miércoles, 5 de enero de 2022

Hablar de mí (54/365)

Cuando empecé a hablar de mí me lancé en una aventura imprudente: uno empieza y no termina más.*

Aquí (y en todo lado) hablo desde el ejercicio obsesivo de pensar lo que soy y como vivo. Igual que Beauvoir en sus memorias, ignoro la utilidad de lo que escribo, que lo escribo como una deuda conmigo misma, también, con todas las que fui y todas las que seré. 

Sentarme aquí  y teclear estas palabras durante este tiempo ha hecho aparecer algo que aun no puedo explicar del todo. Alguien ha entrado en mi habitación y se ha sentado a acompañarme. Alguien que, al mismo tiempo, es extraño y familiar. Alguien que se parece a mí en algunos días y me es absolutamente desconocido en algunas noches, me increpa, me perturba, me enternece y me seduce. A veces todo al mismo tiempo. 

Mientras lavo una taza o me como unas frambuesas al sol, me pregunto sin preguntarme ¿qué quiero escribir hoy? Desgrano en mi boca los nombres amados; saboreo la P, la R, la C, la A, la G. Me limpio el mugre de las uñas y busco qué sensación predomina en mi cuerpo; acaso ¿la tensión que tengo en la pierna se debe a que me preocupa la tesis que aun no termino de escribir? O ¿será que mi periodo es la causa de este fuego de besos y pasiones que calienta mis tiempos de ocio?

Abro la puerta de los días para que mi reciente huésped se instale y pueda merodear por dentro y por fuera de lo que soy. Hablar de mí, por momentos, no es más que seguir las pistas que esta acompañante va dejando por donde pasa. A veces en forma de pregunta, a veces como un murmullo, a veces como una mirada en el espejo después del sexo casual. Me va dando, en pequeñas porciones, una golosina a la que no me puedo resistir. 

Es ella la que deletrea los nombres y estimula las sensaciones de mi cuerpo. De mi lengua a todo mi sistema, las palabras me persiguen y yo dejo que me alcancen. Nos vamos descubriendo, ella y yo, que nos presentamos cada mañana para empezar de nuevo a descubrirnos. Las dos, extrañas y familiares, nos interrogamos y cortamos el silencio con un gesto... apenas un libro abierto sobre la mesa y la frase que nos dice: por aquí, vayámonos juntas por este camino. 

 * Primera frase del prólogo de La plenitud de la vida, de Simone de Beauvoir, 

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