domingo, 16 de enero de 2022

Mi coraje, mi verdad (65/365)

Me miro a través de las cosas que hago, de las palabras de la gente que me ama y si hago suficiente silencio, me reconozco. Algunas tardes me desconecto de todo y me quedo contemplando mi propia vida, hoy por ejemplo, desde las líneas de algún libro que me entusiasma. Escribo. Preparo un té. Miro por la ventana. 

Voy al baño y me detengo frente al espejo. Algunas ojeras y mi pelo desordenado me dan impulsos de moverme un poco y de buscar las cosas transparentes en mi vida. ¿Cuál es el costo de querer la verdad?

En esta tarde de domingo me digo a mí misma que no me importa cuán alto sea, estoy dispuesta a pagarlo. Un par de semanas atrás abrí una puerta, energética digamos, para ponerlo medio esotérico, a la pérdida de todo lo que no fuese la verdad. No hay más verdad que el coraje de mirar las cosas tal como son. No hay más verdad que pronunciar mi nombre y contar los días de mi vida con la cabeza alta y el pecho amplio de aire fresco. 

Cada cierto tiempo es necesario hacer una hoguera con las cosas que, habiendo prestado su servicio, no hacen sino estorbo en las casas interiores. Pero siempre dejamos un desván, un armario secreto con las cosas que resultarían demasiado dolorosas perdiendo su cualidad entre las brasas. Son las cosas más peligrosas, porque camufladas como tesoros no son sino trampas de oso en medio del camino, manzanas envenenadas que aceptamos con gusto y atesoramos como dádivas de quienes nos son más amados. 

Pero, cada cierto tiempo, también, el coraje se vuelve verdadero coraje y podemos ya, no solo pronunciar, sino deletrear el nombre de quienes somos y dejar arder, armario incluido, las cosas opacas de nuestras habitaciones. No hay otra verdad que el coraje de quedarse en pie frente a la hoguera. Ojeras y todo, en esta tarde de domingo me reconozco en ese coraje y esa voluntad de mirar directamente las cosas transparentes y fulgurantes de mi vida. Mi coraje, mi verdad, mi libertad.

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