sábado, 20 de noviembre de 2021

Sarcófago (8/365)

Es muy curiosa la forma en que, a través de lo libros, voy haciendo mi propio camino interior. Me ha pasado, muchas veces, que llega el libro justo, en el momento justo, para ayudarme a procesar y a destapar una parte de mí que duele y que necesita respirar. Benditos sean los que tienen el valor de decir las cosas, de hacerme el favor de decirme a mí misma y de darme una puerta a través de la cuál puedo salir del momento oscuro.

Esta vez, de nuevo, fue Juan José Millas, quien en esta frustrante y lluviosa tarde bogotana me ayudó a entender de qué va esta temporada de lágrimas. Nos fuimos a media mañana para el Parque de los Novios y a la sombra de un arbusto nos hicimos cómplices para un día de cierres, lo que significa un día de abrir otra vez las heridas para poder, luego, ahí sí, empezar a cerrar. 

Después de caminar y andar por la ciudad terminamos en un cafecito en Chapinero, medio escondiéndonos de la la lluvia, medio escondiéndonos del mundo, para poder hacer algo importante. Y estando ahí con un latte y una torta como merienda me dijo: 

"Cuando lo acabe, cuando acabe este libro, o este sarcófago, arrojaré las cenizas de mis padres al mar y me desprenderé a la vez de los restos de mí mismo, de los detritos de aquel crío al que hemos abandonado debajo de una cornisa, con sus pantalones cortos, sus calcetines largos, su angustia masiva, su falta de futuro, un crío con toda la muerte a sus espaldas. Un crío que me produce más rabia que lástima porque no me pertenece. Es imposible que este hombre mayor que escucha a Bach mientras golpea con furia el teclado del ordenador haya salido de aquel muchacho sin futuro. Podría presumir de haberme hecho a mí mismo y todo eso, pero lo cierto es que resultaba imposible entender lo que soy a partir de lo que fui. O soy irreal yo o es irreal aquél". (Juan José Millás, El mundo, pág. 203)

Ahí se me llenaron los ojos de lágrimas y entendí. Es imposible que esta mujer que escucha a Diana Krall mientras golpea con furia el teclado del ordenador haya salido de aquella muchacha sin futuro. Podría presumir de haberme hecho a mí misma y todo eso, pero lo cierto es que resulta imposible, imposibilísimo, entender lo que soy a partir de lo que fui. O soy irreal yo o es irreal aquella. También yo, así como hizo Millás, me desprenderé de los restos de mí misma; y mis palabras, torpes, serán sarcófago de esa niña sin futuro, de esa adolescente lamentable que se encaprichaba con patanes, tan sin futuro como ella; que se quedaba esperando, siempre esperando como tonta y que nunca tuvo el coraje de abandonar nada ni a nadie. También yo siento más rabia que lástima, más ganas de enterrar que de perdonar. No hay nada que perdonar porque, también en mi caso, o soy irreal yo o es irreal aquella. 

Escribo un poco atontada por la cerveza y decido que lo que me conviene ahora es asumir la irrealidad de la que fui. No tengo corazón para aceptar que todo ese sufrimiento interior, el desprecio, el miedo, el abandono, pueda ser considerado como algo real. Quiero creer que este fuego, esta rebeldía, esta fuerza interior responde, mucho mejor, a lo que reconozco ahora como María Alejandra Almonacid. Quiero creer que ese nombre, que me parece tan bonito, y que, como me dijo también Millás, es como una prótesis que se confunde con el cuerpo, tiene más que ver con esta noche, con este cabello, con este corazón roto y con las aceitunas y la Budweiser que con un yogurt de melocotón en la puerta de una iglesia en las manos de la niña abandonada que fui, una y otra vez, por todas aquellas personas que representaban una puerta de salida de mi vida sin futuro. 

Emprendo, también, mi viaje de regreso, que puede ser, al fin, el viaje que inicie todo de nuevo. Lo que llamo Yo, lo que me importa, lo que encuentro en las mañanas cuando, temprano, me visto para salir a correr. 

Yo, esta noche, viviendo en casa de mi madre, que supervisa cuántas cervezas destapo y me besa la cabeza con amor. Yo, que las 9:54 de la noche, me debato entre enviar un par de textos o esperar a recibirlos. Yo, que he ido al infierno y he regresado varias veces, más fuerte, más liviana; aquí cierro, lo mejor que puedo, el sarcófago de esa que fui: la irreal, la que me inventé para justificar mi cobardía, el miedo que tengo de la que soy. Porque es imposible entender lo que soy a partir de lo que fui. 

Para finalizar este día, me dice Millás: "Tal vez descubrimos la literatura en el mismo acto de fallecer". Que así sea. Que, ojalá, sea la literatura la que ocupe todas las vidas que he terminado. También esta. También así. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario