Ensayo una mueca en el espejo y luego me sale espontánea cuando escucho la voz de un hombre hermoso. No dejas de sonreír, me dice mi sobrina.
Anoche me fui a dormir arrullada por un acento del sur del mundo. Una brújula interior trazó ese destino. Arrullos, deseos, confidencias inesperadas. ¿Cómo me voy a dormir estando tan lejos y queriendo estar tan cerca? Sonrío. Me entusiasma la intensidad de las cosas que, sorpresivamente, me llaman de regreso a lo básico de ser lo que soy. Me derrito, florezco, me ilumino. Así me contradigo. Me escabullo por entre las sombras y me emborracho a escondidas del mundo. Sonrío. Me agarro de donde puedo y consigo abrir los portones para que todo pase. Dejo que las cosas salgan, que las cosas entren, que el mundo se mueva a su propio ritmo cuando yo abro el paso.
No dejo de sonreír. ¿Hace frío en el sur del mundo? Esa mueca de nuevo cuando pienso en el sur.
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