martes, 7 de junio de 2022

Pura alegría (207/365)

Así como estoy esta noche, aturdida por las muchas cosas en las que gasto el tiempo de mi vida, comprendo que tengo una única aspiración: quiero abrir los ojos y experimentar alegría. 

Hace rato renuncié a la felicidad, una idea tan tergiversada y tan abusada ya no me interesa. La felicidad me parece un bien corriente, un artículo ordinario que se puede comprar en cualquier esquina. Pero en cambio, la alegría, es una sustancia elegante y exclusiva de los corazones que saben habitar la belleza. La belleza, por su parte, es la cualidad de las cosas simples y modestas, de todo lo que es proporcionado y salpicado de lo divino. La belleza es la extravagancia del silencio que se impone a todo, la contundencia de la luz que rasga la noche, la osadía de crear algo de la nada. 

Así que quiero regresar a la consciencia de mi cuerpo en cada amanecer y experimentar la alegría que irradia de mi pecho hasta el infinito. Bueno, al menos quiero que el primer reflejo de mi cuerpo al entrar en la vigilia sea una sonrisa casi imperceptible. 

Sentir en el cuerpo caliente los pliegues de la ropa y sonreír.

Tragar saliva espesa y sentir crujir mi espalda al moverme, entonces sonreír.

Rascarme la cabeza y darme la vuelta para mirar el reloj e inevitablemente sonreír.

El día estará completo entonces, porque no tiene que pasar nada más, nada extraordinario para que yo sea habitación de la única emoción por la que, creo, vale la pena intentar alguna cosa. 

Dispongo todo adentro y alrededor de mí para hacerla posible; me empeño, planifico, edito los componentes de los días para hacerle lugar. Me canso y entonces suelto. A veces se me aparece, pícara en el fondo de cualquier tarea, como en la escritura por ejemplo, me sorprende, bellísima, una alegría.


No hay comentarios:

Publicar un comentario