Dejo que la vieja sabia que me habita se haga cargo de los días. Me desviste, me baña, me rasca la espalda y elige la pijama abrigadita para meterme en la cama.
Paso tiempo con ella que me enseña de plantas, de remedios, de poemas y de conjuros.
La miro e imito sus movimientos precisos y afilados. Ella organiza el mundo cuando eleva la voz y lo remienda cuando pasa su dedo índice por la herida abierta.
Como mejor cuando estoy con ella; duermo mejor a su lado; hablo con más cuidado cuando estoy en su presencia.
Dejo que ella me diga qué hacer y yo le obedezco. Me regocijo en esta sumisión que me revela la esencia de las cosas, mi corazón incluido.
Dejo que ella abra las cortinas cuando ni siquiera ha amanecido. Me enseña a ver salir el sol. Mi espejo, mi alegría, mi secreto.
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