lunes, 23 de mayo de 2022

En un mar (192/365)

Uno no se ahoga en un mar pandito, pero puede llegar a enloquecer. Mirar en todas direcciones y no ver sino agua; no encontrar un lugar en donde guarecerse del sol; no encontrar agua fresca para beber. Sí, puede uno volverse loco, o morirse más lenta y dolorosamente. Morirse entre alucinaciones con la piel abierta y sangrante. 

¿De dónde se agarra uno para encontrar la dirección, estando así, parado en medio de un mar pandito?

Hay que aprender a leer el firmamento para, con algo de suerte, encontrar un camino de regreso al lugar del que uno, distraído, se ha alejado demasiado. 

Hay que aprender a leer el firmamento y a hacerle caso a la voz interior que advierte de los peligros. Hay que mantener el oído atento a las señales y no dejarse hipnotizar por los reflejos ilusorios del agua al mediodía. 

Quién fuera un marinero experimentado que ya es amigo de la soledad salina y del vierto cortante en la cara. Quién fuera sirena que canta para atraer la compañía de otros. Quién fuera monstruo marino que ha conquistado la oscuridad de lo profundo. 

Yo me siento apenas como una niña que va por primera vez a encontrarse con el océano y ha equivocado el camino. Soy el relato de un náufrago, una caricatura de vacaciones, un chiste de turistas extranjeros. Ya tengo la piel cuarteada y el sol aun no termina de ponerse. 

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