilla eres. Es momento de una tregua; es hora de hacer las paces contigo".

¿Acaso hay algo más por hacer en esta vida que despertar y hacer las paces con una misma? En un mundo tan enfermo y doliente ¿Hay alguna otra cosa que valga la pena aparte de intentar ser, para mí misma, un rayito de paz?

Me siento en mi cama y recibo un par de mensajes con canciones hermosas; mi corazón se agita. Me atraviesa el dolor de una mujer a miles de kilómetros de aquí que se llama Elena; entonces quiero estar finalmente en paz. Es todo lo que quiero esta noche. Estoy agotada del miedo y la lucha, de la resistencia a todo, de insistir en sostener alguna cosa en pie. Sólo quiero sentirme en paz. 

Me entreno en poner mi corazón vivo en las manos de alguien más. Me conmueve verlo palpitar, incansable, para permitirme inventar el amor, de todas las formas posibles. Hago las paces con él cuando lo miro y descubro en su materia el infinito, mi casa, mi música, el árbol que me alimenta. Ese corazón invencible y vulnerable es el mismo corazón que se experimenta como un corazón roto, es el mismo corazón loco que se enamora, es el corazón humillado y maltratado, el corazón herido por la confusión  y el enojo. Es mi corazón y es todos los corazones; todos los que, yo misma, he sostenido antes en mis manos. No hay dos corazones, son todos exactamente el mismo.

Pongo mis manos en mi pecho y lo siento brincar. Le doy las gracias, le deseo una vida larga y feliz. En alguna casita a miles de kilómetros de aquí hay una mujer como yo, que siente su vida latiendo, que hace consciencia de la finitud de esta condición humana. Quizás ella, como yo, se ha sentido enamorada. Quizá también ha reunido el coraje de poner su corazón en las manos de alguien... lo que pasa después no es tan importante. Un corazón valiente que pronuncia el amor es ya el tesoro, la recompensa, la paz. 

Lo único que quiero esta noche es sentirme en paz. Me hago una foto y me digo "qué maravilla eres". Por un breve instante me siento capaz de organizar mi miedo y mi lucha; mi resistencia y mi control y sentarlos a cada uno en frente de mí. Por un instante me siento capaz de poner mi corazón en sus manos, rendirme. Por un instante descubro la fuente de este calor apacible en mi pecho. 

Me siento en paz y dejo que esa paz se derrame, inundando todo hasta alcanzar a la mujer que, a miles de kilómetros de aquí, con sus manos sobre su pecho, le dice a su corazón: "qué maravilla eres". 



miércoles, 6 de abril de 2022

Lo blando del día (145/365)

Entré al supermercado invadida por el amor. Fui a buscar los yogures preferidos de mis sobrinas para llevarles de regalo. Había decidido hacer la larga caminata hasta su casa para despejarme un poco después de una jornada de trabajo que pareció eterna. Pero quería llevarles cosas que las hacen felices, cositas que les ayuden a recordar que el amor también es ese tiempo y esa atención a lo pequeño que ponemos en la vida de otros seres. En eso pensaba mientras miraba a través del cristal de las neveras. De repente, una sensación que no experimentaba hace mucho, mucho tiempo: alguien me tapaba los ojos desde atrás. Obviamente me asusté, pero a una parte de mí le habría encantado poder relajarse y experimentar la sensación de esas manos tibias rozando mis párpados. Duró apenas un segundo y volteé para descubrir unos ojos oscuros y brillantes que me hacen sonreír. Descubrí ese aroma, ese color de piel que ablanda algo dentro de mí. Es maravilloso que la presencia de alguien haga eso. No explico cómo es que él lo hace, pero lo hace.

Caminamos juntos un par de cuadras y seguí mi camino. Anduve algo más de cuarenta minutos para llegar a ver a mis chicas. Saqué de la bolsa las cosas que había comprado para ellas. Se alegraron. Diez minutos después me estaba despidiendo y, entonces, me hice más blanda de nuevo: mi sobrina menor me abrazó, con un abrazo absolutamente honesto y me dijo te quiero mucho. Es maravilloso que la voz de alguien ablande las partes duras del mundo. Esa sensación se vino colgada de mi pecho todo el camino de regreso. Mientras andaba por terrenos sin pavimentar, podía percibir el sonido de mis pasos sobre el polvo y las piedras, podía notar el ruido de los carros andando lento por la avenida, pero era todo un ruido sordo. Había un silencio acogedor dentro de mí. Era la voz de L diciéndome te quiero, era la sensación tibia de las manos de A. 

Entré a casa invadida por más amor. Entré a casa con la ilusión de poder acoger las partes insoportables de mi día a día, mi corazón caprichoso, mi razonar inseguro, mi vergüenza secreta, mi dolor cotidiano. Entré a casa con la voluntad de hacer relucir las tacitas en las que me tomo a sorbos el tiempo de mi vida. Me ablanda por completo experimentar el amor que florece en mi interior gracias a las cosas pequeñas que otros seres ponen en mi vida. 

Justo antes de sentarme en mi cama a escribir estas líneas dejo que Lila me lama y me relama la cara. No puedo contener las carcajadas que me produce su lengua babosa y rasposa, no quiero privarla a ella de escucharme reír entre el asco y la emoción, poseída por un amor que, de nuevo, me ablanda; no quiero privarme yo de la sensación de ternura que irradia ese momento. Me dejo caer ahí, en ese espacio emocional en donde todo es blando y crudo y tierno, como un corazón caliente de sangre adentro del pecho. Observo los destellos de un dolor muy dulce; mi corazón caliente de sangre, mi vida palpitante de un día cualquiera. 

martes, 5 de abril de 2022

Amor de supermercado (144/365)

Finalizando la tarde, saqué a mi perra para hacer pipí. Contrario a lo que pensaba, no hacía frío; me sorprendió la brisa agradable y el cielo pintado de rosa. Tenía ganas de salir a caminar, así que con la excusa de conocer un supermercado nuevo del barrio, salimos mi madre y yo a andar un poco.

Dimos vueltas por cada uno de los pasillos y nos fijamos en las cosas que usualmente compramos, en los precios, en las cosas que usualmente no compramos pero podríamos comprar. Elegimos las cosas para el almuerzo de mañana considerando los descuentos del día: un brócoli precioso, tomates y cebollas. Salimos contentas. Los supermercados nos ponen contentas porque nos permiten ver lo mucho que hemos cambiado y lo poco que en realidad compramos de los pasillos en los que no se apilan los aromas de las verduras frescas. En un mundo tan adolorido y confuso, es un privilegio no llenar un carrito de supermercado con conservantes, aditivos y plásticos. 

Nos fuimos con nuestro paquetito de verduras para rodear la cuadra y regresar andando despacio a casa. Pasamos por una cervecería artesanal a la que nos prometimos ir pronto. Pasamos por la farmacia y compramos un par de cosas que ya hacen parte de la rutina de cuidados de mi madre. Pasamos por una panadería artesanal y elegimos dos pancitos pequeños para el desayuno. Cuarenta minutos después estábamos de regreso en casa.

Durante esos cuarenta minutos, caminando con ella agarrada de mi brazo, sentía algo dentro de mí agitarse. Una sensación de inquietud que usualmente marco con el nombre de nostalgia. Nostalgia de lo que no quiero perder. Nostalgia de una sensación que quiero retener pase lo que pase. Entonces, a cada paso y mientras conversábamos sobre cualquier cosa, intenté borrar esa marca y recordarme segundo a segundo que estaba justo ahí, andando con mi madre por la calle, sintiéndome maravillada por la simplicidad y la belleza de ese momento cotidiano. Cada vez que me subía una presión a los lagrimales, respiraba y soltaba la palabra abstracta que intentaba nombrar mi resistencia a la fluidez de ese momento.

No quiere decir que no notara la resistencia, las ganas de permanecer en esa alegría, en esa conexión mágica que es el amor, pero la soltaba apenas la notaba, una y otra vez. Nunca, algo tan elemental como ir al supermercado, se había sentido tan vivo y tan pleno de serenidad. Mi madre ha desplegado para mí una energía amorosa como nunca imaginé, una energía que lo transforma todo, que me transforma a mí y descubre otra dimensión para esta pequeña existencia que soy en este momento. 

lunes, 4 de abril de 2022

me ama, no me ama... me ama (143/365)

¿Me amo o no me amo?

Voy terminando de deshojar este día; un día lleno de ocupaciones, de tareas resueltas, de personas con las que intercambio palabras y gestos. ¿Me amo o no me amo? Obvio sí, pero ¿de verdad me amo o no me amo?

Hago una revisión: mi desayuno, mi merienda, mi almuerzo, mi café de sobremesa, mi segundo café terminando la tarde, la cena que preparo al llegar a casa... ¿me amo?

Ok, me amo lo mejor que puedo. Otra revisión: mi primer pensamiento de la mañana, mi charla conmigo mientras me baño, lo que me digo mirándome al espejo mientras me lavo los dientes, como reacciono ante un momento incómodo, cómo me aliento cuando un reto me excede, la compañía que me hago cuando no hay nadie almorzando conmigo. Deshojo el día, momento a momento.

¿Y si pienso en mis conversaciones y encuentros del día? un poco sí, un poco no. 

Sostengo el tallo desnudo de un día que termina. Pierdo la cuenta cuando me miro fijamente en el espejo. Mis pies descalzos se alegran en la sensación de los pétalos aterciopelados que me sirven de alfombra. Sonrío a mi reflejo. Sonrío al reflejo que me devuelven las horas de este día. Sí, con todo y lo que no amo, concluyo que me amo. Que ojalá mañana amanezca más blandita, más serena y pueda entonces amarme mejor. Así, con suerte, puedo amarte mejor. 

domingo, 3 de abril de 2022

Una casa (142/365)

En una charlita de domingo, una amiga especial estuvo hablándome con voz entrecortada de una decisión pendiente que inquieta su corazón: comprar una casa con su esposo en el país en el que vive hace veinte años o regresarse e intentar una vida en Colombia. Quiere comprar una casa, un lugar que sienta como propio, un lugar a donde pueda regresar. 

Al escucharla pensaba en que, hace un par de años, dije una de esas cosas que digo que empiezan con nunca o con siempre; dije: "nunca más voy a comprar una casa".

Ahora lo pienso y ya he tenido dos casas propias. La primera la compré con quien fuera en ese entonces mi esposo. Era un lugar que sentía propio, que hice propio con mis manos, con mis plantas, con los aromas del amor que puse en cada uno de los días en los que viví allí. Compramos esa casa con la ilusión de hacer una vida juntos, es decir, de tejer el tiempo de nuestras vidas en una sola cosa que pudiera caber en esa casa. Pero no supimos tejer nada que pudiera ser abrigado por las cuatro paredes y las dos habitaciones de nuestro bello apartamento con vista a los cerros de Bogotá. 

Mi segunda casa la compré por mi cuenta. Mejor dicho, acepté hacerme cargo de la decisión de alguien más y terminé invirtiendo mi tiempo y mi esfuerzo en un apartamento con vista a las verdes montañas de la sabana. Nunca viví ahí, pero ahí perdí todo el dinero que había juntado por años. La vida que viví asociada a esa casa tal vez sea la más importante hasta ahora. Nunca como en ese tiempo fui hasta tan adentro de mí, nunca me sentí más desesperada, pero nunca, tampoco, fui tan valiente y tan llena de coraje. Me separé de esa casa para buscar mi propio lugar apenas en el área que ocupa mi corazón. 

Dije "nunca más", dije "que no me engañe de nuevo la ilusión de seguridad que, por momentos, proporciona una casa". Ahora creo que eventualmente volveré a comprar una casa y espero que entonces pueda comprarla con la certeza de que cuatro paredes no son ninguna certeza; con la consciencia de que una casa a mi nombre es solo una fuente más de preocupación, igual que no tener una casa a mi nombre. Por ahora, ahorro sagradamente parte de mi dinero para invertirlo en mi verdadera casa, el lugar que he de habitar cargada con este cuerpo y este corazón indeciso que quiere mudarse una y otra vez; la casa que sea el lugar a donde, pase lo que pase pueda regresar. Mi casa que será mi casa siempre.  

sábado, 2 de abril de 2022

Enamórate (141/365)

Leo en el estado de un amigo: "Enamórate, nos morimos igual". Me pregunto a mí misma si vale la pena, en realidad, enamorarse...
Mientras pienso en eso, mi perra, hecha un bolita, duerme a mi lado. Siento el contacto de su cuerpo en movimiento cada vez que respira, me enternece. 

Me enterneces Lila y cuando estás dormidita a mi lado, perezosa, quisiera que ese momento durara muchas horas; quisiera poder contemplarte siempre así y sentir que tú y yo ya formamos un mundo aparte del mundo, un mundo que no necesita de palabras, un mundo en donde comemos y dormimos y nos acompañamos lo mejor que podemos y eso ya está bien. 
Cuando estás así, roncando con tu cabecita apoyada en mi cuerpo, temo siquiera moverme, temo asustarte y que, entonces, presa de la confusión, termines lastimándome, como ya lo has hecho. Tengo unas cuatro cicatrices de tus dientes en mi cuerpo, unas más graves que otras; sin embargo, mi amor por ti no hace sino crecer. ¿Cómo es posible eso? ¿Cómo es posible que, a pesar de temer, confíe en que esta noche no vas a lastimarte y entonces te deje quedar tan cerca, aproximarme con tanta suavidad para que tu lengua haga sonreír mis mejillas?
Es que confío. Confío en algo que existe entre las dos. Algo que hemos cultivado por más de siete años, algo que ha sobrevivido a la distancia, a nuestros pequeños adioses cotidianos, a nuestros enojos, a nuestras soledades acompañadas, a nuestras mudanzas de ciudad, de casa, de familia, de romances y de ánimos. Es que confío en que mi naturaleza y tu naturaleza ya se habían hermanado antes y ahora estamos, simplemente, jugando a representar otros papeles mientras transitamos este camino que ya nos pertenece. Es que confío en que me has perdonado las horas en que te sentiste sola, las veces en que torpemente te hice confundir, las tardes de llanto en las que no pude sacarte a tomar el sol; confío en que comprendes mi malos ratos, mi incapacidad para darte la serenidad que necesitas, mi falta de experiencia para ser la compañía que mereces. Confío en eso cuando me miras y lames mis ojitos que te buscan.  Confío en la naturaleza bondadosa de tu corazón. Confío en esto que siento cuando siento tu calor. 
Nos morimos igual Lila. Creo que vale la pena confiar, a pesar de las cicatrices, a pesar del temor, a pesar de los malos ratos. Nos morimos igual, pero vale la pena experimentar la profundidad de un lazo, la ternura de sentirse vulnerable, la emoción de sentirse valiente al ponernos en manos de otro ser y simplemente confiar. 

viernes, 1 de abril de 2022

catorce años (140/365)

María Juliana mide sólo seis centímetros menos que yo. Esta tarde, apenas terminamos de almorzar, subió hasta mi estudio para mostrarme la ropa que va a estrenar mañana en su cumpleaños número catorce. Me medí su chaqueta y sus tenis blancos nuevos; me quedan. Me queda su ropa... increíble. 

Todos los años hablamos de la misma historia; de como estuve en el hospital bordando para ella cojincitos con ovejas rosadas y su nombre; de como yo estaba sola con mi hermana el día del parto y no sabía ni qué hacer; ella se muere de risa cuando dramatizo cómo corría yo por el pasillo de la clínica, debatiéndome entre ir a comprar unos pañales o esperar a que llegaran mis papás. Todos los años revivo el temor y la emoción, la ansiedad y la ternura de ese momento tan crudo y tan lleno de poder. María Juliana nació prematura, como una ranita pequeñita y ahora me queda su ropa.

Para mañana, seré yo quien cocine un menú en su honor. Me desarmó cuando le pregunté qué había elegido. "Pasta morada", me dijo. Se refiere a una pasta con pesto de remolacha que les di a probar hace poco. Una receta de mi propio recetario. Una receta vegetariana. Me desarmó que eligiera algo tan poco convencional para una niña de su edad, un sabor tan particular. Fue un pequeño triunfo para mi corazón, una pequeña recompensa a mis intentos de hacerme una vida feliz con mis propias manos.

No ha sido fácil hacer mi camino en esta familia y cuando veo a María Juliana y la escucho elegir mi receta para celebrar su cumpleaños, pienso en que cada desafío conquistado ha valido la pena. Me pidió como regalo dos libros sobre mujeres valientes y maravillosas y eligió mi receta para su cumpleaños. ¿Acaso estoy soñando? Esa ranita pequeña que fue hace catorce años ya me presta su ropa y los veintitrés años que le llevo solo me acercan más y más a la niña que ella inventa cada día con sus lecturas y sus esfuerzos y su dulce corazón terco. Me desborda el amor cuando pienso en todo esto; cuando veo germinar en su boca anhelos que yo también anhelo y solo deseo que sea feliz. 

Mañana cocinaré con emoción y con orgullo por las cicatrices que me han hecho lo que soy, por el fuego que pueda compartir con ella y por el amor con el que pueda abrazar a las niñas de mi vida.