domingo, 13 de febrero de 2022

Ausencia (93/365)

Me inclino sobre la estufa y dejo que la nube de albahaca y hierbabuena que se eleva impregne mi pelo de humedad perfumada. Las burbujas se tiñen de rosa con las moras que acabo de poner. Es todo tal cual debería ser en el final de un domingo de febrero. Hay un poco de sol rojizo que hace sombras a través de los velos y el espacio vacío que debería ocupar tu cuerpo me sorprende por detrás. 

Tu presencia, cuando vienes, es casi igual de viva que tu ausencia que respira y me abraza murmurando razones para ser felices. Tu presencia aún no aprende a hacer esas cosas que me persuaden de dejar que ocupes todo el espacio de un domingo; prefiero entonces privarme de tu risa y tumbarme en el desierto de la cama que a veces compartimos, en el hueco de materia y calor que a veces es tu compañía, esa que me sorprende por detrás y me abraza y murmura razones para que me quede, para que cante las canciones de tu dicha. 

Nunca te siento tan cerca como estos días en los que no estás. ¿Qué es lo contrario de acompañar? 

Me rompo de adentro hacia afuera y entre los pedazos puedo ver la luz con la que tú me miras. 

Mis pedazos no encajan con mis propios pedazos. La luz de tus ojos queda toda derramada y es imposible tomarla de nuevo.

No hay pedazos que encajen con nuestros propios pedazos. El vacío de tu cuerpo me abraza y me mece en las canciones de la dicha.

 

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