miércoles, 6 de abril de 2022

Lo blando del día (145/365)

Entré al supermercado invadida por el amor. Fui a buscar los yogures preferidos de mis sobrinas para llevarles de regalo. Había decidido hacer la larga caminata hasta su casa para despejarme un poco después de una jornada de trabajo que pareció eterna. Pero quería llevarles cosas que las hacen felices, cositas que les ayuden a recordar que el amor también es ese tiempo y esa atención a lo pequeño que ponemos en la vida de otros seres. En eso pensaba mientras miraba a través del cristal de las neveras. De repente, una sensación que no experimentaba hace mucho, mucho tiempo: alguien me tapaba los ojos desde atrás. Obviamente me asusté, pero a una parte de mí le habría encantado poder relajarse y experimentar la sensación de esas manos tibias rozando mis párpados. Duró apenas un segundo y volteé para descubrir unos ojos oscuros y brillantes que me hacen sonreír. Descubrí ese aroma, ese color de piel que ablanda algo dentro de mí. Es maravilloso que la presencia de alguien haga eso. No explico cómo es que él lo hace, pero lo hace.

Caminamos juntos un par de cuadras y seguí mi camino. Anduve algo más de cuarenta minutos para llegar a ver a mis chicas. Saqué de la bolsa las cosas que había comprado para ellas. Se alegraron. Diez minutos después me estaba despidiendo y, entonces, me hice más blanda de nuevo: mi sobrina menor me abrazó, con un abrazo absolutamente honesto y me dijo te quiero mucho. Es maravilloso que la voz de alguien ablande las partes duras del mundo. Esa sensación se vino colgada de mi pecho todo el camino de regreso. Mientras andaba por terrenos sin pavimentar, podía percibir el sonido de mis pasos sobre el polvo y las piedras, podía notar el ruido de los carros andando lento por la avenida, pero era todo un ruido sordo. Había un silencio acogedor dentro de mí. Era la voz de L diciéndome te quiero, era la sensación tibia de las manos de A. 

Entré a casa invadida por más amor. Entré a casa con la ilusión de poder acoger las partes insoportables de mi día a día, mi corazón caprichoso, mi razonar inseguro, mi vergüenza secreta, mi dolor cotidiano. Entré a casa con la voluntad de hacer relucir las tacitas en las que me tomo a sorbos el tiempo de mi vida. Me ablanda por completo experimentar el amor que florece en mi interior gracias a las cosas pequeñas que otros seres ponen en mi vida. 

Justo antes de sentarme en mi cama a escribir estas líneas dejo que Lila me lama y me relama la cara. No puedo contener las carcajadas que me produce su lengua babosa y rasposa, no quiero privarla a ella de escucharme reír entre el asco y la emoción, poseída por un amor que, de nuevo, me ablanda; no quiero privarme yo de la sensación de ternura que irradia ese momento. Me dejo caer ahí, en ese espacio emocional en donde todo es blando y crudo y tierno, como un corazón caliente de sangre adentro del pecho. Observo los destellos de un dolor muy dulce; mi corazón caliente de sangre, mi vida palpitante de un día cualquiera. 

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