jueves, 28 de abril de 2022

Mi belleza (167/365)

Me limpio la cara todas las noches antes de dormir en la habitación de mi madre, en su baño, que se convierte siempre en lugar de charla ligera y de risas por las cosas más absurdas. Mi madre es la que, normalmente se ríe de las cosas que yo digo. Yo, tan seria, me miro al espejo con la piel de mi cara bien limpiecita. Me miro con ternura y con algo de preocupación. "¿Cómo iré a ser cuando sea vieja?" Ella deja de mirar el documental sobre bicicletas que pasan en la tele. Me mira con esa cara que pone cada vez que me pongo existencial. "A lo mejor ni llegues a vieja".

Es cierto. Media hora antes de esa conversación estaba yo masajeando las piernas cansadas de una mujer que batalla contra el cáncer. Una mujer que tiene apenas unos veinte años más que yo. ¿Alguna vez se le cruzó a ella, mirándose al espejo, que esa cara que tiene esta noche iba a ser alguna vez su cara? ¿Se habrá preguntado ella alguna vez cómo iba a ser su cara cuando vieja? Y esta noche ¿se habrá preguntado si esa cara que tiene llegará alguna vez a vieja?

¿Cuántos años me faltan para ser vieja, si es que llego a vieja?

¿Por qué me pregunto eso, justo hoy, cuando me miro en el espejo?

Llevo algún tiempo peleada con este cuerpo, con este pelo, con esta cara que se ve tan diferente a la cara que tuve hace tres años. Sin embargo, por entre las grietas, destella una luz que apenas estoy descubriendo y que me tiene fascinada. Me seduce una belleza en la penumbra que veo de reojo cuando miro mi reflejo. Hace mucho que me peleo conmigo, pero hace mucho también que veo cómo va emergiendo una belleza que no podía ni intuir. Una belleza que se asienta en la consciencia de todo lo que está roto dentro de mí. Una suerte de resignación serena, un abrazar en calma los desperfectos de mi interior que sonríen a través de mi piel y de la parte luminosa de mis ojos. No, no voy a ser nunca tan bella como lo fui, pero tampoco voy a ser nunca tan bella como soy esta noche en la que me reconozco en las marcas que el amor ha dejado en mi carne, en el llanto que me ha dibujado esta cara que me mira, con franqueza, con gratitud, con adoración. Me miro en los ojos de los seres que me aman y ahí veo una belleza que florece. Me veo a través de ellos como un capullo rosado que se anuncia en las ramas de un árbol joven. Me abro de cara al cielo y me deshojo en el transcurrir inevitable de amanecer y anochecer. Hay una profunda belleza en ese tiempo en el que me desgasto. 

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