viernes, 8 de abril de 2022

Placer de comida (147/365)

Preparaba el almuerzo completamente absorta en los tiempos y necesidades de cada fogón. Me movía rápido entre el repollo, los champiñones y las croquetas de garbanzo. Cantaba y me movía con la música mientras, de un lado a otro de la cocina, alcanzaba las cosas que necesitaba. En uno de esos movimientos rápidos crucé mi mirada con la de mi madre que me acompañaba sentada en una silla alta junto al mesón. 

Hice consciencia de que ella me seguía con sus ojos y me sobrecogió la desnudez de ese momento. Ahí estaba yo, entregada en cuerpo y alma a la sensualidad de la comida: los olores, lo untuoso, lo caliente; el ritmo y la emoción que cocinar roba de mí. No pude evitar preguntarme ¿Qué ve mi madre cuando me mira; yo, con el ceño fruncido y los ojos entrecerrados de tan concentrada que estoy en unas bolitas verdes que se doran en la sartén? 

Cuando me lo pregunté me sentí dichosa, me sentí infinita. Me sentí conectada con las cosas sin tiempo que dan forma al mundo; ver la cara de mi madre cuando pongo el plato sobre la mesa junto a su copa de vino; ver su sonrisa cuando termina el último bocado; escucharla decir que se siente afortunada... soy yo quien ha recibido el privilegio de compartir con ella este pedacito de vida y esta pasión por poner en nuestra mesa cosas bellas y estimulantes, darnos la oportunidad del placer y del amor en un plato de porcelana.

Cocinar y comer son formas que toma la sensualidad que ilumina mi vida. Mi cuerpo reconoce su materialidad en las verduras frescas y su voluptuosidad, en las sensaciones que me inundan desde la boca, pero no solo la boca; todos mis sentidos despiertan cuando digo "voy a cocinar".

¿Cómo me veo cuando cocino? ¿Cómo suena la cocina cuando yo la habito, con mi música y mi canto desafinado, con el ruido de mi revolver, de mi cortar, de mi probar? 

Qué preciosa intimidad genera compartir la cocina y la comida. Cómo se enriquece la experiencia del vivir cuando nos abrimos al placer de la mesa en compañía, a la inocencia de untarnos, de oler, de lamer, de usar las manos y la lengua y todos los sentidos para alimentar este cuerpo y este lazo que tenemos con la tierra que florece maravillas, también para nosotros. Me deleito en la sensualidad de la comida y de prepararla; retorno a una condición natural, al cuidado, al éxtasis de hacer parte de alguien, de ser un cachorro, de estar conectada con el cuerpo, la alegría y el amor.  

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