miércoles, 17 de noviembre de 2021

Fuera de lugar (5/365)

Yo siempre me he sentido fuera de lugar. Siempre hay una parte de mí que se siente ajena, es la sensación de un secreto. Me gusta como lo dice Gloria Anzaldúa en Borderlands/La nueva mestiza: 

Ya mayor, me miraba en el espejo, con el miedo de mi secreto terrible, el pecado secreto que trataba de ocultar: la seña, la marca de la Bestia. Temía que estuviera a plena vista para que todos y todas la vieran. El secreto que trataba de esconder era que yo no era normal, que no era como los demás. Me sentía alien, extraña. Yo era la mutante a quien echaban a pedradas de la manada, deformada con la maldad interior. 

¿No se siente un poco así todo el mundo?
Yo me he pasado la vida buscando entre los libros un camino para sentirme, más o menos, entera; más o menos parte de alguna cosa. Y he encontrado que no hay nada especial en sentirme así, que en realidad sí hago parte de algo: de lo que somos todos los seres humanos, comunes y corrientes... somos todos exactamente la misma cosa, solo que algunos venimos en colores poco convencionales, pero, lo bueno, es que nuestro corazón es camaleónico. 
Voy a seguir pensando con Gloria:  

Pasé la primera mitad de mi vida aprendiendo a gobernarme a mí misma, desarrollando una voluntad, y ahora, a mediados de la vida, me parece que la autonomía es un peñasco en mi camino contra el cual me topo una y otra vez. Me parece que no puedo dejar de ser un obstáculo para mí misma. Siempre he sabido que hay un poder mayor que el yo consciente. Ese poder es mi yo interior, la entidad que es la suma total de todas mis reencarnaciones, la diosa-mujer dentro de mí a quien denomino Antigua, mi Diosa, lo divino interno, Coatlicue – Cihuacóalt – Tlazoltéotl – Tonantzin – Guadalupe – Coatlalopeuh, son todas en una. El problema está en saber cuándo hay que inclinarse ante ella y cuándo permitir que la limitada mente consciente tome las riendas. 

Últimamente me he inclinado con frecuencia ante ella y, quizás, aun no tengo coraje suficiente para mirarla a los ojos. No me ha dejado paralizada, como Medusa, sino que me ha atravesado con su luz (la luz de la consciencia), dejando en evidencia mi secreto.

Es en la limitada mente consciente donde habita la sensación del secreto, de que hemos sido marcadas. Lo demás es todo un solo color y mi color, es un color oscuro, color de barro y de agua de río. Ese color que resulta cuando revuelves las pinturas de todos los colores; color que es la suma de todos y que no tiene nombre.  

Cada vez que soy atravesada por Ella, más claro se puede ver que no, no soy normal, que soy tan anormal como cualquier otro y que la marca de mi color oscuro se hace más oscura cuanto más luz dejo que me atraviese. Y entre más fuera de lugar me siento, más en paz estoy, doblegada ante la que es y que siempre ha sido. 

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