martes, 9 de noviembre de 2021

Celebrar la vida

Es muy raro, pero a veces se me olvida que todas las cosas están vivas. Eso quiere decir que cambian, que se transforman, que envejecen, que se dañan, que se mueren. Por lo general sólo me gusta pensar en que son calientes y suaves y cercanas; que vienen, que me hablan, que me besan, que me sonríen, que me conmueven. 

Pero un día cualquiera, cuando tropiezo (contra la misma piedra) y me lastimo las mismas viejas heridas, veo de frente que yo también estoy viva y que cambio, que envejezco, que me deshago y que muero. 

Pero también veo, entre sangre y llanto que puedo celebrar y cantar desafinado y bailar y decir cosas y escribir, que al final nada es tan importante, que al final de eso se trata, de permitirme apreciar y honrar todas mis versiones, todas las versiones de la vida. 

Y esta noche celebro las muchas versiones que fui en los últimos dos años y medio, celebro la vida de cada uno de esos días, todo lo maravilloso: la curiosidad, los viajes, los sabores y los amores; celebro, también, todo lo doloroso: los fracasos, las desilusiones, el miedo y la distancia. Celebro, sobre todo, el coraje de haberme mirado, un poquito más de cerca y poder sostenerle la mirada a toda mi luz y mi oscuridad.

Pero no habría nada que celebrar si no tuviera yo la fortuna de sostenerme en tanto amor y tanta bondad que florece como la hierba, así, tan abundante y naturalmente. Esa es mi fortuna, ese es el corazón de mi corazón. Eso es todo lo que puedo imaginar como proyecto o como meta para esta vida: celebrar cada día las versiones de lo que soy y participar de la bondad que florece por ahí, en cualquier rincón, en cualquier momento, haciendo que en todo lo cotidiano y ordinario brille lo sagrado y lo místico. Amar.


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