sábado, 5 de noviembre de 2022

Otoño (357/365)

Mirándolo a los ojos le dije La única forma de amar auténticamente a alguien es a través de la libertad. Pero la libertad nos cuesta todo. Nos lo quita todo. Y eso es muy doloroso. 

No supo qué decirme -ninguno sabe-.

Entonces entendí que él, tampoco él, tendría el valor de amarme. Íbamos a inventarnos algo, un amor bueno. Supe que no. 

Regresé andando a casa. 

El sábado en la noche está lleno de gente en las calles, gente que anda con gente, gente que busca a otra gente sabe dios para qué. Yo ando sin gente ahora y mi propia compañía es suficiente un sábado por la noche. Claro, a veces me gustaría andar de la mano con alguien valiente que me regrese algo de lo que me ha quitado esta libertad que de tan limpia en su oscuridad me asusta por las noches. 

Pero no se puede, no hay como recuperar nada. 

Giré hacia el occidente en la calle 81 y desde ahí hacia el norte fue un otoño prestado; hojas doradas planeando graciosas entre la luz de las farolas y los perros llevando a sus dueños con bufanda a pasear. Muchachas de pelo lacio y larguísimo sentadas en las escalinatas de los edificios texteando, siendo bellas sin ningún esfuerzo. Hombres de barba perfecta y chaquetas abullonadas sosteniendo recién nacidos y esposas rubias que andan en tenis de domingo a domingo. Voy a la panadería. Me siento en la mesa de siempre, con vista a la entrada. Me gusta observar a la gente que viene. Pido un té de arroz tostado y leo poemas en voz alta. De fondo, el jazz y el ruido sordo de las conversaciones alrededor, sostienen el ritmo de los versos que leo para mí, para algo que pasa en mi panza cuando me acoplo a la música de las palabras y no me detengo, una página tras otra, dejando que el sentido se componga por si solo a través de mi voz. Las hojas secas golpean las paredes transparentes, y el otoño que nunca he visto porque aquí no hay otoño, parece bastante auténtico, bastante real. 

Me convierto en la viva imagen de lo que digo que soy, de mis formas particulares de odiarme a través de mi temor y de la libertad de amarme a través de hurgar y hurgar hasta el hueso de lo sagrado. Reposo en el eco que dejan las palabras, ondas concéntricas de la desaparición. Flores que se abren demasiado tarde. Pájaros emigrando hacia el sur helado. Un vaso de Gin y tu ventana encendida. 

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