martes, 25 de enero de 2022

Mi cansancio menstrual (74/365)

Un corazón agotado es capaz de muy poco, pero ese poco es suficiente para extinguir el calor de una estrella. También cuesta la oscuridad y el silencio. Por fortuna, mi cuerpo se mueve solo, como la cola de una lagartija que continua con vida al desprenderse del animal. Hago las cosas del día y parece que soy quien prepara la cena, quien se sienta a leer o quien conversa la tarde entera sobre las fincas que producen café. 

Mientras se despliega la vida ordinaria algo dentro de mí reposa; se hunde en las palabras imposibles de un poeta mexicano y llora sin ningún llanto las heridas de un último amor. Mi cuerpo hace su trabajo y se prepara para menstruar. Yo me tomo un receso de mí misma. No tengo cómo mantener mi cabeza unida a este cuerpo. Hago de cuenta que sí, pero no. Yo apenas lo persigo, solo para que podamos coincidir al menos en el mismo día, pero cada cosa vive un tiempo diferente.

Mañana, cuando nos despertemos intentaré unir con un nudo más fuerte lo que soy y lo que siento, es decir mi anatomía y una cosa a la que llamo Yo, que es como mi mascota, mi muñequito vudú, mi amuleto de la suerte. 

Me dejo llevar, solo eso. Ahora escribo y luego estudio francés. Luego me llevarán a la cama y tomaré algo caliente para ahuyentar los mocos y la tos. Después alguien se sienta a respirar y al apagar la luz dejará rodar dos lágrimas calientes que mojen la funda de la almohada. Otro día consumado. Otro día de "vivir". Las cosas que la muerte no se lleva son las cosas que, a pesar de mí, han quedado grabadas en las columnas de los templos. Yo solo los recorro y los cubro con la oscuridad de estos días. A veces me arrodillo y rezo. Otras, solo me quedo ahí aguardando la puesta de sol. Un corazón que se cansa. Un corazón que se gasta. Un corazón que late aun antes de mí, que acabará conmigo un día ordinario como el de hoy. 

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