viernes, 27 de septiembre de 2019

Dos meses no son nada

La percepción del tiempo es increíblemente relativa. 

Dos meses de vivir en un nuevo lugar se siente tan inmenso, tan sobrecogedor, tan intenso.  Si pienso que ese es el tiempo transcurrido desde que, muerta de miedo, tomé un avión hacia este país, me cuesta creer que puedan caber tantas personas, tantos lugares y tantas emociones en ese número limitado de días.  

No sé cada cuanto cambia de piel una serpiente, pero creo que yo he cambiado de piel unas tres veces desde que estoy aquí.
Mi piel ya se deshizo por el llanto, se resecó con este calor intenso y se quebró de tanta falta que me hace el amor que yo conozco.

Pero dos meses son en realidad tan poco... son apenas el tiempo que lleva la germinación de una semilla y el brote de los primeras hojas.  Entonces así está mi corazón, apenas despertando a este sol.  Mis piernas van haciéndose cada día más fuertes, mi pecho mas amplio y mi mente más atenta.  

Que no son nada, dos meses. Pero son también la vida entera.

Sobreviví a mi misma y a todo lo que desconozco de mi propia humanidad. 

jueves, 26 de septiembre de 2019

La felicidad de hoy

Es bueno pensar que no solo se escribe en la oscuridad. Me consuela pensar que puedo dejar de perseguir la felicidad, porque no existe más.  
Es bueno poder conformarse con un poco de alegría.  Con inmensa dignidad sentirse satisfecha con solo un poco y dejar de pretender que siempre podemos tener más.  Tener más no termina nunca.

Hoy ese poco de alegría fueron dos brasileras cantando música popular.  
Eso y mi profesor llamándome María Gabriela, recordándome que no soy de aquí, que aun leo en portugués con inmensa dificultad, que no sé nada sobre tragedias griegas pero que aun puedo sonreir y eso lo entiende todo el mundo.


miércoles, 25 de septiembre de 2019

Querida M: una carta de alegrías

Querida M:

Yo vine aquí para pasar tiempo haciendo algo que me gusta: leer y estudiar.

Pasé diez años trabajando en el mismo lugar, viendo a las mismas personas; por cinco años estuve haciendo el mismo trabajo, que además de todo lo maravilloso, requería hacer parte de muchas cosas sin sentido: escribir informes absurdos que nadie leía, improvisar las cosas más importantes, lidiar con gente sin alma, aburrirme y agotarme hasta el extremo.

Pero leer y aprender cosas siempre me hacía sentir mejor.  La emoción de un verso, las lágrimas al terminar una frase: sentirme viva.
Y por eso vine, para dedicarme por completo a eso, a leer y a aprender.

Cambié mi oficina de todos los días, muy fría en la mañana y muy caliente en la tarde por esta ciudad nueva, de sol, de mar y de brisa refrescante en las tardes.  El cielo es rosa y casi blanco de tanta luz.

Cambié la rutina de las reuniones, los chismes y las intrigas por buscar cada día cosas que hacer, sin tener en realidad mucho por hacer.  Cambié los formatos infinitamente absurdos por idiomas nuevos, palabras difíciles y textos casi incomprensibles.

Cambié mi soledad de allá por mi soledad de acá con la ilusión de, al fin, percibirla como un privilegio.

Cambié la amorosa y persistente compañía de mi perro por mi propia compañía, tan desesperante a veces, tan malherida, tan luminosa cuando se le da la gana.

Allá yo no sabía nada pero disimulaba bien, aquí tampoco sé nada, pero se me nota.

La emoción de un poema me hizo recordar por qué estoy aquí: dejé mi casa, el amor que conozco, mis cosas, mi perro, para pasar tiempo conmigo, leer y estudiar.

Así y nada más. Sin otra pretensión.

Todo lo que pase mas allá de eso será un regalo adicional.

Entonces cada vez que me sienta incómoda, o triste, o sola voy a pensar: vine a Brasil para pasar tiempo conmigo, leer y estudiar.  Y si puedo hacer alguna de esas tres cosas todo va a estar bien.

Ya habrá tiempo para algo más.

miércoles, 4 de septiembre de 2019

La vida contemplativa


¿Cuándo podré disfrutar de un día libre de objetivos?

Tengo el alma medio muerta después de esta carrera, aún comprendiendo que no hay nada que ganar, que, por el contrario, esta vida no tiene otro mecanismo que la pérdida.
Y yo voy por ahí perdiéndolo todo, todo el tiempo. Intentando retener al menos un poco de esas cosas que me mantienen andando... nada. No hay nada.

¿Cuándo podré disfrutar de un día limpio, un día sin nada de nada?

Porque contradictoriamente, entre más tengo, entre más corro, entre más lo intento, mas vacío se torna todo.  Es que de verdad, tengo ya las uñas rotas de tanto escarbar en el mismo rincón, pero no hay nada.

¿Cuándo podré disfrutar de día verdaderamente mío?