jueves, 20 de enero de 2022

La belleza de las cosas ordinarias (69/365)

Me senté a meditar las cosas del día, un día ordinario sin conmociones especiales de mis sentidos y algo vino al primer plano de mi memoria: en un platico de flores, uvas pasas amarillas, almendras y nueces de macadamia fueron el postre del almuerzo.

Eso no tiene nada de ordinario para la mayor parte de las personas que conozco. Quizás por eso, este momento de vivir se siente como algo misterioso. Es que acaso ¿ya me estoy pareciendo a mí misma?¿Qué parte de mí es la que entra en comunión con algo puro mientras mastica al mismo tiempo la textura pegajosa de la uva pasa, que siendo amarilla es más ácida y menos empalagosa, y una nuez de macadamia que libera sus aceites al ser macerada por mis dientes? Ese sabor que descubrí, esa mezcla de texturas en mi boca, la acidez cortando la untuosidad de la nuez y mi boca llena de una saliva dulce y seca. Eso fue algo anti-ordinario. Me gustaría saber más palabras que pudieran describir ese momento de embeleso en el que me hundo en algo de mi vida que me parece algo más genuino por ser chiquitico e insignificante para el resto del mundo. Quisiera algo que le diera a las personas que amo ese instante de tomar en su mano un par de esas uvas y una nuez para ponerlas en su boca con curiosidad mientras me miran a los ojos. 

Son esos momentos anti-ordinarios lo que me devuelve alguien que siendo yo, todavía no alcanzo y que también, siempre he sido yo. Me pesa algunos días mi obsesión por la belleza de las cosas anti-ordinarias. Me cansa. Me angustia. Pero me mantiene al filo de unas emociones que, puedo asegurar, me vienen de vidas que ya viví. He reencarnado sin poder soltar la sensualidad de mis vidas pasadas y mi cuerpo se delata con una debilidad por cosas que, racionalmente, no tendría por qué reconocer. Uvas pasas rubias y macadamias para el postre del almuerzo. Nada más, nada menos. 

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