martes, 11 de enero de 2022

Esta es mi vida (60/365)

Me pasé el día limpiando y ordenando cosas: objetos decorativos, ropa, libros, herramientas, muebles, utensilios de cocina, telas, revistas viejas... Al final del día, con la casa despejada, las cosas que quedaron, puestas en un lugar específico, parecen más bellas.

Eso mismo estoy haciendo conmigo. Levantando el tapete para ver el mugre que se ha quedado por años acumulado; abriendo los cajones para encontrar cosas perdidas mientras finjo sorpresa; bajando al sótano para encender la luz y hacer un poco de espacio. Me siento incómoda y cansada, pero me detengo un momento en el silencio para observar y comprendo que está bien.

Está bien que las cosas se gasten. Esta bien que las cosas se rompan. Está bien que las cosas queden disparejas, que se oxiden, que se pierdan, que se descompleten, que se pudran, que se descascaren, que se desportillen, que se aviejen, que se sequen, que se ablanden, que se desmoronen. Está bien; esa es la naturaleza de todas las cosas. La nuestra también; la de este cuerpo y la de esta vida que llenamos de cosas para no pensar en que esa naturaleza es la única verdad.

Y ¿qué hacemos mientras tanto, mientras contemplamos el flujo incesante de transformación y ruina que somos y que es todo lo que identificamos con nuestra propia vida? Pues sacarle brillo a todas las cosas y usarlas todos los días con alegría y con deleite. Ventilarlo todo y convidar a los amigos para compartir. Algunos escribimos y cosemos y cocinamos bebiendo una copa de vino. A veces, solo tomamos agua viendo un cielo rosado del atardecer. A muchos nos gusta rodearnos de cosas bellas y personas bellas e instantes que resultan memorables de tan profundo que nos tocan y nos permiten experimentar lo único que no se desgasta y se pierde. 

Algunos escribimos para ser más conscientes de ese flujo, de esa incapacidad de retener algo, de hacer durar lo que somos y nuestra vida; para no sucumbir ante la pena de todo lo que perdemos cada día.  Para mí, es como tener una vajilla preferida y ver romperse una pieza tras otra sin poder detenerlo. Ese ruido, esos pedazos, esa perdida irreparable que deja incompleto algo que era un conjunto. Así escribimos algunos. Y hay belleza en ese tiempo tecleando estas palabras. 

En eso pienso cuando regreso a una cita de Natalie Goldberg: 

Nuestro secreto más profundo es que escribimos porque amamos el mundo. Y por qué, entonces, no decidirse a sacar este secreto que hay en nosotros, y llevarlo a las salas y las galerías, el jardín y el mercado? Que todo florezca: la poesía y quien la escribe. Y, sobre esta tierra, acordémonos siempre de ser amables.* 

Lo que algunos hacemos es eso, justamente. Escribir para permitir que todo florezca e intentar ser amables en el mundo. ¿Qué haces tú?

* The deepest secret in our heart of hearts is that we are writing because we love the world, and why not finally carry that secret out with our bodies into the living rooms and porches, backyards and grocery stores? Let the whole thing flower: the poem and the person writing the poem. And let us always be kind in this world. 
(Texto original del libro Writing down the bones) 

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