miércoles, 16 de febrero de 2022

La espera (96/365)

Una semilla ha sido plantada y sólo queda esperar. Hay que dejar que salga el sol, que venga la lluvia, que la vida que habita la tierra haga lo que sabe hacer; entonces el corazón de la semilla se rompe y se transforma en crecimiento verde y tierno. Todavía hay que esperar un poco más. Una hoja se transforma en una rama que hace lugar para otras hojas, para otras ramas. Hay que seguir esperando. Los retoños se hacen fuertes y lo que era solo vida en potencia hace ahora sombra a otras formas de vida, interactúa con ellas y les da cobijo. Podemos esperar algo más. Las puntas de los nuevos retoños se repliegan en botones de belleza blanca o rosa o roja y se preparan para abrirse al sol. Las flores, todas juntas, celebran la potencia que se ha manifestado. Es la vida la que florece, es la espera la que recibe su recompensa. Y hay más todavía. Llega el tiempo y las flores sucumben a una nueva potencia; la de belleza en la boca, la dulzura, el jugo, el perfume. Al final, lo que no era sino espera es una manzana colorada colgando del árbol. Redondez que coquetea con los pájaros. Es la misma semilla disfrazada. Nos engañamos pensando que es algo diferente. El tiempo de la cosecha nos devuelve la gracia, nos purifica en la comunión con lo divino. El instante eterno en cada mordisco. 

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