viernes, 18 de febrero de 2022

Mi casa de palabras (98/365)

Me encantaría escribir sobre locomotoras y verjas oxidadas en un pueblo reseco; me gustaría saber describir la forma en que el silencio se vuelve susurro al rozar una laguna tranquila; ignoro las palabras que mejor puedan expresar la alegría de una abeja toda cubierta de polen.

Mi casa, es un nido pequeño hecho de papelitos rasgados, de palitos encontrados en el piso, retazos que he ido juntando con el tiempo. Mi saliva y el resto de mis fluidos han valido como aglutinante de las partes sueltas que, capa por capa, se han ido apelmazando en algo parecido a un refugio. Ahí estoy instalada y cada día desprendo otro pedacito de mundo para unirlo a mi invento de mundo; ahí están escritos los nombres en los que se reconocen las cosas que yo amo, las que me torturan, también las que pasan por mis manos sin dejar huella.

Solo sé escribir sobre este lugar que muda en cada estación de lo que voy siendo. Me dedico a repetir las palabras que descifro en los trozos de papel que resultan visibles. Mi experiencia no sobrepasa una docena de ramas menudas y quebradas por los pájaros, que yo he atado para hacerme una estructura. 

No es una morada impermeable. Se me cuela el frío y la lluvia por todo lado. Los amores traspasan las paredes y amanezco humedecida. Te cuelas tú, se cuela el tiempo del olvido. Tengo que perfeccionar el puñado de palabras de las que está impregnado este lugar, antes de poder traer palabras nuevas. Los músculos de mi boca no son lo suficientemente fuertes; mis manos no son lo bastante rápidas. Me hago vieja mientras espero que, letra por letra, esas palabras acaben de fundirse sobre mí. Así que aún no puedo decir locomotora, soy incapaz de articular azalea. Apenas me cabe en la casa mi propio nombre. 

 

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