domingo, 3 de abril de 2022

Una casa (142/365)

En una charlita de domingo, una amiga especial estuvo hablándome con voz entrecortada de una decisión pendiente que inquieta su corazón: comprar una casa con su esposo en el país en el que vive hace veinte años o regresarse e intentar una vida en Colombia. Quiere comprar una casa, un lugar que sienta como propio, un lugar a donde pueda regresar. 

Al escucharla pensaba en que, hace un par de años, dije una de esas cosas que digo que empiezan con nunca o con siempre; dije: "nunca más voy a comprar una casa".

Ahora lo pienso y ya he tenido dos casas propias. La primera la compré con quien fuera en ese entonces mi esposo. Era un lugar que sentía propio, que hice propio con mis manos, con mis plantas, con los aromas del amor que puse en cada uno de los días en los que viví allí. Compramos esa casa con la ilusión de hacer una vida juntos, es decir, de tejer el tiempo de nuestras vidas en una sola cosa que pudiera caber en esa casa. Pero no supimos tejer nada que pudiera ser abrigado por las cuatro paredes y las dos habitaciones de nuestro bello apartamento con vista a los cerros de Bogotá. 

Mi segunda casa la compré por mi cuenta. Mejor dicho, acepté hacerme cargo de la decisión de alguien más y terminé invirtiendo mi tiempo y mi esfuerzo en un apartamento con vista a las verdes montañas de la sabana. Nunca viví ahí, pero ahí perdí todo el dinero que había juntado por años. La vida que viví asociada a esa casa tal vez sea la más importante hasta ahora. Nunca como en ese tiempo fui hasta tan adentro de mí, nunca me sentí más desesperada, pero nunca, tampoco, fui tan valiente y tan llena de coraje. Me separé de esa casa para buscar mi propio lugar apenas en el área que ocupa mi corazón. 

Dije "nunca más", dije "que no me engañe de nuevo la ilusión de seguridad que, por momentos, proporciona una casa". Ahora creo que eventualmente volveré a comprar una casa y espero que entonces pueda comprarla con la certeza de que cuatro paredes no son ninguna certeza; con la consciencia de que una casa a mi nombre es solo una fuente más de preocupación, igual que no tener una casa a mi nombre. Por ahora, ahorro sagradamente parte de mi dinero para invertirlo en mi verdadera casa, el lugar que he de habitar cargada con este cuerpo y este corazón indeciso que quiere mudarse una y otra vez; la casa que sea el lugar a donde, pase lo que pase pueda regresar. Mi casa que será mi casa siempre.  

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