Llevo doscientos diecisiete días escribiendo aquí y me parece que ahora sí, finalmente, se me acabaron las cosas que tengo que decir.
Es una sensación espantosa sentarme y escarbar debajo de las cosas mínimas del día para ver si aparece alguna idea, alguna frase que dispare la escritura.
Volverá, me digo, seguro que volverá el bullir de palabras y las ganas de contar, de inventar un mundo.
Mientras tanto me agarro de este desgano para no desfallecer y abandonar. Son palabras, me digo, apenas palabras que puedo ordenar. El mundo que puedo sostener en la punta de mis dedos.
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