martes, 15 de febrero de 2022

Disturbio (95/365)

Quiero dejar que todo lo que se parezca a tu nombre se quede sin agua y se seque hasta hacerse polvo. Prefiero verte, no a ti, a tu nombre que me recuerda a ti, volar en partículas pequeñas a mi alrededor, meterte en mi cuerpo por mi boca y nariz y saberte convertido en algo minúsculo que flota y se eleva y se confunde con las semillas del diente de león, el hollín de la ciudad, el polen de las flores... Ya no quiero intuir tu presencia sólida asomándose en cualquier mañana de mi vida. Quiero que tu sombra se deshaga y se convierta en una brizna de hierba que se mece por el peso del rocío. Quiero que seas el rocío que se transforma en bruma cuando el sol lo toca. Quiero que te deshagas al contacto del calor de mi corazón, que te busca, que te espera, que se cansa. 

Insistes en venir, en inundar mi alegría con tu mirada grave, con tu voz que es casi tan contundente como tu silencio y arruinas cualquier día despejado. Haces tormenta, ocultas lo verde de la montaña y haces que la luna brillante vele su rostro. Me gusta la lluvia, pero me asusta el cielo que se cae sobre nosotros, que nos persigue con relámpagos; me asusta el vórtice que hace bramar mi flexible corazón-casa. 

La palabra de tu cuerpo fractura los cristales. Aun en los sueños, tu nombre lesiona la parte de mi cuerpo que te nombra. 

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