martes, 29 de marzo de 2022

Siesta del corazón (137/365)

 - ¿No tienes ganas de venir a dormir una siesta conmigo?

Ella me mira y creo que entiende lo que digo.

- ¡Ve a buscar a Ricardo! ¿En dónde dejaste a Ricardo?

Enfatizo en la palabra Ricardo, que para ella no es un nombre, como para mí, sino que es un sonido que le habla de algo específico en el mundo.

Sale de la habitación y se detiene en el corredor para mirarme. Espera que le ayude, que le dé una pista. Señalo con el dedo la habitación que está en frente de la mía, en donde ahora tenemos un estudio. Ella no comprende y se acerca a la puerta de la habitación de mi madre. Insisto en señalar con el dedo en dirección a mi derecha.

- Ahí no está, lo dejaste en el estudio. Ve hacia el otro lado.

Ella me mira, inquieta, e intenta comprender. Le hablo con voz fuerte, como si el sonido de mi voz tuviera la capacidad de acercarla a su objetivo. Señalo, le repito que es hacia el otro lado, hacia el estudio.

Ella me mira y mira a su alrededor. Finalmente atina ir hacia el estudio y yo lanzo un grito jubiloso: 

- ¡esa es mi chica! ahí está Ricardo.

Regresa en una carrera con el peluche de reno entre sus dientes. La carrera le da impulso y sube de un salto sobre la cama. Se acomoda entre mis piernas cruzadas, sobre las mantas que me abrigan y que hacen una especie de nidito para ella.

Así nos quedamos un rato largo, en silencio, ella masticando las orejas de su Ricardo y yo solo dejándola estar ahí, sobre mí, disfrutando, las dos, del calor que nos damos mutuamente; calor de la siesta, calor del corazón. 

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