lunes, 21 de marzo de 2022

veintiuno de marzo (129/365)

Lunes festivo. Llueve y hace frío afuera. Dentro de casa hay silencio, apenas las gotas cayendo rítmicamente sobre el tejado. Mi teclado sobre mis piernas arropadas por una cobija heredada de mi abuela y mi perra que reposa sobre mí. Siento sobre mis rodillas el peso de su cuerpo y sus huesitos que se mueven mientras busca la mejor posición para una siesta. Amo sentir su carita apoyada sobre mis tobillos y su respiración que es como un ronquido cuando se siente relajada. 

Mi habitación está ordenada. Cada cosa -mis libros, mis objetos antiguos, mis cremas y mi ropa- todo ocupa su lugar. A lo lejos suenan truenos y carros que pasan sobre la calzada llena de charcos. 

Solo escribo; no hay mucho que decir algunos días. Se repite una sensación sorprendente de conectar conmigo misma y con las cosas ordinarias. Desconectar hacia afuera me permite prestar más atención a lo que sucede dentro. Por estos días, lo que sucede es la sensación de estar tranquilamente en cada rincón de lo que soy. Hay tanta oscuridad y ahí puedo estar en paz; hay luz infinita y ahí también puedo estar en paz. 

Cociné verduras para el almuerzo y en la tarde paseamos por el supermercado buscando cosas deliciosas: raviolis, queso brie y pan de maíz. 

Hay mucho espacio cuando archivo las cosas que me entretienen. 

Escucho a Natalie Goldberg y solo quiero escribir. El olor de mi perro inunda mi cama, su lengua me busca. La voz de mi mamá quiebra la locura del mundo, su amor sobrevive todo. Quiero música sonando mientras mis pies enredan los pies de un hombre hermoso. Escucho a Natalie Goldberg y miro los ojos brillantes de mi perro que se clavan en los míos, su lengua y sus patitas me buscan. 

Aprecio lo ordinario de mi vida; estoy enamorada, perdidamente. Pongo mi mano en mi pecho y me lleno de llanto emocionado. Qué amor, este que me posee; las cosas ordinarias traslucen lo extraordinario.

No hay comentarios:

Publicar un comentario