miércoles, 1 de junio de 2022

Dormimos (201/365)

Cuando duermes, te abrazas a mi cuerpo con fuerza. No me dejas darme la vuelta para buscar el sueño, porque tu sueño persigue mi calor, anhelante. ¿Qué será lo que sueñas, que tu carne y tu sangre persiguen el rastro de mi piel caliente? 

No apestas, me dijiste esta mañana, cuando después de una ducha dejé que mi cabello mojado despertara tu pecho desnudo. Me miraste con una ternura casi desconocida. Nos reímos. Media hora antes era tu cuerpo el que despertaba al mío que, perezoso, te susurraba: es un milagro poder inventarse un amor así, tan despojado de las cosas del amor y tan secretamente cómplice de todas las minucias de un amor profundo. Es que mi herida encuentra sosiego en tu mano firme; es que el dolor de tu herida se libera en la quietud de mi alegría. 

Me dejo ir en esos momentos en los que parece que es posible alguna felicidad. Nos contamos historias de vidas pasadas y hacemos lo posible por explicarnos mutuamente obsesiones, alucinaciones y éxtasis. Con esos minutos que mi reloj va cantando, llenamos los fosos con los que protegemos nuestras moradas y nos hacemos caminos para dejarnos entrar. A veces nos arrepentimos, porque nos ilusionan otras moradas, pero hay algo aquí, cuando nos juntamos, que nos hace querer regresar. Quizás no sea más que nuestros cuerpos que se gustan y se complacen, uno en el placer del otro; quizás no sea más que calor, que carne y sangre; pero cuando tu cuerpo me busca dormido, me parece mucho más que eso. Y eso me gusta, eso también está bien. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario