sábado, 18 de junio de 2022

escribo (218/365)

Un día más en el que las ocupaciones del día le ganan a las palabras y yo me gasto toda la fuerza en limpiar el piso, en preparar la ensalada, en comprar ropa interior. Al final del día ya no me queda nada que pueda convertir en líneas bellas, ni siquiera en líneas esforzadas de hacer que unas palabras se junten con otras para hacer nacer algo nuevo. Apenas ansiedad, ganas de regresar a las noches en que escribía palabras y palabras; cosas tontas, seguramente, pero cosas detrás de cosas; palabras detrás de palabras.

Apenas la postal del día: mi madre y yo nos sentamos frente al fuego que arde en la chimenea de casa. Compartimos un vino argentino; un Malbec, y miramos las fotos de su viaje mientras ella me cuenta de los bailes y las comidas y los parques que le fascinaron. Amo escucharla contarme maravillada las cosas que descubre cuando no estamos juntas. Al final del fuego Lila baja y salimos al frío de la noche para que haga pipí. Mi madre y yo subimos y hacemos las cosas de antes de dormir. Nos abrazamos y cada una enciende su velador al cerrar la puerta. Un día más de compartir la vida y amarnos.

Suenan las teclas de mi computador mientras escribo estas líneas y ese sonido me devuelve el amor por este tiempo absurdo que paso, noche tras noche, esforzándome por encontrar algo qué decir y alguna forma significativa de decirlo. Este sonido ya es su propia recompensa. Escribo, cualquier cosa, cada noche y eso ya me hace feliz. 

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