Siento, sobre mi pantorrilla derecha, el corazón tranquilo de mi perra. Siento, sobre mi cuerpo, el peso de su cuerpo dormido. La casa es silenciosa a esta hora y las cosas que ha dejado el día ya se apilan en las cestas del cuarto de ropas.
Mi cuerpo, cansado y enfermo, busca calor en el calor de este otro ser; ser canino que me lee el pensamiento y se echa, dócil y amoroso, en mi regazo. Estas pequeñas emociones de cuidar y ser cuidada, le dan sentido al frenesí que he bautizado con mi nombre.
Es martes en la noche de una semana cualquiera y yo descubro un nuevo sentido para el acto de detenerme en las noches y tomar nota del brillo de una jornada. Cuidar y cuidarme; abrir la puerta y dejar que otros hagan lo mismo, por mí y por ellos mismos. Ellos, incluyendo a mi perra.
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