martes, 30 de noviembre de 2021

Tengo tres tatuajes (18/365)

Mi primer tatuaje me lo hice solo por hacérmelo. Como una de esas cosas que, en mi vida, había dicho: alguna vez...

Así que empecé una temporada de hacer todas esas cosas que antes había dicho: alguna vez... Y me tatué flores en la muñeca derecha. Mi primer tatuaje. Tenía unos 33 años. Me gusta la forma en la que una de esas flores está por abrirse rozando la vena que baila al ritmo de mi corazón. Me recuerda que así soy yo también, apenas un brote, naciendo a cada instante.

El segundo, es un verso: protégete con palabras y árboles. Es del poema Consejos para la mujer fuerte, de Gioconda Belli. Si hubiera podido, me habría tatuado el poema entero.

[...]
Si eres una mujer fuerte
prepárate para la batalla:
aprende a estar sola
a dormir en la más absoluta oscuridad sin miedo
a que nadie te tire sogas cuando ruja la tormenta
a nadar contra corriente.

Entrénate en los oficios de la reflexión y el intelecto
Lee, hazte el amor a ti misma, construye tu castillo
rodéalo de fosos profundos
pero hazle anchas puertas y ventanas

Es menester que cultives enormes amistades
que quienes te rodean y quieran sepan lo que eres
que te hagas un círculo de hogueras y enciendas en el centro de tu habitación
una estufa siempre ardiente donde se mantenga el hervor de tus sueños.

Si eres una mujer fuerte
protégete con palabras y árboles
e invoca la memoria de mujeres antiguas.

El tercero, es un esqueletico rodeado de flores. Es algo así como yo misma floreciendo en esta existencia humana tan efímera y tan delicada. Me recuerda que soy, yo también, apenas un brote, naciendo a cada instante.

El cuarto, van a ser flores también. Las flores en las que se transforma todo con la luz de la consciencia. La historia dice que cuando el Buda estaba sentado bajo el árbol Bodhi fue tentado y atacado por Mara y sus ejércitos. Todas sus flechas se trasformaron en una lluvia de flores y el príncipe Siddharta floreció como Buda. 

Es un capricho hacerme tatuajes. Es, quizás, una forma muy primitiva de resistirme y de separarme de las que fui antes e intentar hacerme un cuerpo que sea mucho más que mi propio cuerpo. Por ahora, sigo contemplándome en el espejo desnuda y viéndome como soy: apenas un brote, muriendo a cada instante.

lunes, 29 de noviembre de 2021

Equilibrio (17/365)

equilibrio

Del lat. aequilibrium.

Solía pensar en esto siempre como un objetivo, como un estado ideal que, con mucho esfuerzo y disciplina podría lograr. Llevo como quince años intentándolo, poniéndolo en las listas de los diciembres y en los diarios de los eneros, los junios y las emergencias.

1. m. Estado de un cuerpo cuando fuerzas encontradas que obran en él se compensan destruyéndose mutuamente.

Nunca se me ocurrió pensar que la destrucción fuera la parte fundamental de la ecuación y quizás por eso, entre más lo intentaba, más lejos estaba.  

2. m. Situación de un cuerpo que, a pesar de tener poca base de sustentación, se mantiene sin caerse.

Tampoco se me ocurrió pensar que era posible mantenerme con poco en la base. Que no era necesario hacerlo todo, tenerlo todo y serlo todo para, ahí sí, entrar en el estado.

3. m. Peso que es igual a otro y lo contrarresta.

Intenté anular todos los pesos, sin poder reconocer que, en realidad, dependía de ellos. Que todas las partes densas de mí eran necesarias y que eran, justamente, las que me ayudan a mantenerme en pie.

4. m. Contrapeso, contrarresto o armonía entre cosas diversas.

Y entre más dejo que todas mis luces y mis sombras se junten y se revuelquen felices, más parece que la diversidad que me habita se vuelve una cosa conjunta que parece, al menos por momentos, funcionar a mi favor.

5. m. Ecuanimidad, mesura y sensatez en los actos y juicios.

Nunca mi lado luminoso ha sido tan compasivo y sabio como mis lados más rotos y húmedos y porosos. Es sólo desde mi herida que puedo penetrar en un mundo que está herido igual que yo. Es sólo desde ahí que puedo untarme de la sangre y la humanidad de los cuerpos que me tocan.

6. m. Fís. Estado en el que se encuentra una partícula si la suma de todas las fuerzas que actúan sobre ella es cero.

Descansar en la fuerza cero. En el instante donde nada entra y nada sale. Un instante infinito donde no hay vida ni muerte, ni yo ni otro, ni ayer ni mañana.

7. m. Fís. Estado en el que se encuentra un sólido rígido si las sumas de todas las fuerzas que actúan sobre él y de todos los momentos de las fuerzas que intervienen son cero.

Quizás cuando mi perra me lame la cara o cuando estoy a punto de llegar a la cima de una montaña con el corazón a mil o cuando se me acaba el llanto y no puedo respirar; en esos momentos me dejo ir y, por un momento, no hay nada que pueda ocupar el lugar de algo que ya es totalmente lo que es y que soy yo misma sin reaccionar.

8. m. pl. Actos de contemporización, prudencia o astucia, encaminados a sostener una situación, actitud, opinión, etc., insegura o dificultosa.

Aceptar que ahora todo es incómodo y que equilibrio no tiene nada que ver con algo que no se mueve, sino al contrario, con algo que está en permanente oposición, destruyendo, anulando, dejando pasar hacia un lado y hacia el otro de forma natural. 

Solo si dejo que todo se movilice y se exponga; que todas las partes hagan parte; que pueda mirar lo de un lado y lo del otro voy a encontrarme en el segundo en que suspendida, pierdo de vista que voy a caer y a volver a empezar, un poco hacia allá y un poco hacia acá. En mi centro, finalmente. 

domingo, 28 de noviembre de 2021

Una cosa rara (16/365)

Lo primero en lo que me fijé fue en el color de sus manos. Después me explicó que las manchas (que yo no vi) eran por el cacao. No entendí muy bien porque estaba consumida por el tacto de su palma sobre la mía. ¿Acaso estábamos hablando en ese momento?  yo solo escuché el ruido de algún órgano de mi cuerpo que se agitó. 

Mientras él hablaba y hacía pausas para sonreír, a mí se me estaba deshaciendo en la boca el primer párrafo de uno de mis libros preferidos:

A ese sentimiento desconocido cuyo tedio, cuya dulzura me obsesionan, dudo en darle el nombre, el hermoso y grave nombre de tristeza. Es un sentimiento tan total, tan egoísta, que casi me produce vergüenza, cuando la tristeza siempre me ha parecido honrosa. No la conocía, tan sólo el tedio, el pesar, más raramente el remordimiento. Hoy, algo me envuelve como una seda, inquietante y dulce, separándome de los demás.*

No vi eso sino un rato después, cuando, finalmente, habló mirándome a los ojos. Y ahí lo vi. Ahí en ese color oscuro de sus ojos que no puedo recordar y que, quizás, no es sino el reflejo del cielo nocturno que al fin pudo mirar allá en el campo. Hay miedos y miedos profundos. 

Tiene unos ojos pequeños pero hondísimos, porque hay mucho de ahí hacia adentro y cuando, por fin,  esos ojos hondísimos estuvieron dentro de los míos, sentí una cosa rara entre añoranza y envidia por esa melancolía de alguien, que con esos ojos oscuros, se retira por semanas al campo para sentarse a mirar un paisaje que yo no puedo ni imaginar; alguien que pasa las tardes acariciado por el viento y el sol, en compañía de perros que son como señales de la bondad que hay en el mundo. 

Todo lo que él dice me cae encima como una cortina de agua fría cuando tienes mucho calor. Agua que imagino naciendo de cada centímetro de los páramos que él dibujó para mí, mientras yo dibujaba su cuerpo cansado siguiendo caminos que se convertirían en el agua que me cae encima cuando él pronuncia los nombres de animales y tubérculos que no existen en el mundo que yo habito.

Dije que sentí una cosa rara entre añoranza y envidia. Pero, ¿son realmente esas dos emociones? ¿añoranza de qué? se me ocurre que puede ser añoranza de un tiempo que no tuvimos, que no tenemos. De la intimidad de caminar por el bosque de noche en silencio y creer que ahí hay una respuesta. Y decir envidia es solo un pretexto para no decir que sí, que es añoranza de algo que no existe, del tiempo que no tuvimos, que no tenemos. De la intimidad a la que apenas nos asomamos cuando él me pregunta ¿qué hacemos maría?

Esta cosa rara es una pregunta. Una pausa cuando necesitas pensar una respuesta. 

Esa cosa rara me envuelve como una seda y me gustar sentirme así.  

*Françoise Sagan en Buenos días, tristeza  

sábado, 27 de noviembre de 2021

Un propósito anticipado (15/365)

Entre las melancolías recientes, he pensado mucho en todo lo que puede transcurrir durante un año. Hace 368 días estaba, a esta hora, regresando a casa de correr en una plaza cercana, con muy poca ropa y empapada en sudor. Reunía todas mis fuerzas para mantenerme viva y en pie un día más, pensando que quizá mañana iría a ser mejor. Pero no fue, en realidad los tres días que siguieron a ese día de hace 368 días fueron los más difíciles. Creo que nunca sentí tanto miedo por estar tan lejos, tan sola y tan vulnerable. 

Dos semanas después de ese día llegué a Buenos Aires, más delgada que nunca, más triste que nunca, más necesitada de amor que nunca. Y ha pasado un año de ese momento. Y han pasado muchas, muchísimas cosas: miles de kilómetros, cientos de personas amadas y un montón de cambios. Y aquí estamos otra vez, menos delgada, menos triste y tan necesitada de amor como desde el día en que nací.  Dice Millas que algunos nacemos con un agujerito en el pecho, que nunca se llena y que por eso no sabemos sino darnos.

Estando parada en este momento y contando tan pocos días para terminar este calendario, me pregunto ¿cuáles serán mis metas para el 2022? si han pasado tantísimas cosas en los últimos 365 días, ¿dónde podré estar dentro los próximos 365?

La próxima vez que sea 27 de noviembre quiero levantarme muy temprano y mirarme al espejo antes de salir a correr. Y quiero ver, así, recién levantada, mi pelo desordenado, mi cuerpo desnudo y fuerte y sano y feliz. Quiero ver una sonrisa en esta boca hambrienta de palabras y de besos. Quiero una marca de otra piel en mi piel y quiero, por un momento, detener el pensamiento con un suspiro. Estoy ahí, estoy viva y no hay guerra en mi interior. 

jueves, 25 de noviembre de 2021

Irresistible (13/365)

- Boa tarde. Vou querer um café e um bolo de chocolate por favor.

Estaba con los ojos empañados cuando pronuncié esa frase, sentada cerca de la ventana de un café, en el segundo piso de una librería preciosa ubicada en la entrada del centro cultural del Banco do Brasil. Estaba enamorada y estaba en Rio de Janeiro.

- Boa tarde. Vou querer um café e um bolo de chocolate por favor.

Esta vez, estaba en la librería Lamarca en Fortaleza, también en Brasil. En realidad dije eso muchas, muchísimas veces, porque mi salidas conmigo siempre fueron a un cafecito lindo para tomar un café y una torta de chocolate. 

Eso mismo pido en (casi) todos los cafés de todas las ciudades que visito. Hay algo en esa combinación que me hace sentir que hay un lugar en el mundo donde puedo poner mi nombre. Hay algo en esa mezcla que me hace sentir adulta, dueña de un paladar sofisticado e inteligente. Algo que me hace sentir que yo sé quien soy, o, por lo menos, a qué sabe esa que llevo conmigo cuando voy caminando emocionada, explorando una ciudad nueva, una lengua nueva, un cuerpo nuevo. 

Café y torta de chocolate es lo que pido para celebrar un día especial o cuando estoy triste y quiero consentirme o cuando he tenido un día muy cansado y quiero desconectar o cuando me va a venir mi periodo y todo parece espantoso o cuando tengo el corazón roto y quiero sentirme reconfortada o cuando me pongo tacones y quiero hacerme una chica independiente y libre o cuando salgo conmigo en plan romántico y me canto canciones de amor o cuando quiero aislarme en algún lugar y deslizarme entre las páginas de algún libro o cuando salgo con mi mamá y nos topamos con un Juan Valdez. 

Extrañamente, cuando pensé en café y torta de chocolate, fui primero a ese recuerdo en Rio, a esa tarde de adiós, que fue hasta pronto, que ahora volvió a ser adiós y que ojalá vuelva a ser hasta pronto. Eso, justo ese sentimiento, es ver en la mesa una taza bonita humeante y amarga, bien servida, al lado de un plato blanco con una torta oscura y cubierta tibia, decorada con algún diseño hecho de salsa o con cacao espolvoreado por encima. Eso. Ese deseo, ese dolorcito de la insatisfacción por saber que nada es como yo quiero. Ese saber que toca perder, incluso esas cositas que me gustan, que me disparan químicos deliciosos en el cuerpo y que me dan ilusión. 

Esos son mis vicios:el café con esas tortas y ese dolorcito del corazón. 

miércoles, 24 de noviembre de 2021

Por poco (12/365)

Llevábamos unos tres meses separados y, de repente, una noche me atacó la soledad y la nostalgia. Estando acostada sin poder dormir en mi cama sencilla, miraba el techo de ese cuarto demasiado frío y me pregunté: ¿será que si lo intento de nuevo, resulta?

No. No resultó.

Lo llamé con cualquier excusa... un libro o una película que necesitaba para una clase de Teorías de la imagen que estaba dando en ese entonces y pasé por su (nuestro) apartamento. Todo estaba diferente pero seguía exactamente igual. 

Charlamos, como si esos tres meses hubieran sido tres años y, también a él, lo atacó la nostalgia y la soledad. Menos que a mí, pero fue suficiente para mirarnos como cuando nos queríamos, besarnos como cuando... no, ya nunca nos besamos como cuando nos queríamos y tuvimos sexo en el sofá. Me gustaba el sexo en esa sala, con esa vista del centro de la ciudad, toda iluminada en un día entre semana.

Por suerte, él recobró pronto ese sentimiento que construimos juntos el día que repartimos las cosas que, en común, habíamos almacenado en nuestro (su) apartamento. Ese sentimiento de reproche y rencor. Esa frustración y sensación de pérdida de una parte de nuestras vidas. Por poco y arruinamos todo volviendo a considerar que había algo aún entre los dos. Nuestro momento fue radical. Fue todo y luego, al momento después, ya no fue nada. Nunca más fue nada. 

martes, 23 de noviembre de 2021

Tengo confianza en mí (11/365)

Tengo confianza en mí. Tengo confianza en mi fuerza interior que me ha llevado a lugares increíbles con los que no había ni soñado. Recuerdo mi primer viaje en solitario, esa luna de miel personal de la que nunca más regresé. 

Empezó con la página de un libro, obvio, como casi todos mis viajes, los de hacia afuera y los de hacia adentro. 

Leí, en La plenitud de la vida, de Simone de Beauvoir lo siguiente: 

Yo estaba allí sola, las manos vacías, separada de mi pasado y de todo lo que amaba, y miraba la gran ciudad desconocida en la que iba sin ayuda a tallarme día a día una vida, mi vida. Hasta entonces yo había dependido estrechamente de los demás; me habían impuesto marcos y metas; y luego una gran dicha me había sido dada. [...] Me puse a bajar la escalera; me detenía en cada peldaño, emocionada por esas casas, esos árboles, esas aguas, esas rocas, esas aceras que poco a poco iban a revelarse y a revelarme. *

Después de que esas palabras aparecieron en mi mundo, supe que era el momento. Así que fui a una oficina que quedaba cerca del trabajo y compré un pasaje para Ciudad de México. 

...ya no tenía sino una idea en la cabeza: volver a empezar. La pasión que acababa de nacer se conservó durante más de veinte años, sólo la edad me venció; me salvó ese año del hastío, de las nostalgias, de todas las melancolías, y cambió mi destierro en fiesta. *

Por aquí, no han pasado sino cuatro años desde que nació esa pasión, e intento avivarla cada vez que puedo. Así terminé viviendo en Fortaleza; así, me fui para Buenos Aires; así, también pasé días en playas y ciudades salvándome de hastíos y nostalgias; tejiendo este romance con todos los lados de mi pequeño ser. 

Tengo confianza en mí.

En toda mi existencia nunca conocí un instante que pueda calificar de decisivo; pero algunos se han cargado retrospectivamente de un sentido tan denso que emergen de mi pasado con el brillo de los grandes acontecimientos. *

Tengo confianza en mí, porque si una página de un libro pudo desencadenar una vida nueva, entonces, sé que con muy poco puedo hacer muchísimo más de lo que imagino. Yo sólo he necesitado un libro y un poco de silencio para cambiar de rumbo por completo, para rehacerme, para nacer de nuevo. Una página de un libro. Entonces cualquier cosa me es posible. Incluso descansar en que no todo me es posible.  

 *Simone de Beauvoir en La plenitud de la vida

lunes, 22 de noviembre de 2021

Recreo (10/365)

La hora del recreo nunca fue algo que esperara, realmente, con alguna ilusión. A mí me gustaba más estar en la hemeroteca y aprender sobre la guerra de los Balcanes. Recuerdo las mesas enormes y recortes por todo lado. Un archivo de mapas inmensos que me hacían sentir un amor que yo ni sabía que podía sentirse. Me parece tener en la manos la textura grasosa del plástico que los protegía de años de manos colegiales que buscaban, con curiosidad, las ciudades del mundo que no conocíamos y que solo pocas de nosotras soñábamos con conocer. Ya me perdí de los recuerdos del recreo que, al parecer inútilmente, intento recuperar. 

Quizás no recuerdo casi nada porque nunca cultivé esa asociación entre el recreo y las risas de los juegos. Tampoco me gustaban los juegos del recreo con balones y sudor y rodillas raspadas. A mí lo que me gustaba era sentarme en el andencito que rodeaba la capilla del colegio y mirar. Sentarme ahí y charlar. Sentarme ahí y ver pasar una infancia que apenas ahora se revela tan dolorosa y tan llena de llantos. 

Estoy en temporada melancólica. Me parece que, desde muy niña, fui esta que soy ahora, pero ese desajuste de los cuerpos, de la libertad y de la valentía, hizo que fuera muy difícil transitar por el mundo de la niña que fui, de la adolescente que apenas sobreviví. 

Así que, igual que ahora, porque siempre fui la de ahora, tampoco me hace ilusión pensar en una versión adulta de recreo. "Recreo" me suena como un tiempo contenido entre dos señales ruidosas y la puerta de una jaulita que se abre para que el ruido, la comida grasosa y el sudor lleno de mugre inunde todo. Pienso en un aire espeso que huele mal. Algo así como una entretención vulgar de lo que somos y lo que pasa alrededor.

Mi versión de esa burbuja de espacio-tiempo, que es la que a mi yo de ahora, la misma que fui de niña, le habría gustado; es un tiempo de aire limpio y silencio, o de buena música acompañada. Libertad, ejercicios interiores, un cuerpo que se alegra y que se pone al mismo nivel de la vida que en él puede florecer. un tiempo que honra la belleza, la vida y la muerte, la consciencia. 

domingo, 21 de noviembre de 2021

súper poder (9/365)

Si pudiera elegir un súper poder, quisiera, por sobre todas las cosas, poder detener el tiempo y tomarme un minuto, este, para respirar y sentirme en paz dentro de mí. 

La noticia: ya tengo ese súper poder. Igual que tú.

sábado, 20 de noviembre de 2021

Sarcófago (8/365)

Es muy curiosa la forma en que, a través de lo libros, voy haciendo mi propio camino interior. Me ha pasado, muchas veces, que llega el libro justo, en el momento justo, para ayudarme a procesar y a destapar una parte de mí que duele y que necesita respirar. Benditos sean los que tienen el valor de decir las cosas, de hacerme el favor de decirme a mí misma y de darme una puerta a través de la cuál puedo salir del momento oscuro.

Esta vez, de nuevo, fue Juan José Millas, quien en esta frustrante y lluviosa tarde bogotana me ayudó a entender de qué va esta temporada de lágrimas. Nos fuimos a media mañana para el Parque de los Novios y a la sombra de un arbusto nos hicimos cómplices para un día de cierres, lo que significa un día de abrir otra vez las heridas para poder, luego, ahí sí, empezar a cerrar. 

Después de caminar y andar por la ciudad terminamos en un cafecito en Chapinero, medio escondiéndonos de la la lluvia, medio escondiéndonos del mundo, para poder hacer algo importante. Y estando ahí con un latte y una torta como merienda me dijo: 

"Cuando lo acabe, cuando acabe este libro, o este sarcófago, arrojaré las cenizas de mis padres al mar y me desprenderé a la vez de los restos de mí mismo, de los detritos de aquel crío al que hemos abandonado debajo de una cornisa, con sus pantalones cortos, sus calcetines largos, su angustia masiva, su falta de futuro, un crío con toda la muerte a sus espaldas. Un crío que me produce más rabia que lástima porque no me pertenece. Es imposible que este hombre mayor que escucha a Bach mientras golpea con furia el teclado del ordenador haya salido de aquel muchacho sin futuro. Podría presumir de haberme hecho a mí mismo y todo eso, pero lo cierto es que resultaba imposible entender lo que soy a partir de lo que fui. O soy irreal yo o es irreal aquél". (Juan José Millás, El mundo, pág. 203)

Ahí se me llenaron los ojos de lágrimas y entendí. Es imposible que esta mujer que escucha a Diana Krall mientras golpea con furia el teclado del ordenador haya salido de aquella muchacha sin futuro. Podría presumir de haberme hecho a mí misma y todo eso, pero lo cierto es que resulta imposible, imposibilísimo, entender lo que soy a partir de lo que fui. O soy irreal yo o es irreal aquella. También yo, así como hizo Millás, me desprenderé de los restos de mí misma; y mis palabras, torpes, serán sarcófago de esa niña sin futuro, de esa adolescente lamentable que se encaprichaba con patanes, tan sin futuro como ella; que se quedaba esperando, siempre esperando como tonta y que nunca tuvo el coraje de abandonar nada ni a nadie. También yo siento más rabia que lástima, más ganas de enterrar que de perdonar. No hay nada que perdonar porque, también en mi caso, o soy irreal yo o es irreal aquella. 

Escribo un poco atontada por la cerveza y decido que lo que me conviene ahora es asumir la irrealidad de la que fui. No tengo corazón para aceptar que todo ese sufrimiento interior, el desprecio, el miedo, el abandono, pueda ser considerado como algo real. Quiero creer que este fuego, esta rebeldía, esta fuerza interior responde, mucho mejor, a lo que reconozco ahora como María Alejandra Almonacid. Quiero creer que ese nombre, que me parece tan bonito, y que, como me dijo también Millás, es como una prótesis que se confunde con el cuerpo, tiene más que ver con esta noche, con este cabello, con este corazón roto y con las aceitunas y la Budweiser que con un yogurt de melocotón en la puerta de una iglesia en las manos de la niña abandonada que fui, una y otra vez, por todas aquellas personas que representaban una puerta de salida de mi vida sin futuro. 

Emprendo, también, mi viaje de regreso, que puede ser, al fin, el viaje que inicie todo de nuevo. Lo que llamo Yo, lo que me importa, lo que encuentro en las mañanas cuando, temprano, me visto para salir a correr. 

Yo, esta noche, viviendo en casa de mi madre, que supervisa cuántas cervezas destapo y me besa la cabeza con amor. Yo, que las 9:54 de la noche, me debato entre enviar un par de textos o esperar a recibirlos. Yo, que he ido al infierno y he regresado varias veces, más fuerte, más liviana; aquí cierro, lo mejor que puedo, el sarcófago de esa que fui: la irreal, la que me inventé para justificar mi cobardía, el miedo que tengo de la que soy. Porque es imposible entender lo que soy a partir de lo que fui. 

Para finalizar este día, me dice Millás: "Tal vez descubrimos la literatura en el mismo acto de fallecer". Que así sea. Que, ojalá, sea la literatura la que ocupe todas las vidas que he terminado. También esta. También así. 

viernes, 19 de noviembre de 2021

Perspectiva (7/365)

Mi día de trabajo estuvo agotador. Tuvimos a un evento con estudiantes para que conocieran los programas que tenemos en la universidad y el lugar donde pasamos la tarde era una plazoleta al aire libre en la Catedral de Sal de Zipaquirá. Desde allá, teníamos una vista preciosa de montañas y verde por todos lados, mucho sol y mucho, muchísimo viento. No tuve casi tiempo para estar sumida en los pensamientos de los últimos días y había un montón de personas diciéndome: ¡bienvenida! Me lo dijeron de todas las formas posibles y recuperé algo en mi corazón. 

Después de organizar todo y dejar la logística a punto, el evento comenzó y ahí sí tuve tiempo para asomarme por las barandas y quedarme viendo, a lo lejos, las montañas en azul y gris que rodean el pueblo y me sentí feliz. Pensé: la gente a la que le gustan las montañas es gente llena de coraje y de fuerza. Yo y otro montón de gente, que somos gente de la tierra, que nos sentamos en silencio (tan en silencio como podemos) e intentamos regresar allá, donde es silencio del de verdad. 

Y estando allá entre la gente y las montañas, todo se vio diferente. Sobre todo yo, cuando me miré en el espejo. Sobre todo mi pequeña vida, mi corazón y mis anhelos. A veces solo hay que encaramarse una tardecita en la montaña y dejarse estar entre la gente para que todo se transforme. Sobre todo yo, mi corazón y mis anhelos. 

jueves, 18 de noviembre de 2021

Un poquito de miedo (6/365)

Camila me dice que algo que le gusta de mí es que hago las cosas aunque me den miedo. 

Bueno, hace un tiempo hice un trato conmigo y a veces me cumplo: doy un pasito más allá de mi miedo sólo para ver qué pasa. La mayoría de las veces no pasa nada grave y se siente muy bien; otras, sale todo terriblemente mal y termino muy herida, pero herida en la fantasía de ser alguna cosa que puedo sostener entre los labios, alguna cosa que me parece de lo más importante. Por fortuna, el fracaso después del miedo, me recuerda que no soy (somos) más que una motica de polvo de universo. Qué suerte... fracasar no tiene la menor importancia. Ahí me puedo reír de mí y de la situación.

A mí me dan miedo muchas cosas, pero especialmente perderme, otra vez, en las oscuridades del deseo, los caprichos de mi cuerpo, el embotamiento de la nostalgia, la asfixia del llanto, la estupidez del enamoramiento, la risa de la borrachera. Me da un miedo espantoso cruzar la línea a mi lado oscuro y perderme allá; no ser capaz de mantenerme cerca de la salida de emergencia. Es que ya fui y volví más veces de las que quisiera y creo que me gusta más estar de este lado. 

Ahora estoy intentado permanecer en un baile tranquilo entre los días y las noches de mi corazón, un pasito para allá y otro, suavecito, para acá. Ya no quiero lanzarme, desbocada, detrás del brillo de cualquier cristal. Pero cómo me cuesta... cómo me resulta titánica la tarea de simplemente permanecer atenta y parar un momento antes de reaccionar. 

Cada vez que voy allá y regreso, regreso con más fuego en el pecho. Pero me asusta un poquito que al final, ese fuego termine consumiéndolo todo y que, en lugar de ser una fogata en la noche, me convierta en un incendio forestal. Aún así, doy todavía un pasito más allá de mi miedo a ver que pasa. Hoy me salió bien aunque ayer me haya salido terriblemente mal. 

miércoles, 17 de noviembre de 2021

Fuera de lugar (5/365)

Yo siempre me he sentido fuera de lugar. Siempre hay una parte de mí que se siente ajena, es la sensación de un secreto. Me gusta como lo dice Gloria Anzaldúa en Borderlands/La nueva mestiza: 

Ya mayor, me miraba en el espejo, con el miedo de mi secreto terrible, el pecado secreto que trataba de ocultar: la seña, la marca de la Bestia. Temía que estuviera a plena vista para que todos y todas la vieran. El secreto que trataba de esconder era que yo no era normal, que no era como los demás. Me sentía alien, extraña. Yo era la mutante a quien echaban a pedradas de la manada, deformada con la maldad interior. 

¿No se siente un poco así todo el mundo?
Yo me he pasado la vida buscando entre los libros un camino para sentirme, más o menos, entera; más o menos parte de alguna cosa. Y he encontrado que no hay nada especial en sentirme así, que en realidad sí hago parte de algo: de lo que somos todos los seres humanos, comunes y corrientes... somos todos exactamente la misma cosa, solo que algunos venimos en colores poco convencionales, pero, lo bueno, es que nuestro corazón es camaleónico. 
Voy a seguir pensando con Gloria:  

Pasé la primera mitad de mi vida aprendiendo a gobernarme a mí misma, desarrollando una voluntad, y ahora, a mediados de la vida, me parece que la autonomía es un peñasco en mi camino contra el cual me topo una y otra vez. Me parece que no puedo dejar de ser un obstáculo para mí misma. Siempre he sabido que hay un poder mayor que el yo consciente. Ese poder es mi yo interior, la entidad que es la suma total de todas mis reencarnaciones, la diosa-mujer dentro de mí a quien denomino Antigua, mi Diosa, lo divino interno, Coatlicue – Cihuacóalt – Tlazoltéotl – Tonantzin – Guadalupe – Coatlalopeuh, son todas en una. El problema está en saber cuándo hay que inclinarse ante ella y cuándo permitir que la limitada mente consciente tome las riendas. 

Últimamente me he inclinado con frecuencia ante ella y, quizás, aun no tengo coraje suficiente para mirarla a los ojos. No me ha dejado paralizada, como Medusa, sino que me ha atravesado con su luz (la luz de la consciencia), dejando en evidencia mi secreto.

Es en la limitada mente consciente donde habita la sensación del secreto, de que hemos sido marcadas. Lo demás es todo un solo color y mi color, es un color oscuro, color de barro y de agua de río. Ese color que resulta cuando revuelves las pinturas de todos los colores; color que es la suma de todos y que no tiene nombre.  

Cada vez que soy atravesada por Ella, más claro se puede ver que no, no soy normal, que soy tan anormal como cualquier otro y que la marca de mi color oscuro se hace más oscura cuanto más luz dejo que me atraviese. Y entre más fuera de lugar me siento, más en paz estoy, doblegada ante la que es y que siempre ha sido. 

martes, 16 de noviembre de 2021

Preguntas frecuentes (4/365)

M.A: ¿Qué se siente estar deprimida?

M.A: Deprimido significa hundido. Y es así. Es como tener la cabeza por debajo del agua y percibirlo todo con una densidad diferente; o igualar tu linea de visión con el suelo y tener una perspectiva distinta de todas las cosas del mundo, incluso de una misma. Se siente una cosa rara que es como no sentir nada, un estado permanente de sarcasmo en donde hay desprecio y miedo e indiferencia, pero también ganas de dañar alguna cosa y también ganas de ser sostenida por algo que parezca que no va a esfumarse en un instante. 

M.A: ¿Y qué haces cuando estás ahí?

M.A: Lo que puedo, que a veces es mucho y a veces es absolutamente nada. Hago más ejercicio porque eso me hace sentir fuerte y necesito sentirme fuerte. También me gusta caminar con libros entre las manos, porque eso me hace sentir segura y necesito crear alguna ilusión de seguridad. 

M.A: ¿Lloras?

M.A: A veces. Creo que hay llantos viejos que no he terminado de llorar y esos aprovechan para ponerse al día. A veces me parece que la que llora es la que tiene cuatro años y está en otra casa, lejos de Camila y lejos de mi mamá. A veces es la que tiene quince y se queda esperando a un chico que le gusta y que se olvida de que ella está esperando. A veces es la de treinta y dos que ya no sabe cómo salir del infierno en el que se ha convertido su vida. Yo creo que la de treinta y siete no tiene razones propias para llorar, sino que llora es por todas las otras que no tuvieron a alguien que les limpiara los mocos y las lágrimas. 

M.A: ¿Crees que alguna vez la depresión va a irse para siempre?

M.A: No. Creo que es como un lunar que llevo en el cuerpo, como una mancha de nacimiento. Pero toca cuidarla y ponerle atención para que no se convierta en una cosa cancerígena sin que uno se de cuenta.

M.A: ¿Algo que le dirías a tu yo deprimido?

M.A: "La locura no era más que un desplazamiento dentro de la vida, una manifestación de la lógica misteriosa de la que formabamos parte. El error era interiorizarla como un problema. Ocurrió dentro del taxi, entre aquel hombre maloliente y yo, algo inefable de verdad: un milagro, una revelación, una señal. Lo mejor, con todo, era el hecho de comprender que el milagro se repetía a cada instante, dentro de cada taxi, de cada hogar, de cada cuerpo. El problema era que no nos colocábamos en el lugar adecuado para observar la realidad. Por eso veíamos muertes donde sólo había desplazamientos de la vida". Eso, que es del libro El mundo, de Juan José Millás. 

lunes, 15 de noviembre de 2021

Me gusta amarte (3/365)

Leyendo los diarios de Katherine Mansfield  encontré esta frase: "Cuando salgo de sus manos me siento envuelta en guirnaldas de flores", e inmediatamente pensé en Raquel. En la sensación en mi cuerpo cuando, abrazadas, nos decimos: hasta pronto, te quiero. 

Cuando ella me tiene entre sus brazos me siento en casa, me siento profundamente amada y no hay sombras sobre mi corazón, porque toda yo, todo lo que soy, mis desastres y mis aciertos, todo cabe en el calor de su cuerpo que me abriga. Y, escribiendo esto, recobro una luz interior al reconocer que no solo en brazos de Raquel puedo tener esta sensación. 

Los brazos de mi hermana Camila tienen exactamente la misma calidez; los de mi madre, que saben sostenerlo todo: los de Alba, que me incendian el corazón con nuestras pasiones compartidas y las oscuridades que ambas conocemos; Los de Caro, que conservan intacta la inocencia de nuestra infancia; los de Lore, que han aguantado mis muchas muertes y resurrecciones; los de mis sobrinas, que me hacen recordar las razones para ser más quien soy...

Me gusta este mundo de mujeres en el que no hay nada que no pueda ser apreciado y consolado. Me gusta esta fuerza de brujería y de naturaleza salvaje en la que me reconozco, en la que puedo experimentar todas las partes de mí y curarlas y amarlas un poco mejor cada vez. 

Me gusta este mundo de sabiduría de sangre y carne, de fuerzas naturales e intuiciones donde todas compartimos las mismas heridas antiguas y nos enseñamos mutuamente las palabras que las hacen ceder, entre dolores y rituales y oraciones y tecitos calientes y risas, sobre todo risas... 

Me gusta este mundo de espejos rotos y germinar de semillas porque entre ese romperlo todo y nacer de las cosas más chiquiticas he aprendido a amarme con tanta intensidad como las amo a todas ellas; he aprendido a cuidar de todas nosotras como parte de una misma cosa: una fuerza rebelde que modifica el mundo desde el centro del centro de las cosas, desde la raíz de la raíz de la vida. 

domingo, 14 de noviembre de 2021

Nunca fui una niña mala (2/365)

Nunca fui una niña mala. En realidad, mi problema es que era una niña demasiado buena. Aún me atormenta ser, allá, bien adentro, todavía esa niña. Y por eso pasé mi juventud tratando de revelarme contra ella y contra la mirada de mis padres que se sentían orgullosos de que fuera tan buena. Entonces me propuse hacer todas las cosas malas, las que, a la niña tan buena que fui, nunca se le habrían ocurrido hacer. 

Y empecé, de a poquito, moviendo los límites de lo que me permitía hacer, en secreto, como haciendo una travesura. Pero en lugar de romper los floreros en la casa o robarme las galletas de la alacena, me emborraché y me escapé y rompí promesas sagradas. Rompí hogares, los míos incluidos y acabé tirada en cualquier esquina lamiendo mis propias heridas. 

Todavía hay impulsos de mí que quieren demostrarme que no sigo siendo esa niña demasiado buena, que nunca lo fui y que ya está bueno de creerme esa fantasía. Ahora puedo ver que por más que me esfuerce no voy a resolver esa pelea entre la niña buena y la niña mala. Entre la demasiado buena y la que se revela contra la demasiado buena. Ahora puedo ver que siempre fui una niña asustada y que, si me revelo, es solo una forma de darme coraje a mí misma. Que mis travesuras de mujer mala, no son más que fracasos en el intento de consolarme y de creer que hay alguna cosa que pueda cambiar todo el miedo que tuve cuando era una niña demasiado buena. 

No hay mucha maldad en el mundo, solo hay mucha confusión. Y todas las cosas realmente malas con las que he manchado mis manos no han sido sino la oscuridad de mi torpe corazón. 

sábado, 13 de noviembre de 2021

Mi propio acento (1/365)

"La poesía es más valiente que nadie" dice Roberto Bolaño.

Qué te digo... no hay nada, nadita, que la poesía no pueda decir por mí. No hay nada, absolutamente, que no pueda ser creado y recreado a través de la palabra. 

Pero es una la que se llena de miedo; oscuridad que conjura la poesía.

Es una la que no se atreve a pronunciar la herida que todo el mundo lleva abierta, que todo el mundo reconoce, que a todo el mundo le duele. Pero es que el sonido de las palabras es como alcohol directamente en la carne viva. 

A veces leer alguna cosa, en otra lengua, inclusive, en otra jerga, conmueve las partes de una misma que son como extranjeras, que han vivido en todos los países y reconocen todos los acentos. Hay infinitas palabras que, en su diferencia, nombran todas la misma cosa extraña que una siente cuando siente cosas extrañas. Pero entonces, toda una se llena de miedo y la poesía es la única que la salva, la poesía que lo salva todo. 

viernes, 12 de noviembre de 2021

Escribe todos los días de tu vida (365)

Me gustaría, efectivamente, escribir todos los días de mi vida. 

Hay una alegría, una fuerza que resucita en mí cuando escribo, aún cuando escribo de cosas que me duelen y me hacen llorar. Hay cosas que sólo entiendo cuando escribo, cosas que puedo procesar, que puedo curar, que puedo reconocer. Hay cosas que sólo puedo celebrar y apreciar por medio de la escritura. 

Siempre me ha acomplejado mi gusto (casi necesidad) de vivir a través de retos y propósitos que me hago sobre cualquier cosa. Funciono mejor así, con un poco de presión por cumplirme. Al menos ahora es cumplirme a mí misma, ya no es cumplirle a alguien más... la mayoría de las veces. De esos tratos conmigo he obtenido la fuerza y la disciplina para sobreponerme a momentos horribles y para sacar adelante proyectos que parecían imposibles, así que, bueno, para la escritura también me funciona. 

Luego de terminar el reto de treinta días y completar el juego del mundial de escritura, que duró seis días, no quiero perder el ritmo y quiero continuar escribiendo a diario... quiero escribir todos, todos los días de mi vida. 

Voy a comenzar entonces otro desafío: 365 apuntes diarios para escribir con las ganas de poder dedicar un momento de cada uno de los días de un año a escribir sobre cosas aleatorias y que, normalmente, me resultan mucho más difíciles. 

Escribir es escribir. Así, sin más objetivos que escribir y, entonces, ver qué pasa, conmigo y con la escritura.


martes, 9 de noviembre de 2021

Celebrar la vida

Es muy raro, pero a veces se me olvida que todas las cosas están vivas. Eso quiere decir que cambian, que se transforman, que envejecen, que se dañan, que se mueren. Por lo general sólo me gusta pensar en que son calientes y suaves y cercanas; que vienen, que me hablan, que me besan, que me sonríen, que me conmueven. 

Pero un día cualquiera, cuando tropiezo (contra la misma piedra) y me lastimo las mismas viejas heridas, veo de frente que yo también estoy viva y que cambio, que envejezco, que me deshago y que muero. 

Pero también veo, entre sangre y llanto que puedo celebrar y cantar desafinado y bailar y decir cosas y escribir, que al final nada es tan importante, que al final de eso se trata, de permitirme apreciar y honrar todas mis versiones, todas las versiones de la vida. 

Y esta noche celebro las muchas versiones que fui en los últimos dos años y medio, celebro la vida de cada uno de esos días, todo lo maravilloso: la curiosidad, los viajes, los sabores y los amores; celebro, también, todo lo doloroso: los fracasos, las desilusiones, el miedo y la distancia. Celebro, sobre todo, el coraje de haberme mirado, un poquito más de cerca y poder sostenerle la mirada a toda mi luz y mi oscuridad.

Pero no habría nada que celebrar si no tuviera yo la fortuna de sostenerme en tanto amor y tanta bondad que florece como la hierba, así, tan abundante y naturalmente. Esa es mi fortuna, ese es el corazón de mi corazón. Eso es todo lo que puedo imaginar como proyecto o como meta para esta vida: celebrar cada día las versiones de lo que soy y participar de la bondad que florece por ahí, en cualquier rincón, en cualquier momento, haciendo que en todo lo cotidiano y ordinario brille lo sagrado y lo místico. Amar.


viernes, 5 de noviembre de 2021

Un país extraño

Si hoy me fuera concedido un deseo, no pediría otra cosa que escapar a la Isla de Madeira en Portugal. Al parecer es la isla más bonita de Europa y en un lugar así es que quisiera esconderme hoy. Pero no quiero irme a los barrios lujosos donde tanta gente rica pasa el verano europeo, sino esconderme, esconderme de verdad, en una de esas cabañitas encantadoras cerca de la playa, una de esas que tienen una vista preciosa cuando el sol se pone y donde podría pasarme el día entero leyendo, recostada en las hamacas o las tumbonas que tendría cobijadas por árboles enormes y antiguos. Ahí me desconectaría del mundo y no respondería el teléfono. No le respondería ni siquiera a mi mamá. Bueno, no, a mí mamá sí le respondería y a mi hermana y a Raquel. Pero a nadie más. 

Esconderme allá sería irme temprano al mercado, donde evitaría a toda costa la sección de peces, que, seguro es la más grande y me pasearía por todos los puesticos donde venden verduras orgánicas. Aprovecharía para tomar cada día mucho vino local, que, dicen las guías turísticas, es extraordinario.

Intentaría conocer personas singulares que, quizás, estén igual que yo, escondiéndose del mundo, escondiéndose de su propia vida y fracasando, rotundamente, igual que yo, en el intento de esconderse de ellos mismos.

Porque todo este plan, lleno de clichés, es una estrategia más para distraerme y creer que en la isla más linda de Europa puedo, por un momento, dejar de ser este yo que tanto me pesa. Ni siquiera en los paraísos portugueses voy a conseguir desprenderme de las sombras que, un día como hoy, no me dejan ni respirar. 

Pero Isla de Madeira suena a promesa y entonces, a lo mejor, en otra versión de la huida, podría tener algo de éxito.

Si hoy me fuera concedido un deseo, no pediría otra cosa que escapar a la Isla de Madeira en Portugal. Al parecer es la isla más bonita de Europa y en un lugar así es que quisiera descubrirme hoy. Gastaría todos mis ahorros conociendo los restaurantes más lindos, no los más caros, pero si esos que tengan personalidad. Comería pizzas y sándwiches gourmet todos los días, probaría las salsas de la casa, las entradas con verduras locales, los cocteles con las frutas de temporada y me iría un poco ebria a casa en la noche, después de pasar el día charlando con desconocidos. Usaría los vestidos más lindos y me haría muchísimas fotos en playas espectaculares. Haría mi mejor esfuerzo por inmortalizar cada cielo y cada arbusto florecido en las estrechas calles repletas de turistas atractivos y de pieles bronceadas.  Ahí sí contestaría todas las llamadas y los mensajes y compartiría con todo el mundo la frívola alegría de esta escapada. Esta versión, repleta de clichés, suena mucho más parecido a esconderme del mundo y de mí misma. 

Todas mis versiones de huir no son más que mediocres escenas repetidas de alguna película romanticona o de alguna canción de pop. Todas mis versiones de huir resultan siendo una lista de clichés que no tienen nada que ver con, realmente, esconderse y tratar de escapar de algo que tenga que ver con una vida verdadera. 

Pero, al menos por hoy, preferiría aventurarme al aburrimiento de los clichés en una isla que a lo mejor ni me guste, en lugar de saber que ningún deseo me va a ser concedido y que la única posibilidad real que tengo es sentarme en silencio a contemplar la exasperación de esta vida rutinaria y la frustración de no ser capaz de ver, en mis narices, la cantidad de maravillas que me rodean. No hay playas, ni vinos, ni sándwiches gourmet, pero hay una herida que sangra, que me recuerda que sigo aquí y que no hay necesidad de esconderme de nada. 

jueves, 4 de noviembre de 2021

Elementos de la naturaleza

No se si sea casualidad que Escorpión sea un signo de agua y Géminis, un signo de aire; pero mi mamá, por ejemplo, que es Escorpión, es indudablemente un ser de agua. Verla flotar panza arriba en el mar es presenciar su absoluta reconciliación con la vida. Y si estamos juntas en la playa, mi felicidad de geminiana es, mientras ella flota, quedarme sentada en la arena sintiendo el aire tibio en mi cuerpo, perdida, viendo el movimiento de las olas y las nubes en el cielo. 

Juntas, hemos conocido las playas más lindas; juntas, caminamos al rayo del sol mojándonos apenas los pies, para después, cuando ya hace mucho calor, quedarme yo en la orilla custodiando nuestras cosas mientras ella, como una niña, corre tanto como sus sesenta y siete años se lo permiten a saltar las olas, a jugar con la espuma y a revolcarse en la arena. En esos momentos es como si intercambiaramos nuestros papeles, porque soy yo la que cada cierto tiempo tiene que recordarle que es hora de tomar un poco de agua para mantenerse hidratada y que hay que ponerse, de nuevo, protector solar. 

Ella me mira como, seguramente, yo la miraba cuando era niña, y trata de dilatar la hora de salir del agua. Bueno, eso hasta que le recuerdo que almorzará pescado (yo no, yo buscaré alguna ensalada y papas fritas, quizás) y ahí sí me abraza empapada, solo por jugar conmigo, que grito desde mi piel hirviendo al sentir la humedad helada de su cuerpo escurriendo alegría. 

Pero por eso también, porque ella es escorpiana y no geminiana, hay playas a las que no podemos ir juntas. Playas donde lo más imponente no es el verde grisáceo del agua que parece infinito, sino, para mi deleite, vientos impetuosos que transforman las olas en puros rugidos que apenas si dejan escucharse una misma.  

Palomino es la playa que elegí para pasar el año nuevo no hace mucho; para pasar conmigo misma una semana de puro egoísmo. Pero no contaba con que, hasta allá, llegaría mi amante preferido para pasar juntos una noche y un día. Fue un buen balance, porque ese tiempo que pasé con él, fue también un tiempo de puro egoísmo: de cumplirme caprichos y de verme a mí misma haciendo algo inesperado, algo que, usualmente no habría hecho.  Romance aparte,  pasé los seis días siguientes a nuestra despedida, tendida en la arena a la sombra de las palmeras, disfrutando del sol y del viento sin poner un pie en el agua. Apenas si comí esos días. Me alimenté de marañones y mandarinas, de patacones y limonadas. Mi única obsesión era leer en soledad con el sonido del agua y del viento. 

Al atardecer, había un cielo rosado y yo caminaba, de un lado a otro, la extensa playa casi vacía siendo consciente de cómo se movía la ropa sobre mi piel, cómo los mechones de pelo me recordaban que la juventud es algo que se extingue pronto y que más me valía ser joven ese día y celebrar mi belleza y mi libertad. Cosas así son las que me dicen las voces que me cantan cuando estoy en un lugar donde puedo expandirme en la velocidad y fuerza del viento. 

Cuando me hablan de moverme, yo inspiro y anhelo.

Cuando me hablan de permanecer, yo sólo expiro y libero mi naturaleza de aire, que me transforma en la madre de mi madre, en la amante feliz de mi amante, en la belleza libre de mi juventud. 

miércoles, 3 de noviembre de 2021

No lugar

Llevaba casi 30 días viajando sola por cuatro estados del país y la aventura estaba por terminar. Me estaba quedando en un apartamentico en Coyoacán donde hacía mucho frío en las noches. Dos días antes de regresar, entre las peleas y escenas de celos de alguien que estaba lejos y el intercambio de mensajes con alguien que siempre me gustó, decidí que valía la pena hacer un viajecito de dos horas para vengarme finalmente; para hacer que valieran la pena las horas que desperdicié llorando el las plazas más bonitas de México, tratando de convencer a alguien de que sí, que estaba sola y de que no, no había salido con nadie durante esos días. Nada hace valer la pena esos momentos, muchos menos algo que se piense como una venganza. Pero al final de cuentas, todo eso no fue más que un pretexto para hacer algo que quería: encontrarme en una ciudad maravillosa con un amante maravilloso para aprovechar el día. Pensé que, a lo mejor, era ese día o nunca, era ir hasta allá o quizás, arrepentirme para siempre. 

Ahora lo sé. Me habría arrepentido toda la vida.

Me levanté muy temprano y me fui con mi maleta y una bolsa cargada de recuerdos que había ido comprado en cada pueblo y ciudad que visité. Ahí estaba yo, en una mañana helada de enero, tomándome un café en una de las terminales de autobuses de la Ciudad de México, radiante de rebeldía y ansiedad. Era muy temprano cuando llegué y la mañana se levantaba apenas en tonos grises de neblina. Me senté a esperar. Frente a mí, una pareja anciana con cajas de cartón y tres maletas. Y yo pensaba en qué se sentirá envejecer con alguien... Repasé mis dos matrimonios y comprendí que no, que no quería saber lo que se sentía, que lo único que quería esa mañana era tener un secreto, algo que funcionara como un arma de defensa contra las armas que, yo sabía, me estaban rompiendo el corazón. 

No tengo idea de lo que pasó en las dos horas de viaje que hice. Mi ansiedad me mantuvo suspendida en un estado de ensoñación sobre, lo que yo anticipaba, sería la puerta de entrada a mi libertad. Nunca viajé tanto en autobús como ese mes y aprendí a que me gustara ese tiempo de estar encerrada con desconocidos, sin hablar con nadie, viendo los lugares pasar, teniendo tiempo para no hacer nada y solo vivir en mi cabeza. Así fue ese día, no solo en el autobús. Apenas llegué, supe que tenía hasta las 4:00 pm para, básicamente, esperar.

Así que después de quedarme unas dos horas en la cama del hotel, tendida mirando el techo, salí a caminar. Me pareció encantador empezar y terminar ese viaje en la plaza central, comiendo churros con café en el balconcito del lugar más tradicional de la ciudad. El tiempo no pasaba. Busqué en Google Maps todas las librerías cercanas al centro y fui de una a otra buscando qué leer. Me decidí por La Mujer Rota, de Simone de Beauvoir. Muy apropiado para la ocasión. 

Apenas el medio día. Fui a recorrer, una vez más, las calles del centro histórico y luego entendí que no tenía caso. Esperar es esperar. Así que decidí hacerlo de la forma clásica. Busqué un banquito a la sombra de los árboles que rodean la plaza y sí, solo esperé. Obvio, mirando el reloj a cada rato, asegurándome de que mi cabello aún se veía lindo, cruzando y descruzando las piernas, poniéndome más brillo labial por si no era suficiente, ensayando lo que diría cuando, al fin, lo viera llegar. 

Un par de minutos después de las cuatro lo vi en la esquina de la plaza caminando nervioso hacia mí. Me sentí afortunada por ser yo la que esperaba y no la que tenía que aproximarse sorteando la congestión de turistas y la emoción de hacer algo prohibido.  Esperar es esperar y ese día fue lo que esperaba. Ese viaje fue una pequeña venganza y sin saberlo, también, mi redención.

martes, 2 de noviembre de 2021

Este pueblo

Salgo de casa con el sol de después del medio día bajo un cielo gris oscuro, casi negro... brisa de lluvia dice mi mamá. 

Atravesando la calle me cruzo con Don Isidro que va en su bicicleta. Lleva sus botas negras de caucho todas cubiertas de tierra y amarrado en el paquetero, su azadón. Es un hombre viejo de sol y de trabajo, así como era mi abuelo, que pasó su vida cuidando la tierra. Se despide de mí con un gesto en su sombrero y, de repente, siento que tengo ocho años otra vez y que estoy saliendo de casa hacia la plaza central a comerme un algodón de azúcar, o que voy en mi bicicleta morada con mi papá una tarde de sábado a recorrer las vías sin pavimentar que conducían del centro a las veredas de este pueblo en el que yo nací. 

Pero no. Ya no tengo ocho años y este pueblo donde vivo ya no se parece al pueblo en el que yo nací. Observando con cuidado lo que veo cuando salgo a caminar, me doy cuenta de que la guerra interna que tengo contra este pedazo de mundo no es más que una herida que no he querido reconocer. Me resisto a aceptar que este lugar tan ruidoso, tan sucio, tan desorganizado sea el mismo lugar de verde, azul y neblina, escenario de una infancia que, remojada en nostalgia, fue una infancia muy feliz. 

Me resisto a que en la esquina donde antes había vacas y ovejas, ahora solo haya un terreno árido que sirve como parqueadero de autobuses. Me resisto a que donde había cuatro casa de una planta, ahora haya seis edificios de apartamentos de cinco o seis plantas cada uno. Me resisto a que en mi calle, donde solo existía la panadería de Don Juan, ahora funcionen tres supermercados, dos peluquerías, una miscelánea y más tabernas de las que quiero contar. 

El gran problema es que me resisto a que la vida ya no es esa vida y el mundo nunca va a volver a ser ese mundo. Me resisto a que mi papá ya no anda en su bicicleta por las calles y a que, cuando salgo, no me lo voy a cruzar para que me invite a comer fresas con crema o pancitos calientes con café. 

Por eso no me gusta vivir aquí. Por eso quiero buscar una casa lejos de este barrio donde la gente no se parece a mí, pero está buscando exactamente lo mismo que yo. Quiero irme lejos de este pueblo que me parece tan distante de todo lo que yo disfruto, lejos de la vida que me hace feliz, lejos de los lugares donde siento que, finalmente, yo soy yo misma. Pero también entiendo que nada de eso es verdad y que sí, que el pueblo es muy feo, que está lleno de almacenes de cosas feas, lleno de carros que ya no caben en las estrechas vías que no han cambiado mucho en treinta y cinco años; pero aún con todo eso, lo que no me gusta no tiene nada que ver con eso. Sino con mi incapacidad para aceptar que hay partes de mí que no van a regresar nunca y que esas partes de mí, si volvieran, no habrían podido hacer una vida diferente. Pero no van a volver y no importa a donde vaya porque al final, aquí o allá o en cualquier lugar, nada de eso va a volver a ser; aquí o allá o en cualquier lugar, es todo temporal. Aquí dentro de mí, inclusive, es todo temporal. 

lunes, 1 de noviembre de 2021

Camas

Le dije que tenía problemas de insomnio, que llevaba semanas sin dormir la noche completa y que eso me tenía al borde de un precipicio emocional. Llegué a su casa un jueves en la tarde y después de refrescarme y caminar un poco por la ciudad, parando en el parquecito a tomarnos una cerveza, nos fuimos a dormir. Pusimos el ventilador cuyo zumbido fue como un arrullo y en sus sábanas recién cambiadas, como si hubiese caído inconsciente, dormí hasta las 8:25 del otro día. Nada más despertar toda la nostalgia de mi infancia y la certeza del amor incondicional me regresaron a la vida. No podía sentirme más feliz. Ella me miraba con los ojos de siempre, como si no hubieran pasado tres años desde la última vez que despertamos juntas, muy lejos de esa cama y nos dijimos: "te amo, gracias por estar aquí".

Las camas en que me he sentido más amada no han sido las que he compartido con amantes, maridos o novios que juraban amarme, sino en las que mi llanto fue consolado por mis amigas; mi corazón roto, curado por mi mamá; o, mi depresión, acompañada por mi hermana. En esas camas he experimentado los "amores de mi vida", los "juntas hasta que la muerte nos separe", la certeza de saber que hay otros caminos para el amor, otros destinos para este viaje del corazón. Las camas en que me he sentido más viva, no han sido donde tuve sexo increíble, sino donde acompañé el nacimiento de mis sobrinas y la muerte de mi papá y de mi abuela. Esas camas, comparten el mismo olor de dolores y fluidos, de hambre y agotamiento; en todas ellas ha habido lágrimas y abrazos y gratitud y anhelo. En todas ellas, la consciencia del tiempo me ha atravesado y me ha permitido apreciar la sagrada postura horizontal en que alguien sufre muriendo y permitiendo nacer. Cada noche, cuando me voy a dormir y acomodo los cojines y las mantas que me abrigan, pienso en la pequeña muerte de cada día; en la esperanza de que al amanecer nazcan cosas nuevas a través de esa transición que mi cuerpo y mi mente han de experimentar, en la misma sagrada posición horizontal.

Y bueno, las camas compartidas para el sexo las recuento con cierta emoción, pero no las recuerdo particularmente por el sexo, sino por la charla después del sexo. Ese tiempito donde la cama se vuelve realmente importante, porque ya, lejos del frenesí del deseo, que cabe prácticamente en cualquier lugar, vuelvo a ser consciente de los cuerpos: del mío y del que está a mi lado y de la sustancia transparente que los hace inseparables aunque sea por un ratico de una noche. Ahí sí, iluminada por la claridad de la razón, puedo ver dos humanidades intentando recobrarse del fracaso que representa darse a alguien sin pensar, bajar las defensas y entregarse voluntariamente a ser explorado y conquistado por la pura vulnerabilidad de otro cuerpo. Ahí sí, dos pedazos de vida en la superficie rectangular de una cama de la que a veces no se quiere salir jamás, a la que a veces sería mejor no haber entrado nunca. Le dije que tenía problemas de insomnio y que, quizás, si me consentía un ratico, eso me ayudaría a relajarme y dormir mejor. No supo qué significaba consentirme, así que solo atinó a reproducir los movimientos de su mano en el piano interpretando a Bach, ahora en mis veinticuatro vértebras y mis doce pares de costillas. Obvio, después hicimos el amor. No. No pude dormir después de eso, pero en la mañana, lo miré con los ojos de siempre, como si no hubieran pasado tres años desde la primera vez que despertamos juntos en esa misma cama y supimos que un día nos diríamos: "te amo, gracias por estar aquí".