jueves, 10 de noviembre de 2022

Casi (362/365)

La luna casi llena, todo lo que vive casi vivo. Todo casi. Casi mi corazón en el corazón esencial de la alegría. Casi, casi que sí. 

Llevo, como casi siempre, el corazón en la boca y se me derrama entre las palabras y los amores de mi risa. Llevo a mi madre suspendida en ese corazón que canta y que describe con inocencia el mundo que va descubriendo. Mi corazón palpitándome en la boca es la habitación de mi madre y del despejo con que se mueve por el mundo. A donde sea que voy, ella se asoma desde mi corazón y se maravilla -con la infancia todavía en los ojos- de un tomate con pan, de una vitrina de zapatos, de un sol rojo, de los charcos que se apoderan de las avenidas. El mundo no es lo suficientemente grande para intimidarla. Todo ese asombro lo protejo en el corazón donde lo guardo, aunque a veces lo atraviese su incandescencia, la de mi madre, por supuesto. Me vuelvo una bebé otra vez cuando me tropiezo con algo bello y me sobreviene el recuerdo de su risa, del destello malicioso con que se burla de todo lo que ella ha sido y es y será para siempre, una bromista de las cosas más sagradas, un altar donde dios se quita la pesada corona para sentarse a tomar el té. 

No hay sino dicha y gozo sosteniendo su cuerpo blanquito y menudo; sus huesos, sus músculos blanditos, su piel fina, las uñas de sus pies, su cabello negro y lacio, los lunares rojos que tiene en la espalda, son pura materia estelar agitada por la energía de su devoción. Casi mi madre y yo, casi. Todos los días, casi y no me alcanza el tiempo para hacerla feliz y no me alcanza la fuerza para sostener su felicidad y no importa porque casi, y ahí nos encontramos y ahí descubrimos que la vida casi, igual que la muerte casi, que ella y yo y todo lo que nos circunda, casi, menos el amor y la intimidad del amor y la confianza que delinea el amor y el miedo del amor y el lazo del amor y todo el amor del amor de mi madre. 

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