sábado, 8 de enero de 2022

Diez años después (57/365)

Me enamoré de mi profesor de natación. Pero eso solo pasó diez años después de conocerlo, cuando, después de que los años asentaran nuestras rarezas, yo pudiera ver en él un espejo empañado de mi propio deseo de una vida a mi medida. 

Cuando lo conocí, en la efervescencia de mi libertad pos divorcio, estaba obsesionada con su voz. Mi cercanía libidinosa me impedía ver lo que él veía, pero aunque estaba ciega, podía escucharle decir mi nombre y podía sentir el roce de su piel a través del agua. Yo quería compartirle todo lo que había atesorado en mi pequeña casa; mi pequeña vida de pequeña libertad. Sólo era inmenso mi deseo, mis ganas de escribir despacito mi nombre en su cuerpo con la yema de mis dedos. Yo usaba un vestido de baño azul y diez años después él lo recordó. No tengo idea de cómo se ve este amor desde su orilla. ¿Es inapropiado poner aquí la palabra amor? 

Diez años después y muchos, muchísimos días después de buscarnos uno al otro desde rincones lejanos de nuestras geografías interiores, nos encontramos, en el mismo lugar en el que nos encontramos por primera vez fuera del agua; yo me sentí fuera del mundo envuelta en su conversación y en su sonrisa y en ese color de su piel que es como la canela pero más perfumada. Se me llena la boca de sabores si recuerdo ese color. 

Cuando lo volví a ver hace poco, su sonrisa me pareció menos altiva. Había algo triste, algo profundo, algo solitario en esa sonrisa que acabó con mi corazón. Suena dramático así, pero en realidad es algo delicioso ver caer el propio corazón ante alguna cosa que hace alguien casi sin darse cuenta; suspirar y pensar: estoy perdida. Perdida aquí, en este instante de su cuerpo que exhala en una carcajada que detiene el pensamiento. Hace diez años quería verlo atravesar la puerta de mi casa y sentir el calor de su avidez por la vida. Ahora, solo quiero caminar a su lado en silencio por un bosque, esperando a que se decida a empezar a hablar, quebrando las pausas que instala en lo que dice, obligándome a acercarme más, a dejar que mi oído roce su boca para descubrir los murmullos de su aliento. Quiero bebérmelo, asomarme a las orillas del agua tranquila que son esos ojos color de tierra y de luz. 

Decir que me enamoré tal vez sea exagerado. Al menos puedo decir que me encuentro a gusto entre sus manos que ni me tocan, que apenas ensayan cubrirme de alegría en el medio día de un domingo cualquiera. Es que cuando yo lo miro encuentro algo de lo que está perdido. Me quiero ir con él a un lugarcito sin tiempo y dejar que me cure. Hacer de cuenta que se puede pasar por la vida derritiendo el corazón de uno en el de alguien más. Pretender que estoy enamorada como se enamora la gente corriente y que sufro por no poder estar con él. No es cierto. Me complace decirlo así, enamorarme así, dejar así, que las cosas se quiebren solas, se sequen, se extingan en el curso natural de las emociones. Me enamoro de él como en relámpagos. Destellos de energía que iluminan todo. La vida.

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