miércoles, 13 de abril de 2022

Amistad (152/365)

Su cocina es preciosa y ella misma la diseñó. Pensó en cada detalle, en lo funcional y en lo hermoso. Es toda en blanco y negro, clásica pero acogedora y la disfruta enormemente. La disfrutamos. La penumbra de las seis de la tarde en el apartamento nos sorprende; ni siquiera percibimos que se estaba haciendo de noche. Bajo la luz amarilla de los focos la miraba, con su cabello a medio recoger y con un mechón cruzándole la frente. Usaba ropa de casa, libre, sus senos relajados en su camisa deportiva, encantadora y sensual. 

Del otro lado del mesón brillante de granito estaba yo, acomodada en las sillas blancas de bar apoyada sobre mis codos mirándola hacer. Sus manos manipulan con cuidado los alimentos y veo todo su amor en lo que prepara para mí. Mi mejor amiga hace las mejores arepas del mundo. Sé que está cansada, que le cuesta quedarse de pie, pero no pierde oportunidad de preparar para mí (y de paso para mi madre) algo que en nuestra boca es un pacto de cuidado y de fidelidad; a lo que somos, a nuestro amor, a nuestros procesos vitales, a nuestra humanidad que se despliega gloriosa en las carcajadas en el sofá, en el abrazo que nos funde en el umbral de la puerta. 

Es una mujer extraordinaria y entre mis brazos parece una niña pequeña. Tiene la capacidad de suavizarlo todo con su voz, con su piel blanca y tersa, con el gesto encantador que tiene su lengua cuando habla. La miro y me quiebro. La miro y quiero darle el mundo para que pueda dedicarse a recorrer pueblitos y a amanecer en los brazos de un amante generoso. La miro y quiero que el mundo la mire, que la descubra, que se colme de la bondad y la sabiduría de su corazón. 

Su cocina y su sofá han sido suficiente espacio para contener todo el llanto y gozo que nos hermana, ahí hemos sabido remendarnos cada una y entre las dos para salir de nuevo a la vida a exponer nuestro corazón. Crecemos, nos sanamos, inventamos estrategias para el amar, para el envejecer, para el soñar. La miro y no puedo contener la emoción. Su cocina y su sofá son nuestro laboratorio para jugar con lo que decimos que somos, con los despojos de lo que hemos sido, con el precipicio que descubrimos cuando nos miramos a los ojos. 

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