Entre las melancolías recientes, he pensado mucho en todo lo que puede transcurrir durante un año. Hace 368 días estaba, a esta hora, regresando a casa de correr en una plaza cercana, con muy poca ropa y empapada en sudor. Reunía todas mis fuerzas para mantenerme viva y en pie un día más, pensando que quizá mañana iría a ser mejor. Pero no fue, en realidad los tres días que siguieron a ese día de hace 368 días fueron los más difíciles. Creo que nunca sentí tanto miedo por estar tan lejos, tan sola y tan vulnerable.
Dos semanas después de ese día llegué a Buenos Aires, más delgada que nunca, más triste que nunca, más necesitada de amor que nunca. Y ha pasado un año de ese momento. Y han pasado muchas, muchísimas cosas: miles de kilómetros, cientos de personas amadas y un montón de cambios. Y aquí estamos otra vez, menos delgada, menos triste y tan necesitada de amor como desde el día en que nací. Dice Millas que algunos nacemos con un agujerito en el pecho, que nunca se llena y que por eso no sabemos sino darnos.
Estando parada en este momento y contando tan pocos días para terminar este calendario, me pregunto ¿cuáles serán mis metas para el 2022? si han pasado tantísimas cosas en los últimos 365 días, ¿dónde podré estar dentro los próximos 365?
La próxima vez que sea 27 de noviembre quiero levantarme muy temprano y mirarme al espejo antes de salir a correr. Y quiero ver, así, recién levantada, mi pelo desordenado, mi cuerpo desnudo y fuerte y sano y feliz. Quiero ver una sonrisa en esta boca hambrienta de palabras y de besos. Quiero una marca de otra piel en mi piel y quiero, por un momento, detener el pensamiento con un suspiro. Estoy ahí, estoy viva y no hay guerra en mi interior.
No hay comentarios:
Publicar un comentario