sábado, 28 de mayo de 2022

Bella vida de sábado (197/365)

Una alegría se trepa silenciosa por mi pierna y la sorprendo llegando a mi ombligo. La veo, pequeñita y discreta, la veo sonrojada por el esfuerzo. Llegaste hasta aquí, le digo. No sé de dónde saliste, añado.

Me la llevo caminando bajo el sol del medio día y recorremos la biblioteca buscando algo nuevo para leer. Nos decidimos por algo local, algo que, al parecer nos puede gustar. No somos nosotras las que elegimos los libros; son ellos los que nos eligen cuando es el momento adecuado. 

Tomamos el camino de regreso a casa, pero yo me arrepiento. Ella merece un poco más de la brisa fresca que se cuela por debajo de mi ropa. Nos vamos a mi café preferido a comernos el postre antes del almuerzo. La siento frente a mí. La miro. Le leo un pedacito del libro de Fernando Molano. Le gusta; nos gusta. 

Hago una foto de ese momento en donde ella sale radiante y se la envío a un hombre hermoso. Como pie de foto escribo: "Hay instantes que me reclaman, imperiosamente, tu presencia". Ella se ríe. Ella se acuerda del sabor de las palabras, de la vergüenza de ser así tan blandita, de ir siempre contra su voluntad de irse más lejos cada día. Siempre regresa a las palabras y a los hombres hermosos que, en su cuerpo, han sembrado palabras. 

Él no responde nada, bueno, casi nada. Pero no importa. Tengo una alegría pequeñita que hace casa en mi ombligo. Y verla ahí, en ese lugar contradictorio de sobrevivir y de ser arrancado de la vida, me recuerda que me gusta este momento y que ningún otro momento puede ser mejor o más bello; solo porque sí, porque sobrevivo y porque, si fui arrancada de una vida, de muchas vidas, es para inventarme esta otra vida, la que es tan dolorosamente bella en este último sábado de mayo. 

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