domingo, 20 de febrero de 2022

Cien (100/365)

Con el cansancio acumulado del día, te recuestas en mi pecho y un olor de duraznos maduros me perfuma.

Sé que mi corazón canta su ritmo directamente en tu oído y te veo esbozando una sonrisa.

El peso de tu cuerpo se anula cuando descansa sobre mi cuerpo. Parece más bien que flotamos en el aura luminosa que produce el contacto de tu piel contra la mía; ahí está resguardado el primer fuego que calentó a los humanos. 

Del fondo de tu ombligo brota un néctar transparente y dulce que alimenta dioses. Me lo das a beber en la copa de tus manos morenas. Tu cabello oscuro se enreda entre mis dedos y reímos con risas gemelas. Inauguramos mitos en los recintos que habitamos, juntos, reviviendo centurias de amor.

Me inventas a medida que me miras. Te invento cuando te descubro una vez más. Todas las noches son la primera noche y todos los días nos rozamos por primera vez. Salimos a recoger palabras y nos hacemos un festín de alegría. Te digo; me cuentas. Mi lengua es ansiosa. Tu oído es sereno. Nos tendemos al sol y dejamos que las palabras se nos sequen encima. Nos quedan marcas. Todo es temporal. 

Es una sensación antigua esto de querernos. Es algo que conservamos entre mármoles y cristal y lo profanamos sobre la hierba con las manos embarradas y la miel embadurnada en las mejillas. Vemos pasar aves oscuras. El sol cubre a la muerte con sus velos dorados. Me abrazas, me abrigas. Mi amor es ansioso. Tu aflicción es serena. Nos descubrimos en la noche, mirándonos todavía. Vemos nacer estrellas, tu mano reposa sobre la mía. 

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