miércoles, 4 de mayo de 2022

F (173/365)

Acabo de pasar horas en casa de mi abuela, celebrando su cumpleaños noventa y seis, reunida con la que fue la familia de mi padre. De alguna manera, entiendo, es también mi familia, aunque no. Contradicciones.

Un montón de personas reunidas en un escenario un poco deprimente. Abuelas y tías perdidas en los laberintos de su mente preguntando incansablemente por mi filiación, por mis hermanos, por mi nombre, incluso. Respondo, con la misma incansable sonrisa. Gente que no se soporta, pero que esperan sentados pacientemente, unos al lado de los otros, su parte de una herencia. Corazones secos, corazones rotos, corazones enmoheciendo; todos diligentemente adornados con pátinas brillantes para la ocasión. Nadie mira el mugre que está debajo del tapete rosa. Mucha gente, muy poco oxígeno. 

Del lado de allá -soy incapaz de enunciarme en las letras que componen la palabra F A M I L I A- es todo aun más turbio que del lado de acá -el otro grupo de gente que es la familia de mi madre, que en todo caso es más F que del lado de allá-. Hay más secretos, más oscuridad, más de todo eso que quiero purgar de la sangre que me corre por las venas. Hay buenas intenciones, sí, y hay afectos que me abrazan, también; pero me resisto, como me resistía de niña a las inyecciones, a participar de esa idea de F. Chillo y pataleo intentando escapar de lo que no puedo escapar; esta cara que es idéntica a la de mi madre y a la de mi abuela; a estas formas de sonreír tan cercanas a las de mi padre, esta herencia de ser maestra como mi madre y ser "artista" como mi padre... y que todo el mundo lo diga, que se me note tan por encima. 

Hablo con todo el mundo y me río con desparpajo. Camuflo un aire de superioridad que ni siquiera me avergüenza. Me siento por fuera del circo y me ilusiono pensando que así estoy más limpia de la violencia y la locura que se trepa por las sillas y las paredes de esa casa que se cae a pedazos. Igual que esa parte de mí a la que, hace rato, he renunciado. 

Vuelvo casa sin energía, con verdadero fastidio. O quizás es que estoy absolutamente conmovida, hasta no ser capaz de tolerar el dolor de ver el mundo en el que no quiero vivir, la vida a la que no quiero corresponder, que es también mi vida y esas personas, son una parte que no me puedo amputar. Me rompo por dentro, me doblega la pena de verme en ese espejo de decadencia y enajenación. ¿Qué me puede salvar de ser esa parte, también, de lo que soy? ¿Quién se acuerda de tenderme la mano y despojarme de esta ración de realidad con la que me estrello cuando intento sacar brillo a mi zapatos de cristal? Untada de F hasta la médula. Mejor tomo una ducha antes de dormir.


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