lunes, 16 de mayo de 2022

Cajita de tesoros (185/365)

En una cajita antigua de madera voy guardando las cosas que quiero conservar por años y años. Mi cajita de tesoros. Cosas ordinarias, de esas que se encuentra uno por ahí en algún mercado, entre las páginas de un libro querido y que se guardan como amuletos de las cosas más importantes de la vida; pequeños marcadores de los milagros que experimentamos en este tránsito fugaz entre esta y otra forma de existencia.

Siento el calor de mi perra pegadita de mí, hablo con Raquel, experimento el llamado de la música que me acaricia, converso con desconocidos. No siento nada allá en el fondo del pozo de mi emoción, como ha sido en las últimas semanas, y ese vacío me regresa a lo precioso de este momento. Nada, y ahí, una plenitud de todo lo que basta para ser esto que soy. No tiene importancia ni lo que opino, ni lo que imagino; no tiene la más mínima importancia todo aquello que pongo a gravitar en torno a lo que enuncio como propio. Sin sentir lo que normalmente siento hay mucha más luz, una luz como de luna llena, una luz de noche. Quiero guardar esto, esto que es no sentir, quiero poder mirarlo cuando necesite recordar cuál es la dirección. Quiero poder tener esto guardado debajo de la cama. Quiero ser yo quien abre la caja para dejarlo salir... me ha tomado tiempo domesticarlo. Todavía tiene impulsos salvajes y se lanza algunas noches a mi cuello y me ataca y me rasguña y rasga las membranas que protegen todo lo de adentro. Me entreno para domesticarlo aunque a veces me gane. 

En la caja de mis tesoros guardo esta luz oscura que me ataca por sorpresa y me trae de regreso a lo transparente de mi propia vida. Un amargo dulce. Una tristeza muy tierna y fecunda. Una vida muy cruda. Lo guardo todo en mi cajita de tesoros. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario