jueves, 19 de mayo de 2022

Te digo (188/365)

Me tomas en tus brazos y dejas que mi frente se esconda entre tu pecho así como si yo fuera una cosa pequeñita que se puede romper. Me dejas posarme en los pliegues de tu historia y abres la puerta del piso de abajo. Me dejas ir a mirar las cosas que escondes y lo hago con la precaución de no encender la luz. No lo necesito. Puedo presentir los pasos precisos para llegar hasta el centro de la oscuridad. Son los mismos pasos que me conducen a la mía. Mi territorio es un mapa idéntico del tuyo y mirar tu corazón quebrado es como mirarme en un espejo. 

Te digo: trátame lo más suave que puedas. Te digo: estamos a salvo. 

Te digo las cosas que tú no sabes decirme porque el mundo te ha enseñado a guardar silencio, a creer que hay alguna cosa que pueda salvarte, a empeñarte en andar un camino que conduce a ningún lugar. Ahí es que nos encontramos y nos sentamos a recordar. Te digo: ya te he amado en otra vida. Es que ya te amé en otra vida, porque de otro modo sería imposible explicar la forma en que reconozco tu gesto y tu ansiedad; tu calor y el ritmo de tu voz; si no te hubiera amado antes no podría acompasar mi corazón con tu respiración que se agita entre los besos que nos arropan en las noches en que, haciéndonos los desprevenidos, buscamos refugio uno en la piel del otro. 

Te digo: no te asustes cuando me escuches hablar de amor. Soy una plantica que florece a la luz de tus ojos. Tú floreces a la luz de los míos. No me asusto cuando hablas de todo lo que has perdido y que te abruma y que te impulsa a cavar con tus propias manos en busca de tesoros. 

Respira. Ya estás de regreso. No hay nada qué buscar. 


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