martes, 2 de noviembre de 2021

Este pueblo

Salgo de casa con el sol de después del medio día bajo un cielo gris oscuro, casi negro... brisa de lluvia dice mi mamá. 

Atravesando la calle me cruzo con Don Isidro que va en su bicicleta. Lleva sus botas negras de caucho todas cubiertas de tierra y amarrado en el paquetero, su azadón. Es un hombre viejo de sol y de trabajo, así como era mi abuelo, que pasó su vida cuidando la tierra. Se despide de mí con un gesto en su sombrero y, de repente, siento que tengo ocho años otra vez y que estoy saliendo de casa hacia la plaza central a comerme un algodón de azúcar, o que voy en mi bicicleta morada con mi papá una tarde de sábado a recorrer las vías sin pavimentar que conducían del centro a las veredas de este pueblo en el que yo nací. 

Pero no. Ya no tengo ocho años y este pueblo donde vivo ya no se parece al pueblo en el que yo nací. Observando con cuidado lo que veo cuando salgo a caminar, me doy cuenta de que la guerra interna que tengo contra este pedazo de mundo no es más que una herida que no he querido reconocer. Me resisto a aceptar que este lugar tan ruidoso, tan sucio, tan desorganizado sea el mismo lugar de verde, azul y neblina, escenario de una infancia que, remojada en nostalgia, fue una infancia muy feliz. 

Me resisto a que en la esquina donde antes había vacas y ovejas, ahora solo haya un terreno árido que sirve como parqueadero de autobuses. Me resisto a que donde había cuatro casa de una planta, ahora haya seis edificios de apartamentos de cinco o seis plantas cada uno. Me resisto a que en mi calle, donde solo existía la panadería de Don Juan, ahora funcionen tres supermercados, dos peluquerías, una miscelánea y más tabernas de las que quiero contar. 

El gran problema es que me resisto a que la vida ya no es esa vida y el mundo nunca va a volver a ser ese mundo. Me resisto a que mi papá ya no anda en su bicicleta por las calles y a que, cuando salgo, no me lo voy a cruzar para que me invite a comer fresas con crema o pancitos calientes con café. 

Por eso no me gusta vivir aquí. Por eso quiero buscar una casa lejos de este barrio donde la gente no se parece a mí, pero está buscando exactamente lo mismo que yo. Quiero irme lejos de este pueblo que me parece tan distante de todo lo que yo disfruto, lejos de la vida que me hace feliz, lejos de los lugares donde siento que, finalmente, yo soy yo misma. Pero también entiendo que nada de eso es verdad y que sí, que el pueblo es muy feo, que está lleno de almacenes de cosas feas, lleno de carros que ya no caben en las estrechas vías que no han cambiado mucho en treinta y cinco años; pero aún con todo eso, lo que no me gusta no tiene nada que ver con eso. Sino con mi incapacidad para aceptar que hay partes de mí que no van a regresar nunca y que esas partes de mí, si volvieran, no habrían podido hacer una vida diferente. Pero no van a volver y no importa a donde vaya porque al final, aquí o allá o en cualquier lugar, nada de eso va a volver a ser; aquí o allá o en cualquier lugar, es todo temporal. Aquí dentro de mí, inclusive, es todo temporal. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario