jueves, 9 de junio de 2022

Regresar (209/365)

Un año atrás sobrevolaba la América latina de oriente a occidente, de norte a sur y a norte de nuevo, para regresar, si es que uno regresa; para empezar, como si fuera posible empezar otra vez. Un año atrás a esta hora estaba tendida en las sillas del aeropuerto de Santiago de Chile, esperando. Esperando un vuelo, esperando reencontrar a mis amores: mi perra, mi madre, mi mejor amiga, mi familia, mi amante preferido, mis libros, mis maquinitas de coser, mis calles y mis lugares... Esperando las oportunidades de hacer brillar mi luz interior, mi silencio y mi sonrisa. 
Encontré todo eso y mucho más, pero nunca terminé de regresar. Allá, en mi cuartico del barrio Benfica, en la cidade do sol, allá en mi cama pequeña y mi espejo carcomido por la humedad, se quedó a vivir una parte de mí, tan íntima y secreta que no sé ni cómo nombrarla. 
Hay llantos y gozos que no pude traer conmigo. Hay emociones que tenía dibujadas en el cuerpo y que no supe como cargar de vuelta. 
Saqué todo lo que traía en la maleta y una parte de mí, que pensé que había empacado, no apareció jamás. La he perdido para siempre, porque a ese lugar que fui no voy a regresar. Estoy segura de que la humedad asfixiante del verano ya se comió los rastros de mí que quedaron allá, pegados de la puerta del cuarto dieciocho, subiendo las escaleras, al fondo, en mi cuartico pequeño en donde me descubrí feliz, entregada a los libros y a la crudeza de mi cuerpo (disciplinado, enfermo, extasiado, adolorido, maltratado, iluminado -mi cuerpo en todas sus versiones-)
Regrese para comprender que no se regresa nunca, porque nada es lo que era antes, ni el lugar al que llegas, ni la vida que reencuentras, ni la persona que solía habitar esa vida. Regresé para comprender que no se puede empezar de nuevo, sino que uno amarra, lo mejor que puede, lo que fue y lo que será con el nudo de lo que uno es cuando se implanta de nuevo en algo que se parece a lo que uno dejó. Imposible deshacerse de las historias que hacen de uno lo que uno es. Imposible ignorar las derrotas y las glorias, las pequeñas muertes y los renacimientos. Se vuelve uno un remiendo disimulado, un objeto precioso restaurado y rescatado de los estragos del tiempo. Trescientos sesenta y cinco días de incómoda transición. Está bien, quizá sea suficiente. Llego al fin y me reconcilio con el mundo en el que camino, con lo que traje, con lo puedo cargar ahora, con los nudos enredados con los que amarro los pedazos de lo que soy. 

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