domingo, 28 de noviembre de 2021

Una cosa rara (16/365)

Lo primero en lo que me fijé fue en el color de sus manos. Después me explicó que las manchas (que yo no vi) eran por el cacao. No entendí muy bien porque estaba consumida por el tacto de su palma sobre la mía. ¿Acaso estábamos hablando en ese momento?  yo solo escuché el ruido de algún órgano de mi cuerpo que se agitó. 

Mientras él hablaba y hacía pausas para sonreír, a mí se me estaba deshaciendo en la boca el primer párrafo de uno de mis libros preferidos:

A ese sentimiento desconocido cuyo tedio, cuya dulzura me obsesionan, dudo en darle el nombre, el hermoso y grave nombre de tristeza. Es un sentimiento tan total, tan egoísta, que casi me produce vergüenza, cuando la tristeza siempre me ha parecido honrosa. No la conocía, tan sólo el tedio, el pesar, más raramente el remordimiento. Hoy, algo me envuelve como una seda, inquietante y dulce, separándome de los demás.*

No vi eso sino un rato después, cuando, finalmente, habló mirándome a los ojos. Y ahí lo vi. Ahí en ese color oscuro de sus ojos que no puedo recordar y que, quizás, no es sino el reflejo del cielo nocturno que al fin pudo mirar allá en el campo. Hay miedos y miedos profundos. 

Tiene unos ojos pequeños pero hondísimos, porque hay mucho de ahí hacia adentro y cuando, por fin,  esos ojos hondísimos estuvieron dentro de los míos, sentí una cosa rara entre añoranza y envidia por esa melancolía de alguien, que con esos ojos oscuros, se retira por semanas al campo para sentarse a mirar un paisaje que yo no puedo ni imaginar; alguien que pasa las tardes acariciado por el viento y el sol, en compañía de perros que son como señales de la bondad que hay en el mundo. 

Todo lo que él dice me cae encima como una cortina de agua fría cuando tienes mucho calor. Agua que imagino naciendo de cada centímetro de los páramos que él dibujó para mí, mientras yo dibujaba su cuerpo cansado siguiendo caminos que se convertirían en el agua que me cae encima cuando él pronuncia los nombres de animales y tubérculos que no existen en el mundo que yo habito.

Dije que sentí una cosa rara entre añoranza y envidia. Pero, ¿son realmente esas dos emociones? ¿añoranza de qué? se me ocurre que puede ser añoranza de un tiempo que no tuvimos, que no tenemos. De la intimidad de caminar por el bosque de noche en silencio y creer que ahí hay una respuesta. Y decir envidia es solo un pretexto para no decir que sí, que es añoranza de algo que no existe, del tiempo que no tuvimos, que no tenemos. De la intimidad a la que apenas nos asomamos cuando él me pregunta ¿qué hacemos maría?

Esta cosa rara es una pregunta. Una pausa cuando necesitas pensar una respuesta. 

Esa cosa rara me envuelve como una seda y me gustar sentirme así.  

*Françoise Sagan en Buenos días, tristeza  

No hay comentarios:

Publicar un comentario