viernes, 25 de febrero de 2022

Corazón aventurero (105/365)

Me digo a mí misma que tengo el corazón roto. Mientras lo digo, me doy cuenta de que, en realidad, tengo un corazón saludable y fuerte. Un corazón valiente que abre las puertas y deja que el mundo entre, un corazón aventurero que sale a mirar qué hay debajo de las piedras sobre las que está edificado el mundo. 
No está roto mi corazón. Lo que pasa es que es un corazón inquieto que se desborda sobre sí mismo y enmelocota todo alrededor. Entonces me hago un lío intentando mantenerme separada de los seres y las cosas y las palabras que -demasiado tarde- se han adherido a mi corazón amante. 
¿En dónde se pone un corazón como este, corazón de melocotón, corazón de chocolate, corazón de papel, corazón ardiente?

¿Qué hacer con esta sensación de un corazón que estalla al contacto con una herida, con una piel dibujada con cicatrices? Es como si fuera mi nombre el que leo en los surcos que dibuja el llanto, suspiros que me pronuncian. ¿Cómo me resisto a la seducción de algo tan crudo, tan vital, tan puro?

No. No tengo el corazón roto, tengo el corazón incendiado. Tengo un corazón que ve a través de la oscuridad. Un corazón de sombras y bruma que no teme a las criaturas de la noche. No, no está roto, está abierto y todo tipo de cosas se cuelan por sus rendijas. Tú, los perros, las fresas, las flores perfumadas del naranjo. Tú, la muerte y el silencio. Todo tipo de cosas se cuelan y se deshacen en la sustancia corrosiva de las horas hasta que no queda sino el corazón abierto, vacío de todo, abierto a todo.

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