viernes, 28 de enero de 2022

Bichos (77/365)

Pasé por el espejo y reconocí algo que me gusta. El rostro de las noches mal dormidas arropada en un sillón viendo desfilar los monstruos que se escaparon de debajo de la cama.

No era un rostro cansado, no había tristeza tampoco, era algo parecido a la satisfacción. Una cosa serena y animada, una historia, una emoción columpiándose en un árbol muy viejo. Una cicatriz de alguna cosa de la infancia, pero una cicatriz que uno casi ni recuerda porque es piel que ya no duele aunque nunca vuelve a ser la piel de antes. 

Tienen algo de gracia las cicatrices de la infancia porque las sobrevivimos. Accidentes que no acabaron con nosotros, al menos no en sentido literal. ¿Y las cicatrices de la vida adulta? Esas normalmente acaban con nosotros aunque no nos matan, esas casi nunca las sobrevivimos. Hacemos un desastre. 

Pero miré el espejo al pasar y entonces saltó sobre mí una alegría. Aparecieron cositas pequeñitas como bichos que viven debajo de una piedra, todos conviviendo en ese mundo húmedo y oscuro de cosas vivas que crecen y se reproducen y se alimentan unos de otros y hacen una tierra muy fértil. Saltaron sobre mí esos bichos cuya presencia me ilumina de una cosa que yo no sé decir pero que siento muy mía, muy de este momento. Moví una piedra que estuvo sobre la tierra por treinta y siete años y descubro un ecosistema sorprendente. Esos bichos debajo de una piedra, mis monstruos debajo de la cama. 

Mírame hoy y dime si tú también ves eso que yo veo. Dime si se notan esos bichos de luz que se trepan por mi espíritu de cosa viva, de cosa destinada a la muerte. Está vacío el espejo. Está todo en los ojos que lo miran. 

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